Usted está aquí: martes 1 de marzo de 2005 Opinión Arco, Eco, et. al.

Teresa del Conde /II y última

Arco, Eco, et. al.

No se apaciguan los ánimos respecto de las experiencias que cada quien, asistente o no, guarda acerca de la participación de México como país invitado a la Feria Internacional de Arte Contemporáneo Arco 2005, contando con varios espacios importantes de exhibición; uno de ellos la Casa de América, donde en ''las caballerizas" recayó Carlos Amorales, con conjunto coherente, ordenado y bien expuesto. La revisión dibujística del propio archivo del artista lo llevó a idear una baraja de intenciones sociopolíticas mediante metáforas que tienen que ver con el vuelo, la evolución orgánica y las amenazas bélicas.

El título Why to fear the future? por necesidad es en inglés. Las mociones conceptuales suelen darse mejor en este tipo de medios que en otros y la mejor participación de esta índole, verificada en la exposición Eco, en el Reina Sofía, fue la de Miguel Angel Ríos.

Es un video proyectado en tres canales, se titula A morir y es ya colección de la Fundación La Caixa de Barcelona. Son trompos de diferentes dimensiones que rotan, se golpean, se eliminan o son ''barridos" fuera del tablero de combate por las instancias represoras. Aquí mi aprecio tiene que ver con la representación visual lograda, cosa que no sucede con otros productos que intentan ''crear conciencia".

Buen número de piezas, quizá ya demasiado ventiladas, correspondieron a lo que se esperaba del curador, Osvaldo Sánchez, más que a las del cocurador Kevin Power, versado en Cuba, el Caribe y sus artistas. Pero la selección no dejó de causar desconcierto. La incidencia más intensa de la pintura y de la escultura hubiera resultado deseable. El artista representado con mayor número de piezas es Thomas Glassford.

De otros creadores, Francisco Castro Leñero por ejemplo, se exhibió una sola obra, Canción pigmea (1994), que ocupa ya un lugar conspicuo en el clasicismo contemporáneo, colocado en la misma zona en la que campea el mosaico de Fernando García Correa, integrado por mil 59 piezas y flanqueado por un haz del propio Glassford.

De entrada a la zona se exhibe una pintura de Gunther Gerzso, que intenta justificar históricamente estas inclusiones ''abstractas". También hay algún surrealismo visceral, personificado por el extinto Enrique Guzmán: Amistad (1974) y por Julio Galán con un autorretrato masturbatorio de 1992.

La escultura de Jorge Yázpik, tallada en piedra volcánica y cortada con instrumentos de precisión, elegida quizá porque en algo recuerda a Eduardo Chillida, casi pasa inadvertida. Reynaldo V. Zebadúa hubiera llamado poderosamente la atención en esa zona.

El área mexicana abre con cuatro imágenes digitales 100 x 150 del madrileño Santiago Sierra, que vive en México desde 1995, elegido en 2003 para el pabellón español de la Bienal de Venecia y participante en una exposición de la South London Gallery, curada, si mal no recuerdo, por el colega Cuauhtémoc Medina. Me refiero a ''Veinte millones de mexicanos no pueden estar equivocados", lema cervecero de los años 50.

Casi anexa se encontraba una de las piezas más admiradas de la muestra, la de Marcos Kurtycz (1934-1996), una talla en piedra caliza cuyo canal abierto contiene mercurio líquido. En materia tridimensional, ésta y la escultura de Kyoto Ota, Resonancia congelada (1998), resultaron relevantes, lo mismo que las tres pinturas Bajo tratamiento, de Yishai Jusidman, antes exhibidas junto con las demás que integran esa serie en el Museo Carrillo Gil, hará unos seis años.

Al mismo pintor se le rencuentra con trabajos recientes sobre tapetes de lana que ostentan textos de un epistolario del siglo XVIII. Se leen bajo un fondo pictorizado que cromáticamente remite al cubismo y a los inicios de la abstracción ''pura".

Casi al final hay un video magistral, de pocos minutos, del prematuramente fallecido Ulises Carrión (1941-1989) a quien debe reconocérsele el carácter inaugural que un vasto número de productos actuales conllevan, incluyendo la Coreografía de una infección (idea bien elucubrada) de Eduardo Abaroa. Son proliferaciones cancerígenas realizadas con hebras de plástico que sugieren su reproducción ad infinitum.

Sólo me he referido a las obras que captan la atención, sin conceder espacio a las que me parecieron totalmente prescindibles y a otras incursiones más bien medianas. La instalación con cerillos de Diego Theo es atractiva y ha aparecido ilustrada hasta en revistas aéreas. Si en México siempre ha habido buena pintura, dibujo, etcétera, ¿por qué no asumir que ésa es una característica histórica inherente a nuestro país?

 
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