Usted está aquí: miércoles 9 de marzo de 2005 Política Los derechosos del PRI

Luis Linares Zapata

Los derechosos del PRI

La irrefrenable tendencia a complacer los dictados de un grupo de presión dominado por el gran capital dieron al PRI un perfil de derecha inocultable. Lo reforzaron las flaquezas y hasta ineptitud de muchos dirigentes priístas, secundados por porros y gritones a los que azuzaban maraqueros con título de gobernadores. De aquí en adelante dejará de ser, como era, un agrupamiento surgido de las entrañas de México, con sus defectos y virtudes. Los aspirantes a la candidatura del PRI, ya fueran Roberto Madrazo o los agrupados en la llamada Unión Democrática (alias Tucom), se desvivieron por dar una señal de cambio que fuera atractiva al gran empresariado, nacional y extranjero. Un compacto grupo de negociantes que, sin duda, ha sido y será minuciosamente atendido por los priístas de renombre a la hora de escoger a su futuro abanderado. Y, con los cambios insertados a su programa de acción, en especial en los rubros energético y fiscal, envían una clara, visible, audible señal de confiabilidad en sus habilidades y disposición para efectuar los ajustes por ellos requeridos.

La 19 Asamblea, hay que decirlo, fue precedida por intensa difusión de tremendistas seudoanálisis, conclusiones amañadas, lugares comunes con el acuerdo de Washington y estigmatización de los opositores internos (especialmente algunos senadores aferrados a la historia de su partido).

Una vez que los priístas eliminaron los candados que detenían, desde la perspectiva de sus apoyadores y financieros, la marcha de la nación hacia la modernidad y el progreso, los aspirantes a la candidatura presidencial del PRI pueden buscar, siempre en la penumbra, la simpatía y protección de sus dispuestos patrocinadores. Tal vez, también y como de pasada, alguna dádiva para la onerosa campaña por venir o un negocillo adicional, simples toques de su generosa actitud.

La extraña alianza formada entre los segmentos más atrasados del priísmo, esos que provienen de Oaxaca, Tabasco y anexas, con los más organizados y mejor capacitados delegados norteños, en especial los de Nuevo León, tan influidos por el empresariado de gran calado, dio al traste con la defensa nacionalista, ensayada por lo más granado de la inteligencia, experiencia y capacidad que los priístas encumbrados pueden presumir.

Un nutrido grupo de senadores y diputados de elite no pudieron contra los gritones y unos cuantos legisladores priístas que los orientaron para remover las anteriores limitantes que impedían, en buena ley, abrir el campo de la energía a la inversión y los apetitos extranjeros. Restricciones provenientes de profundas pulsaciones históricas del más refinado nacionalismo al que el priísmo ha recurrido para sustentar sus pronunciamientos ideológicos y programáticos. Un nacionalismo que, muchos de sus compañeros de partido y otros tantos críticos, académicos, empresarios o funcionarios del oficialismo, quieren catalogar como desfasado, anacrónico, premoderno y, por tanto, costoso e ineficaz para el progreso del país. Un nacionalismo que, bien entendido, resguarda lo mejor de los esfuerzos para impedir, finalmente, la inserción subordinada del país a eso que tan pomposamente se llama globalidad. Término de moda que también disfraza las más despiadadas formas de retocado colonialismo al que se han alineado, por intereses particulares, posturas ideológicas, pose o simple tontería, sendos grupos de interés nacional.

El doloroso caso boliviano, con sus tramposas privatizaciones llevadas al vapor y sin atender las protestas de la mayoría indígena contra los apañes del gas y el agua que hicieron voraces empresas francesas y españolas en esa empobrecida nación, debería servir como un telón de fondo y referente obligado.

La señal que intentó enviar Roberto Madrazo, en su alambicada y tortuosa ruta hacia la candidatura del PRI, tiene altísimos costos atados a su imagen. Uno, el más directo y masivo, provino, con marcados tintes de indignación, desde las mismas bases del priísmo. Comienza a oírse en altisonantes voces de protesta o, peor todavía, se incuba en soterrado descontento que, sin duda, estallará después. Los que no fueron contratados para agitar las graderías en Tehuacán, Puebla, ni derivan específico interés personal de la apertura al capital privado (implícita o emboscada en los cambios al programa de acción) quieren ver las riquezas naturales depositadas en las manos y la inteligencia de mexicanos como ellos.

Otro costo a pagar por los dirigentes que proponen los cambios de marras se expresa ya en el pensamiento que ha empezado a transitar a la crítica, al análisis especializado y que corre a galope entre los grupos de simpatizantes del PRI para tocar a los cuadros superiores de ese partido que no están plegados hacia alguno de sus aspirantes a candidato. Esta corriente de opinión coloca al PRI resultante de esa 19 Asamblea de malos conjuros, como una agrupación de derecha, entreguista, ayuntada a posturas del PAN tradicional, lo identifica con el oficialismo empanizado, voluntarioso e ineficiente, que va en franca huida al destierro. La conjunción así planteada roza, en su flanco derecho, a toda una franja política que se ha corrido hasta el extremo más conservador. Uno ya bien asentado por su inaugurada dirigencia partidaria (MEB) y penetrado por los rezanderos del Yunque.

Los efectos sobre el voto y las simpatías ciudadanas no se harán esperar, sobre todo si los priístas han dejado el campo abierto a la izquierda. Esa que, sin titubear, se apresta a ocupar López Obrador y que encontrará multitudinario eco en ciudades, montes y las planicies mexicanas.

 
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