Usted está aquí: jueves 10 de marzo de 2005 Cultura Jeroglíficos y desengaños

Margo Glantz

Jeroglíficos y desengaños

Voy a un congreso en Bremen, de la Asociación de hispanistas alemanes, hablo sobre la escritora española María de Zayas: escribió novelas ejemplares como Cervantes: una reescritura; a las primeras 10 las calificó de Maravillas (1639). A las otras 10 -1649- las imaginó como Desengaños. Antes que Sor Juana, pensó que los hombres eran necios y que acusaban a la mujer sin razón. Un prodigio, apenas la leemos.

Paseo por la plaza principal de la ciudad medieval casi intacta. Las manos se me congelan y la punta de los dedos me duele, hace seis grados bajo cero, me imagino de pronto peleando en Rusia como soldado de Napoleón (¿me habría atacado la gangrena?). En la iglesia medieval de Nuestra muy Amada Señora oigo un bello y breve concierto de órgano con música de la familia Bach (Juan Sebastián, Felipe Emmanuel), rememoro un concierto reciente que escuché con Luz del Amo, a nuestro regreso de la India, en Nuestra Señora de París, hará dos meses, invitadas por Jean y Alena Galard a escuchar a un organista que también se llamaba Jean Galard.

Una callejuela me conduce a la casa Rosellius, edificio renacentista que en su interior alberga varias pinturas de Lucas Cranach y sus contemporáneos: pintaban en Alemania casi al mismo tiempo en que María de Zayas escribía en España; una pareja de burgueses con la boca y el ceño fruncidos como culo de gallina me mira con reprobación. Luego, en Berlín, desde donde escribo este texto, vuelvo a admirar varios cuadros del viejo Cranach: Lucrecia, Adán y Eva, una Venus ataviada solamente con collares y pulseras de oro y un velo que no encubre su desnudez y, sobre todo, la Fuente de la Eterna Juventud; a la izquierda de la pintura, varios carros tirados por caballos transportan un cargamento de ancianos, los que, después de sumergirse en un estanque de agua milagrosa, saldrán convertidos en jóvenes sensuales y vigorosos, listos para hacer el amor (me da envidia).

En el mismo edificio, una exposición temporal dedicada a Nefertiti, aquí conocida como Nofretete. Su busto policromado pronto será transportado a Pérgamo, donde residirá, ¿para siempre? Situado en el este de Berlín, el museo alberga las ruinas monumentales de la ciudad romana de ese nombre, en ese impulso orgulloso que hace que los restos arqueológicos de antiguas culturas sean el botín desmesurado de un espíritu imperial. Durante dos meses, Nefertiti será el emblema de una pasión, la que los europeos resintieron por la egiptología y sus jeroglíficos desde el siglo XVI, pasión exhibida con exaltación, y dibujos y grabados de Durero, además con el bellísimo esbozo pintado al óleo de un arco de triunfo que ese pintor construyera en 1515 para trazar la genealogía del emperador Maximiliano, padre de Carlos V; remonta esa genealogía hasta los faraones egipcios y engendra a su vez otra muy fecunda, aún vigente en el siglo XX, por ejemplo en Klee, Ernst, Twombly, Warhol y Beuys, y que pasa por Kircher -el jesuita alemán en quien Sor Juana se inspiró cuando concibió su Neptuno alegórico, en honor de los marqueses de la Laguna-, Runge, Schinkel y Piranesi, entre otros.

Para Beuys, la naturaleza aparece como una fuerza dinámica sin estados físicos definidos, en suma, un jeroglífico.

En la noche, asisto a un concierto en la Filarmónica, otro de los edificios de ese conjunto monumental, dirige C. Thielemann la Quinta Sinfonía de Bruckner, es un joven director qu, enemistado con Barenboim, tuvo que trasladarse a Munich para dirigir una institución operística de menor categoría. Su regreso como director huésped de la Filarmónica de Berlín es triunfal (recordemos que antes la dirigieron Furtwängler y Karajan, directores conectados con los nazis y ahora encabezada por el inglés Simon Rattle). Thielemann es joven, apuesto, destaca su camisa inmaculada, le cae bajo el vientre, crecido prematuramente. Aclamado con frenesí, sube al podium con gesto deportivo; el pelo le cae, coqueto, sobre la frente.

Leo en un periódico una noticia: Riccardo Muti, director de la Scala de Milán, goza de la simpatía de Berlusconi. Es tiránico, como casi todos los grandes directores de orquesta. Ha despedido a su rival, Carlo Fontana. La protesta de quienes simpatizan con él, la mayoría de los trabajadores de la ópera, manifestaron su reprobación con un gesto singular, cantaron el Va pensiero de la ópera Nabucco de Verdi, congregados bajo el balcón del ayuntamiento.

 
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