CLOSER: EL OBITUARIO DEL AMOR ROMÁNTICO
Ximena
Bustamante
Tan
lejos y tan cerca
En
El amor como pasión, Niklas Lhuman cimbra nuestras concepciones
sobre el amor y la subjetividad al afirmar: “El medio de comunicación
amor no es en sí mismo un sentimiento, sino un código de
comunicación de acuerdo con cuyas reglas se expresan, se forman
o se simulan determinados sentimientos; o se supedita uno a dichas reglas
o las niega”. A lo largo de los siglos se han sucedido diferentes
códigos amorosos que se han relacionado de manera compleja con
las estructuras sociales de su tiempo, desde el amor cortés medieval,
el amor como pasión en el S.XVII, hasta el surgimiento del amor
romántico a finales del S.XVIII. Una manera de analizar estos códigos
es aproximarse a creaciones culturales como la literatura o, en nuestra
época, la industria fílmica.
A
simple vista Closer, el último film del director Mike Nichols,
parecía no ser otra cosa que una versión hard-core de Tienes
un e-mail, un ejemplo más de cómo la industria del espectáculo
recrea un lenguaje amoroso en gran parte romántico, a pesar de
los cambios en las relaciones de género que se han dado en el último
siglo. Sin embargo, tras el elenco de muñecos de Hollywood, los
atuendos impecables, la ambientación en una ciudad próspera
y departamentos pequeño-burgueses, se encuentra una historia mordaz
que juega con todo su atractivo visual y con la devoción generalizada
a las películas de encuentros amorosos, para vulnerarnos, desnudar
al muerto viviente que es el lenguaje romántico y llevarnos, en
la complejidad de un solo diálogo, del éxtasis a la desolación.
La
historia, llena de saltos temporales y anímicos, muestra a cuatro
individuos que hacen girar su vida en torno a las relaciones de pareja,
al margen de cualquier motivación profesional, artística,
etc. No hay más personajes que los amantes, todo parece accesorio.
La antinomia íntimo/ extraño aparece de manera recurrente
en los diálogos. “Hola extraño”, es la primera
frase que Alice (Natalie Portman) le dice a Dan (Jude Law) cuando lo conoce.
En ese momento son auténticamente desconocidos, sin embargo, el
fantasma de la extrañeza los perseguirá aún cuando
se hayan establecido relaciones de pareja “sólidas”.
El adjetivo Closer tiene un significado equívoco, puede entenderse
como más cerca, pero también como más cerrado. Esta
ambigüedad hace referencia a la manera en que cada uno anhela estar
más cerca de otro, entablar una relación íntima,
cuando, paradójicamente, cada vez están más encerrados
en sí mismos. Así, los personajes de Closer se nos presentan
como “Un grupo de extraños tristes y solos, fotografiados
hermosamente”, frase con la que Alice califica a la exposición
fotográfica Extraños.
El obituario fílmico del amor romántico
Cuando Dan conoce a Alice, le confiesa que se dedica a la Siberia del
periodismo, es decir, escribe obituarios. Le cuenta cómo usa eufemismos
para hablar de los muertos, o de los que aún están vivos,
con tal de no decir de manera cruenta lo que eran o todavía son.
Sociable en lugar de borracho, sensible en lugar de homosexual. Cuando
ella pregunta cuál sería su eufemismo, Dan responde: “Disarming”
(algo que cautiva o desarma). ¿Eufemismo de qué? Quizás
de algo tan grande y terrible que es imposible poner en palabras. Todo
el lenguaje amoroso es un gigantesco eufemismo de algo más, una
manera sofisticada de pedir que alguien te necesite; intentar exorcisar
la soledad; hablar de ti, mediante la referencia al otro; retener a alguien
para tener sexo; refrendar poderío sobre otra persona; o es tal
vez un intento de codificar impulsos, angustias y fantasmas que cuesta
racionalizar. Oímos a lo largo de la película frases prototípicas
de los amantes: “Te amo”, “Podría haberte amado
por siempre”, “Vi esta cara, esta visión”, “Eres
perfecta, amo todo de ti”, pero todas estas declaraciones se ven
ironizadas por las situaciones en las que se les nombra, por la manera
en que encubren, o legitiman, las luchas de poder que caracterizan las
relaciones amorosas y sexuales. Closer es, entonces, el obituario fílmico
del amor romántico.
Los
amantes
El
semen más dulce
Dan, interpretado por Jude Law, tiene tintes de héroe romántico.
Es el poeta, hombre bello, sensible, que hace el amor de manera más
delicada que el médico, y cuyo semen, incluso, sabe más
dulce. La misoginia propia del amor romántico es más sutil
y tal vez por ello, más corrosiva que otras. No se denigra a la
mujer abiertamente, se le “exalta”; se le convierte en una
“visión”, como llama Dan a Alice, una especie de figura
etérea en la que se depositan anhelos, frustraciones e ideales,
que jamás podrán ser satisfechos por una mujer de carne
y hueso. Este es el impulso que mueve a Dan, por él va buscando
entre las multitudes a su musa, a esa iluminación que, al cegarlo,
lo eleve y le permita escapar de la monotonía de los días.
La musa no tarda en revelar su imperfección y tiene que ser sustituida,
por ello Damien Rice, en la magnífica canción que acompaña
el principio y fin de la película , confiesa desgarrado: “No
puedo alejar mis ojos de ti / No puedo alejar mi mente de ti”; para
después aclarar: “Hasta que encuentre alguien nuevo”.
El
hombre de las cavernas
Clive Owen interpreta de manera magistral a Larry, el hombre viril, protector,
cuyo físico concuerda con las habilidades que se esperan de un
médico: fortaleza, pragmatismo, dominio de las situaciones. A pesar
de que el médico es esclavo de un modelo de masculinidad que parece
muy alejado del de Dan, en sus discursos sobre el amor se revela una veta
romántica, pues hace una clara distinción entre la sexualidad
descontrolada, salvaje, y la sistematizada, legítima, que forzosamente
es amor. Esta postura es romántica, ya que, según Lhuman,
fue en el siglo XIX cuando se perfeccionó la idea de que el amor
no era más que la realización ideal y la sistematización
del instinto sexual.
A pesar de las aparentes diferencias entre los dos personajes masculinos,
el lenguaje amoroso de ambos queda expuesto como una farsa ante los deseos
de dominio que tienen sobre su pareja. Ni el héroe romántico,
ni el hombre devoto del compromiso y de las relaciones institucionalizadas,
pueden soportar que sus mujeres sean “poseídas” por
otro. Cuando Dan ha logrado que Ana deje a su esposo, se enfurece al descubrir
que se acostó con él a cambio del divorcio. “No le
di nada”, alega ella; “Tu cuerpo”, responde él,
para después declarar desencantado: “Hemos perdido la inocencia.”
Empero, esto no es cuestión de inocencia, sino de poder.
La
masoquista
Ana es una fotógrafa exitosa, pero al mismo tiempo es una mujer
cobarde y manipulable. Su matrimonio con Larry resulta ser un arma que
en diferentes momentos cada jugador utiliza a su conveniencia. Ana, para
pretender que la relación funcione; Larry, para chantajearla y
refrendar su poder sobre ella: “Serás mi puta y, a cambio,
te pagaré con tu libertad”.
La
relación de Ana con Dan florece mientras es clandestina, prohibida,
pero cuando ella deja a Larry y por fin puede vivirla sin obstáculos,
ni culpas, se decepciona. Descubre que el poeta es débil y le tiene
pavor a la sexualidad. Una vez satisfecha su sed de aventura, la mujer
independiente tiene que volver a los brazos del hombre protector, aunque
odie sus manos y sus simplezas. “La amas como un amo a su perro”,
le reclama Dan a Larry. “Y a cambio el perro ama su amo”,
contesta Larry.
La
escapista
Natalie Portman encarna a Alice, personaje intrigante y ambiguo. Es la
fracasada del cuarteto (más que Dan), la que no tiene ambiciones
y acepta que su empleo de mesera no es algo temporal. Sólo destaca
por su juventud y belleza. Sin embargo, esta chica simple es la que propina
frases demoledoras que exponen la vacuidad del lenguaje amoroso, como
cuándo le grita a Dan: “¡¿Dónde está
tu amor?! No puedo verlo, no puedo tocarlo. No puedo hacer nada con tus
palabras fáciles”.
Alice aparenta ser una mujer fuerte, pero a ratos su fortaleza parece
más bien una armadura. Al final de la película queda expuesta
como la extraña por antonomasia: extraña ante los otros
personajes, los espectadores y sí misma. No sabemos nada de su
vida, más que al inicio de la historia va de Nueva York a Londres
para escapar del fracaso amoroso con un hombre desconocido, y luego, de
Londres a Nueva York para escapar del fracaso con Dan. Lo más desconcertante
es que también es extraña ante ella misma. Desde su llegada
a Londres construye un personaje con tal de no estar “sola”,
pues en realidad no escapa de amores fracasados, escapa de sí.
La guerra de los vencidos
Hacia
el final de la película, Alice le dice a Larry que las relaciones
no son una guerra; sin embargo, toda esta historia nos hace pensar que
lo son. Una guerra en la que todos y todas participan. Ellos luchan, entre
otras cosas, por definir su masculinidad, refrendar su poderío,
darle vida a sus ficciones. Ellas se baten por no estar “solas”,
aunque eso requiera camuflaje; les atormenta no ser quién se espera
que sean. Alice deja que Dan le construya un pasado que cumpla con sus
fantasías de escritor delirante; cuando él la abandona,
cree que es porque no es exitosa como Ana. Ana, por su parte, no se atreve
a dejarse odiar, tiene que mostrarse como serena, no malintencionada,
víctima de las circunstancias, la mujer que jamás busco
robar hombres ajenos; aunque en realidad juegue sucio y traicione.
En
esta guerra todos pierden, hasta los que se quedan juntos. De ahí
la desolación que inspira, al final de la película, la escena
de Larry y Ana acostados en el respetable lecho matrimonial, mientras
Rice canta: “Y así es/ La historia más corta/ No hay
amor, no hay gloria”.
Así
como Alice pregunta, de manera hipócrita, al salir de la exposición
de foto Extraños: “¿Quién era toda esa gente
horrible?”, muchos espectadores salen de la sala de cine afirmando,
al menos de dientes para afuera, que los personajes de Closer son seres
ajenos, mezquinos y despreciables. Valdría más la pena preguntarnos
qué tan cerca estamos de esos extraños, qué tanto
su lenguaje es el nuestro, y su forma de amar la que nosotros hemos aprendido.
¿O será que no podemos soportar que, a decir de Larry, el
corazón (Metáfora por excelencia del amor romántico)
sea como un puño ensangrentado
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