Giuliana Sgrena: no excluyo que yo fuera el blanco del ataque de EU
''Son estadunidenses los que no quieren que vuelvas'', le advirtieron sus captores
Ampliar la imagen Cientos de romanos hacen fila para rendir tributo al agente secreto italiano Nicola Calipari, muerto por las fuerzas estadunidenses en Irak FOTO AP
Roma, 6 de marzo. "Son los estadunidenses los que no quieren que vuelvas", le advirtieron sus captores a Giuliana Sgrena en Irak. Palabras que en aquel momento "juzgué superfluas e ideológicas", dice la periodista italiana que, sin embargo, las recordaría cuando Nicola Calipari, agente de inteligencia, murió en sus brazos tras una lluvia de balas estadunidenses contra el vehículo en el que se dirigían al aeropuerto.
Mi verdad es el título del vívido relato de Sgrena sobre su secuestro y su sangriento desenlace, publicado este domingo y mañana lunes en el diario Il Manifesto. "Nuestro auto iba despacio, los estadunidenses dispararon sin motivo", ha declarado la periodista.
"Todavía estoy en la oscuridad. La del viernes fue la jornada más dramática de mi vida. Eran tantos días que llevaba secuestrada", cuenta de aquel día. "Vivía horas de espera. Hablábamos de cosas de las cuales sólo después iba a comprender su importancia. Hablaban de problemas relacionados con el traslado", cuenta.
Finalmente, uno de los dos captores que la vigilaba diariamente, le dice "sé que vas a irte, pero no sé cuando". Pero la confirmación llega cuando los captores entran a la estancia donde la periodista estaba confinada para decirle: "Felicidades, estás saliendo para Roma".
"Experimenté una extraña sensación. Porque aquellas palabras evocaron repentinamente la idea de liberación, pero también un vacío en mi interior. Entendí que era el momento más difícil de todo el secuestro y que si todo aquello que había vivido hasta este momento era 'cierto', se abría ahora un abismo de incertidumbre."
"Me cambié de ropa. Ellos regresaron: 'Te acompañamos nosotros, y no des señales de tu presencia al lado nuestro, porque los estadunidenses podrían intervenir'. Era la confirmación que no hubiera querido escuchar. Era el momento más feliz pero también más peligroso", escribe Sgrena.
"Si encontrábamos a alguno, es decir, a militares estadunidenses, iba a haber un intercambio de fuego, mis captores estaban preparados y habrían respondido. Debía tener los ojos cubiertos. Ya me había acostumbrado a una momentánea ceguera. De lo que pasaba afuera, sabía sólo que había llovido en Bagdad."
En un momento "sentí algo que no habría querido sentir. Un helicóptero que sobrevolaba a baja altura justamente la zona donde nos habíamos detenido. 'Quédate tranquila, ahora vendrán a buscarte... en diez minutos vendrán a buscarte'".
Giuliana, los ojos cubiertos de algodón sostenidos por un par de lentes para sol, sale entonces del automóvil: "Pensé... y ahora, ¿qué hago?" Pero entonces oye la voz del agente Calipari: "Giuliana, Giuliana, soy Nicola, no te preocupes, hablé con Gabriele Polo (director de Il Manifesto), estás libre".
"Me sentí aliviada, no por lo que sucedía y que no comprendía, sino por las palabras de este Nicola. Hablaba, hablaba, era incontenible, una avalancha de frases amigas", dice Giuliana, de 56 años, sobre su encuentro con el jefe del equipo que coordinó la operación para su liberación.
"Sentí finalmente una consolación casi física, cálida, que había olvidado desde hace tiempo", continúa. Ya montados en un automóvil, el chofer "comunica dos veces a la embajada de Italia" que están en camino al aeropuerto.
"Faltaba menos de un kilómetro. En este punto, recuerdo solamente el fuego, una lluvia de fuego y proyectiles sobre nosotros acallando para siempre las voces divertidas de pocos minutos antes", prosigue la periodista.
"El chofer gritó '¡Somos italianos!, ¡somos italianos!' Nicola Calipari se lanzó sobre mí para protegerme y de pronto, repito, de pronto, sentí su último aliento y se moría encima."
"Hay estadunidenses que no quieren que usted regrese"
Fue cuando les sorprendió la lluvia de balas que a Giuliana le vinieron a la mente "como rayo" las palabras de sus secuestradores, cuando durante su cautiverio de cuatro semanas, le dijeron en una ocasión que "hay estadunidenses que no quieren que usted regrese, palabras que juzgué superfluas e ideológicas".
El resto del episodio no puede aún contarlo, pues el asunto está siendo investigado por la justicia italiana, a la cual declaró la víspera que el automóvil en que viajaba junto con tres agentes italianos no circulaba a gran velocidad, como afirma el gobierno estadunidense, y que los soldados no intentaron detenerlos ni identificarlos antes de dispararles.
Estos dichos fueron corroborados por uno de los agentes, herido al igual que ella, que regresó ya a Italia: "Los disparos no podían justificarse por la velocidad del automóvil, la marcha era regular y no propiciaba ningún equívoco". El agente restante, gravemente herido, está aún en un hospital de Bagdad.
Durante el trayecto, el automóvil no se cruzó ningún puesto de control y fue a unos 700 metros de la entrada del aeropuerto, una zona considerada segura, que un blindado estadunidense los iluminó y comenzó a ametrallar al vehículo, que recibió entre 300 y 400 impactos de bala en unos pocos minutos.
En el artículo, Sgrena recuerda además sus días como rehén.
"Durante los primeros días de mi secuestro no derramé ni una lágrima. Simplemente estaba tremendamente enfurecida. Una y otra vez preguntaba a sus secuestradores: ¿Cómo me pueden haber plagiado si estoy en contra de la guerra de Irak?"
A lo que ellos respondían: "Porque tú puedes hablar con la gente. No secuestraríamos jamás a un periodista que se queda encerrado en un hotel. Además, el hecho que tú digas que estás contra la guerra podría ser una cobertura", es decir, un engaño.
Algunos días después de haber sido secuestrada, sus captores le permiten ver televisión, y lo que ella ve es un fotografía gigante, sobre la alcaldía de Roma, pero en seguida la reivindicación de la Jihad, que anuncia que la ejecutará si Italia no retira las tropas.
"Estaba aterrorizada", recuerda. Sus secuestradores la tranquilizan, asegurándole que la exigencia no es real.
"Fue un mes de alternancia entre fuertes esperanzas y momentos de gran depresión", prosigue Sgrenga, quien señala que los captores, entre los que había una mujer, parecían pertenecer a un grupo religioso porque rezaban varias veces al día.
Pero Sgrena viviría otra pesadilla, cuando ya liberada, logra sobrevivir al fuego estadunidense, pero no el hombre que la salvó. "Le abracé dos veces en el espacio de una hora; la primera, cuando me liberó, la segunda, cuando comprobé que estaba muerto y había dado su vida para salvarme", dijo ayer.
"Será más difícil superar la muerte de Nicola que mi secuestro", afirmó Sgrena.
No se puede descartar que para su liberación se pagara un rescate, y "todo el mundo sabe -declaró Sgrena desde el hospital donde está internada- que los estadunidenses no quieren ningún tipo de negociaciones para la liberación de rehenes, por lo que no veo por qué debo excluir haber sido yo el objetivo" del ataque.
Ahora Sgrena ha perdido las certezas que la acompañaron cuando fue a trabajar a Irak. "Sostenía que había que ir y contar esta sucia guerra. Y me encontraba frente a una alternativa: quedarme en el hotel esperando, o terminar siendo secuestrada por mi trabajo", declaró desde el hospital.
Ya no piensa regresar al país árabe, porque "no existen condiciones para reunir información" y sus secuestradores "nos ven a todos como posibles espías".