Usted está aquí: martes 8 de marzo de 2005 Opinión El absurdo de McClellan

Pedro Miguel

El absurdo de McClellan

Ante los alegatos de un gobierno encabezado por un integrista ignorante y probadamente mentiroso, como es George W. Bush, doy por buena la versión de una informadora profesional, activista de la paz y experta en temas de Medio Oriente e Irak, Giuliana Sgrena. El portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan, descalificó ayer el relato de la informadora italiana sobre el incidente en el que por poco pierde la vida a manos de soldados estadunidenses en Bagdad. "Es absurdo hacer una insinuación de este tipo, que nuestros hombres y mujeres apunten deliberadamente contra civiles inocentes", expresó el vocero. En efecto, tales situaciones son absurdas, grotescas y criminales pero, por desgracia, ocurren con demasiada frecuencia. Y sucede algo más: que los invasores no sólo apuntan, sino que disparan; y no sólo disparan, sino que secuestran y torturan a "civiles inocentes", para usar la beatífica expresión de McClellan.

Hay demasiados reportes de prensa sobre tales episodios como para enumerarlos, y lo que está a debate no es si los ocupantes de Irak asesinan o no a civiles, sino por qué lo hacen. Cuando al Pentágono y a la Casa Blanca no les queda más remedio que admitir sus hechos de sangre más injustificables y bárbaros -es decir, cuando no se trata de masacres de combatientes, sino de bebés, viejitos y tenderas-, los atribuyen a errores y confusiones, invocan el derecho de sus soldados a defenderse y refieren el atolondramiento y la tensión en que viven. Pero es imposible creer la versión del tanquista que en marzo de 2003 disparó el hocico de 120 milímetros de su M1A1 Abrams contra el hotel Palestina, en Bagdad, el 8 de abril de 2003: el edificio, desde el que transmitían sus despachos decenas de periodistas de todo el mundo, fue descrito por el militar como nido de francotiradores. Washington dio por buena la versión de su matón de grueso calibre, pese a que los sobrevivientes del ataque confirmaron de manera unánime que nadie disparó nunca desde el Hotel Palestina. Tampoco es fácil comprender el "error" de la Fuerza Aérea estadunidense cuando bombardeó la sede de Al Jazeera en Bagdad, días después de que la cadena qatarí informó al Pentágono de la localización detallada de su corresponsalía, justamente para evitar que fuese tomada como objetivo.

El ataque contra Sgrena no fue producto de la estupidez de los invasores -por más que esa misma estupidez los conduzca, con frecuencia lamentable, a dispararse entre ellos o a morirse en accidentes de tránsito- ni de la velocidad a la que era conducido el vehículo de la periodista italiana. Fue un designio de alguna instancia del poder militar o civil de Washington para enviar al resto de los países un mensaje inequívoco: no establezcan ninguna clase de contactos o negociaciones con los insurgentes, ni para liberar a rehenes ni para nada más; no se metan en nuestro monopolio.

Y es que el gobierno estadunidense y sus coristas se empeñan en negar cualquier clase de legitimidad a los grupos armados de diversos signos que combaten la ocupación de Irak, ya sea para evadir las regulaciones de la Convención de Ginebra -como hizo contra los combatientes afganos a los que mantiene secuestrados en Guantánamo y otros infiernos- o para reservarse la única interlocución cuando llegue el tiempo -ojalá que sea pronto- en que la Casa Blanca se vea obligada a reconocer lo que el resto del mundo sabe desde hace tiempo, es decir, que perdió la guerra contra Irak, y se resigne a sentarse con representantes de los iraquíes, como hizo en Vietnam, para negociar los términos de la retirada. Lo absurdo, para seguir con el término de McClellan, es la cantidad de muertes -de civiles y militares, de iraquíes, estadunidenses, italianos, polacos, ingleses o salvadoreños- que falta de aquí a entonces.

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