Editorial
Medio Oriente: de nuevo la violencia
Después de unas semanas esperanzadoras el curso de los acontecimientos en el conflicto palestino-israelí vuelve a los derroteros de la violencia. El atentado del sábado pasado en Tel Aviv en el que murieron cuatro personas y resultaron heridas otras 50 es un ataque reprobable y criminal, pues no sólo deja una estela de víctimas y daños materiales, sino constituye un duro golpe a la incipiente y frágil reactivación de las negociaciones entre el régimen militarista de Tel Aviv, encabezado por Ariel Sharon, y la debilitada Autoridad Nacional Palestina (ANP), que preside Mahmoud Abbas. En sus primeras reacciones, el gobierno israelí amenazó con interrumpir los contactos, retomar sus acciones de venganza armada contra la población de Gaza y Cisjordania, y acusó a Siria de estar detrás del atentado, señalamiento que no parece sustentarse en la realidad y que podría estar orientado, en todo caso, a montarse en la campaña diplomática que el gobierno de Washington lleva a cabo en estos días contra Damasco.
El atentado, el primero en territorio israelí desde la tregua del 8 de febrero, favorece, en los hechos, la dinámica de confrontación que ha caracterizado al gobierno de Sharon, quien renovó sus exigencias de que la ANP "actúe contra el terrorismo", como si esa entidad tuviera poder real para desactivar a los grupos radicales fundamentalistas y seculares después de cinco años en los que las fuerzas de Tel Aviv destruyeron buena parte de la infraestructura de las frágiles instituciones palestinas, y con un presidente que carece del ascendiente y la autoridad de que gozaba su antecesor. Si el extinto Yasser Arafat no fue capaz de impedir los atentados terroristas de Hamas, la Brigada de los Mártires de Al Aqsa y otros grupos, Mahmoud Abbas no va a lograr, en este terreno, mejores resultados, y Sharon lo sabe perfectamente.
De esta forma, los palestinos son colocados en la situación de hacerlo todo a cambio de no recibir nada y se les deja cargar solos con la responsabilidad de mantener vivos los contactos que acaban de restablecerse, a falta de un verdadero proceso de paz, entre las partes en conflicto. Por su parte, el gobierno de Tel Aviv sigue adelante con sus planes de construir nuevos asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada y sigue sin enterarse de su obligación de cumplir con las resoluciones 242 y 338 de la Organización de Naciones Unidas, en las que se ordena devolver Jerusalén oriental a sus legítimos propietarios, así como la totalidad de Cisjordania y Gaza, y volver a las líneas de demarcación de 1967.
En tanto las autoridades israelíes no renuncien a ocupar territorios que no les pertenecen, y mientras Tel Aviv no deje de hostigar a la población palestina con la construcción de muros y la implantación de retenes, si no es que con violentos ataques militares directos contra sus personas y sus propiedades, el terrorismo palestino seguirá contando con caldo de cultivo y argumentos para perpetrar atentados como el del pasado sábado.
Si bien la reanudación de negociaciones entre palestinos e israelíes fue vista con cierto optimismo por la comunidad internacional, y los gestos conciliatorios israelíes (liberación de palestinos presos, suspensión de los asesinatos selectivos, entre otras medidas) fueron aplaudidos en todo el mundo, no hay que ver en esos hechos más que medidas de distensión para hacer posible un diálogo que desemboque en un nuevo proceso de paz. Por desgracia, el sábado, de manera cruenta, se reanudaron los contactos entre los partidarios de la guerra en uno y otro bando.