El país tiene un "apreciable" nivel de riesgo de atentado, admite ministro del Interior
A un año del 11-M en España, la herida aún está lejos de cicatrizar
Las bombas colocadas en cuatro trenes provocaron 192 muertos y casi 2 mil heridos
Ampliar la imagen En Madrid se construye el Bosque de los Ausentes, en memoria de las v�imas del 11-M FOTO Reuters
Madrid, 9 de marzo. La noche del 10 de marzo del año pasado, en una casa humilde de la localidad madrileña de Mojata de Tasuña, un comando vinculado con Al Qaeda se preparaba para perpetrar el peor atentado en la historia de España.
En una camioneta blanca estacionada frente al inmueble escondieron las 13 bombas que a la mañana siguiente estallaron en cuatro trenes de pasajeros en los que murieron 192 personas y más de mil 900 resultaron heridas. Así se consumó la amenaza que Osama Bin Laden y sus seguidores lanzaron contra España por su participación en la invasión a Irak, causando un dolor que, 12 meses después, está aún lejos de cicatrizar.
Las investigaciones judiciales y policiales sobre el llamado 11-M han desentrañado la compleja trama que sirvió para llevar a cabo la matanza. La mañana de ese jueves 11 de marzo se convirtió de súbito en un ir y venir de ambulancias, policías y autoridades públicas que pretendían socorrer a las miles de víctimas.
Faltaban tres días para las elecciones generales en las que, contra lo que anticipaban las encuestas hasta antes de los atentados, ganó el candidato socialista José Luis Rodríguez Zapatero sobre el derechista Mariano Rajoy, sucesor del entonces mandatario José María Aznar.
Los miembros del comando, todos ellos musulmanes, se dispersaron alrededor de las siete de la mañana en la estación ferroviaria de Alcalá de Henares. Ahí, según la reconstrucción de los hechos realizada por el juez instructor del caso, Juan del Olmo, abordaron cuatro vagones de tres diferentes trenes urbanos que utilizan a diario decenas de miles de personas, sobre todo obreros y universitarios.
Los artefactos que llevaban contenían entre 10 y 12 kilos de explosivo Goma 2-Eco, mezclados con abundante metralla e iban ocultos en maletas deportivas, programados para activarse a las 7:40 de la mañana mediante teléfonos celulares.
Las estaciones madrileñas de Atocha, El Pozo del Tío Raimundo y Santa Eugenia se convirtieron en el escenario de un drama brutal e incomprensible que obligó a la movilización de todos los cuerpos sanitarios y policiales, de expertos en desactivación de bombas y de médicos forenses para la identificación de los cadáveres.
La acusación contra ETA
Consumada la matanza, empezaron a surgir dudas e interrogantes sobre el origen y las motivaciones de los autores. El gobierno del conservador Partido Popular (PP) desarrolló un plan de información para atribuir el atentado, dede el primer momento, a la organización armada vasca ETA.
A pesar de que no haber indicios que confirmaran esa hipótesis, el aparato gubernamental, encabezado por Aznar y el entonces ministro del Interior, Angel Acebes, defendió la versión, posiblemente por el temor a las consecuencias que pudiera tener en la jornada electoral.
Horas después de los bombazos, un grupo autodenominado Brigadas de Abu Hafs Masri se adjudicó en un comunicado los atentados, en el diario árabe londinense Al Quds Al Arabi. Entonces la mayoría de los cuerpos policiales responsables de la investigación se concentraron en indagar la presunta autoría de grupos islamitas, alejándose de la versión oficial que insistía en culpar a ETA.
La policía reunió las pruebas cruciales: la camioneta blanca que sirvió para trasladar las bombas fue localizada en las inmediaciones de la estación de Alcalá de Henares, en la que se encontraron varios detonadores y una cinta con rezos musulmanes en árabe.
También se localizó y analizó la única de las 13 bombas que no estalló, lo que permitió identificar el explosivo y rastrear el origen del teléfono celular utilizado como detonador.
Esa pista llevó a la policía al barrio madrileño de Lavapiés, donde residen numerosos ciudadanos de origen árabe. La identidad de los detenidos obligó a la policía a revisar informes de los servicios de inteligencia sobre la supuesta presencia de grupos radicales en España. Lo paradójico fue que, tras el estudio de esos documentos, se descubrió que la mayoría de los involucrados en los atentados habían sido detenidos o vigilados desde 2002, cuando el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, autorizó aprehender e interrogar a una docena de supuestos miembros de Al Qaeda. Entre ellos figuraba el ciudadano sirio Imad Eddin Barakat, Abu Dahdah, considerado jefe e ideólogo de la red Al Qaeda en España.
A pesar de la estrecha vigilancia policial y de su encarcelamiento en la prisión de alta seguridad de Soto del Real, Abu Dahdah se convirtió en una especie de guía espiritual de los ejecutores de la matanza de Madrid, incluso se sostiene que también está implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
La policía española y los diversos organismos de inteligencia europeos han logrado establecer un vínculo directo entre este sirio de 40 años con los altos mandos de Al Qaeda, sobre todo con Abu Dujan Afgani, el supuesto vocero de la red en Europa.
Un testimonio de su adoctrinamiento a los autores del 11-M es la carta póstuma de Abdennabi Kounjaa, quien se inmoló en la localidad madrileña de Leganés el 4 de abril del año pasado.
"Para mis hijas: vuestro padre tenía moral y pensaba mucho en la jihad y hablaba de ello con la familia, me asustaba el sufrimiento de la cárcel pero con la ayuda de Dios he podido hacer este trabajo.
La religión ha venido con sangre y con los cuerpos troceados... No os apenéis, soy el mártir de la fatiga. Como dijo el chej Iben Taiimiyeh, si mis enemigos me encarcelan será mi retiro; si me matan será el martirio. Prefiero la muerte a la vida, espero que sigáis los hechos, la jihad en el Islam. A los tiranos y Occidente convertidlos en vuestros enemigos y que Dios los maldiga".
Estas ideas han ganado miles de adeptos en los países árabes, también en las comunidades musulmanas de los países europeos y occidentales, lo que hace temer de la existencia de células dormidas dispuestas a perpetrar una matanza similar a la que conmovió al mundo hace un año.
Es una amenaza latente que incluso reconoce el ministro del Interior español, José Antonio Alonso, quien admitió que a pesar del significativo aumento de efectivos policiales, recursos económicos e infraestructura logística para prevenir ataques como los del 11-M: "En España tenemos un nivel apreciable de riesgo de atentado".