Ni Lobo-hombre en París, su éxito, sonó como antaño
La Unión ofreció rock de bajos decibeles, el jueves en el Lunario
En el primero de tres conciertos consecutivos, el pasado jueves, el grupo de rock español La Unión creó una atmósfera de música ligera e inclusive sus temas más fuertes se escucharon suaves, sin la fuerza de otros recitales, como el de Música por la Tierra, donde bajo la lluvia estuvieron formidables, en Cancún.
En El Lunario del Auditorio Nacional, casi lleno, un público heterogéneo esperaba verlos a tambor batiente, elegantes en su estilo, del cual sólo dieron atisbos. La ocasión era propicia para un gran concierto, pero la cero producción en la escenografía, una ecualización baja, un ritmo más cercano al dance ultra ligero, vertiente a la que ahora se suman, con toques de chillout, hicieron que ni las más famosas de sus composiciones fueran contundentes.
De fondo, apenas una manta blanca; ni luces, ni parafernalia, ni nada. El rock depende mucho de la llamada escena (recursos visuales), que en esta ocasión estuvo extinguida. Llevan más de 20 años de trayectoria y han incursionado en varios estilos; no se han encajonado y han evolucionado con varias generaciones.
Se han inspirado en el rock clásico, sobre todo el inglés, con influencia del pop más entrañable. El viernes festejaron el 20 aniversario de su canción emblemática: Lobo-hombre en París, la más solicitada de la noche y que fue la última que interpretaron, también aderezada con el fondo, el ritmo de un diyei.
Aullidos lejanos
Formado en 1982, en Madrid, La Unión la conforman Mario Martínez (guitarra), Luis Bolín (bajo) y Rafa Sánchez (vocalista). En un principio, Iñigo Zavala estuvo en los teclados. No obstante el reto que implicó superar el éxito de Lobo-hombre en París, el grupo no se amilanó y lanzó el álbum Mil siluetas, de 1984, donde se incluyó el tema sublime Sildabia, que los asistentes a El Lunario pidieron toda la noche del jueves infructuosamente.
El Lunario es un bar para la disipación. Algunos asistentes van más bien a echar el trago, lo cual crea ruido en los que optan por apreciar la música. Ni los resabios de Roxy Music prendieron a los más conocedores y fans del grupo.
Un pequeño levantón ocurrió cuando cantaron Vivir al este del edén, que marcó en su trayectoria un cambio de estilo. En su nuevo disco, titulado Colección audiovisual, La Unión presenta algunas versiones remezcladas. La más significativa de esta producción es Ella es un volcán, caliente descripción de una forma de ser femenina que hace explotar los sentidos. Al oírse los compases pareció que aparecía la vieja Unión. Pero no.
Los movimientos sinuosos de Rafa, ochenteros, impactaron visualmente a algunos más presas de la nostalgia de los días de Radio Futura. Si algo marcó el rock de hace 20 años fue su originalidad, su aporte a un género que se creía sólo para el idioma inglés. El español logró su carta de naturalización. La Unión puso su granote de arena.
Pero ese jueves, los anhelos de oír el sonido clásico de La Unión fueron postergados. Los aullidos de Lobo-hombre en París se escucharon lejanos, allá, en un cerro distante. La luna llena fue nueva. La sinuosidad corporal de Rafa, otrora imagen de juventud, tendió más a lo anquilosante.
Mucho se espera de grupos como La Unión, sobre todo por parte de ese público que creció en esos días en los que había ausencia de canas, menos barriga y se poblaba al planeta con uno que otro nuevo terrícola.
Al final, se fueron sin mayor aspaviento. En las mesas se quedaron los que iban sólo a echar el trago o a quedar bien con la secretaria. Corearon más los temas de un concierto de Luis Miguel proyectado en dos pantallas. Esos muchachos sólo quieren divertirse; la música es lo de menos.