Editorial
Banca ineficiente y onerosa
En vísperas de la realización de la Convención Bancaria de este año, se multiplican en el país los señalamientos por el desencuentro entre la banca privada y la economía nacional, así como por la ineficiencia y los abusos de las empresas de ese sector. En entrevista con este diario, el presidente saliente de la Asociación de Bancos de México (ABM), Manuel Medina Mora, sin negar los extravíos y los absurdos cometidos en el pasado reciente por los banqueros, muestra el escenario de una banca cada vez más transparente, eficaz, competitiva y dedicada al negocio bancario propiamente dicho, que en casi todos los países del mundo consiste en recibir dinero en depósito y otorgarlo en préstamo.
Sin embargo, tal optimismo es desmentido por las quejas de los industriales acerca del crédito que ofrecen los bancos que operan en México más caro, más burocrático, con plazos más cortos y con más condiciones y garantías que en otras naciones; por las afirmaciones del director del Banco de México, Guillermo Ortiz, sobre la concentración del negocio bancario en unas cuantas manos y los altos precios y la falta de competitividad de los servicios y las comisiones, así como por la percepción generalizada de la sociedad, la cual desconfía mayoritaria y justificadamente de las instituciones bancarias, las cuales tanto las que desaparecieron tras la crisis de 1994-1995, como las que sobrevivieron a ella fueron el instrumento para el mayor saqueo de las arcas públicas en la historia del país: 600 mil millones de pesos de deudas privadas, que cabe recordar pasaron a formar parte del déficit nacional mediante una oscura y tramposa componenda entre los banqueros, el gobierno zedillista y los legisladores de PRI y PAN que aprobaron y legalizaron el atraco. La mayoría de los responsables del desfalco no fue jamás sancionada de manera alguna, y del puñado de indiciados sólo uno permanece en la cárcel.
Desde la consumación de ese fraude descomunal, las fuentes principales de ingresos de las empresas bancarias son los pagos, con dinero del erario, de un "rescate bancario" que hasta la fecha mantiene al Estado en una estrechez presupuestal absurda, los cobros de intereses por la deuda del gobierno federal y las comisiones estratosféricas por servicios bancarios. Pero el sector industrial, y no se diga el agrario, carecen de acceso al crédito; el grueso de los inversionistas ni siquiera consideran como opción depositar su dinero en cuentas bancarias y la mayoría de los particulares siguen sin contar con un sistema bancario eficiente y confiable. Además, habida cuenta de las excesivas tasas de interés, la gente considera, con razón, que la contratación de un crédito hipotecario con un banco es una temeridad y un contrasentido.
En el encuentro de banqueros que tendrá lugar en Acapulco seguramente sonarán fanfarrias por la reactivación, en tiempos recientes, de créditos al consumo, un fenómeno por demás insuficiente y que difícilmente justificaría, por sí mismo, el desmedido esfuerzo y los sacrificios que el zedillismo impuso al país que el foxismo mantiene al pie de la letra para evitar que los bancos privados sucumbieran a su propia ineficiencia y a la corrupción de sus funcionarios y propietarios. El argumento favorito del gobierno anterior fue que México no podía darse el lujo de carecer de un sistema bancario nacional. Sin embargo, la banca actual, trasnacional en su mayor parte, sigue sin servir al país. Por el contrario, es el país el que sirve a los bancos extranjeros para que realicen negocios astronómicos con un riesgo cercano a cero.
México necesita, sí, de bancos y de banqueros, pero a condición de que se comprometan mínimamente con el desarrollo económico nacional, con las expectativas de crecimiento, hasta ahora defraudadas, y con las necesidades de la población. Sólo de esa forma las actuales instituciones financieras privadas podrán disipar la fundada desconfianza y la animadversión que suscitan en la sociedad.