El campo
Existen textos dramáticos que, más allá de sus cualidades intrínsecas -o mejor, por ellas mismas- invitan a reflexiones más amplias. Este sería el caso de El campo de Martin Crimp, el importante dramaturgo inglés por alguna razón desconocido para nosotros, mientras en lugares tan lejanos de la lengua inglesa como Barcelona se hacen ''ciclos Martin Crimp''. Consejero artístico del famoso Teatro Royal Court y tenido como heredero de una corriente inaugurada por Harold Pinter, que se basa más que nada en el lenguaje, con sus repeticiones, cortes elusivos y largas pausas para mostrar siempre que hay algo más que lo que ocurre en escena, el autor juega en esta obra con la imaginación del espectador para narrar lo que es, o lo que a lo mejor no es, para dar otro entramado a la realidad. Y esa es la reflexión que desearía añadir a un posible análisis de la escenificación misma.
Es de agradecerse, y yo lo agradezco desde el fondo de mi corazón, que no se haya intentado adaptar el texto a nuestro entorno, como se viene haciendo con excesiva frecuencia, con la intención de acentuar su realismo. En verdad que es un alivio no tener que escuchar, por ejemplo en la discusión entre Richard y Rebecca, términos soeces, frases que empiecen con el consabido ''oye, güey''. Es un tema que ya debería haberse planteado, el del lenguaje y la situación dramática dentro de una concepción realista y cómo el teatro puede ser un reflejo fiel de la realidad, estilizándola, eludiéndola de alguna forma. En El campo Crimp propone varias maneras de diálogo. Una, la que se da en la, en apariencia, intrascendente conversación cotidiana entre ambos esposos, por debajo de la cual se adivinan corrientes de furia y de celos, con las alusiones, mezcla de repulsión y temor, a ese extraño personaje del que no se ofrecen más datos, Morris.
El diálogo entre Connie y Rebecca está lleno de sobreentendidos, en donde la malicia de la joven vence de alguna manera a la torturada mujer mayor y -e incluso se burla un tanto de su falta de preparación que le impide leer a Virgilio en el idioma original- en la que los espectadores ya se adentran en el triángulo amoroso. Un paso más allá hacia la verdad es la violencia y amargura del diálogo entre los dos amantes que descarna la amoralidad y corrupción del médico, para regresar al moroso y elusivo modo de hablar de los cónyuges, tras del cual se esconde otro terrible secreto, aunque en apariencia hayan encontrado la calma y la concordia.
En un mismo espacio, con escenografía de Atenea Chávez y Auda Caraza, en el que a veces cambian de orientación los pocos muebles pero se mantiene la idea de estrechez en contradicción con el amplio mundo campestre (y que convalida la idea de que los personajes han traído consigo la miseria urbana y toda su carga de culpa y vicio a un lugar supuestamente idílico, y de allí el burlón subrayado que hace Rebecca con su insistencia en leer Las Bucólicas de Virgilio), transcurre toda la acción. Enrique Singer dirige manteniendo los ritmos necesarios en cada escena, al principio casi sin movimientos y pequeñas pausas en el diálogo como lo requiere la escena inicial, ritmo al que se regresa al final en este texto circular. La escena de ambas mujeres con el trazo justo y sin grandes desplazamientos, violento el momento entre los dos amantes, más verbalmente que en la acción.
Esta vez no es Ana Graham quien ''levanta'' el proyecto, sino Griselda Contreras, aunque la primera es la principal responsable de la traducción. Como Connie, Ana Graham realiza la actuación más convincente que le conozco, medida e inteligente, haciendo sentir que bajo sus parlamentos fluye ese mundo secreto que cuenta lo que no se cuenta en escena; a ella se debe el concepto de vestuario -excepto los diseños de su propio vestuario que son de Sergio Ruiz- que logra un contraste grande entre la apariencia punketa de Rebecca y su realidad de estudiante de historia. Griselda Contreras encarna a ésta también con toda la intencionalidad del personaje, pero en cambio Antonio Vega, sin estar mal, el día de estreno -y por contraste con sus compañeras- se veía poco natural, con los marcajes a flor de piel. Es importante que Martin Crimp haya por fin subido a nuestra escena.