¿LA FIESTA EN PAZ?
"Interesar" en España
A PUNTO DE concluir la undécima edición de Mi vida por un lleno, a cargo del embotado Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje (Cecetla), con sede permanente en la Plaza México y filiales en todo el país, unos jóvenes, al hablar de reciprocidad, me preguntaban: ¿Qué necesita un torero mexicano para interesar en España?
SIN ASOMO DE duda les respondí: Primero, ser español; segundo, si no puede adoptar la nacionalidad tener un apoderado influyente en aquel país, y tercero, poseer seguridad en sí mismo, un patrocinador y toda la técnica del mundo.
SIN CONTAR A la primera figura mexicana de la historia, Ponciano Díaz, quien se presentó en Madrid en 1889, con Frascuelo y Guerrita, no con Godínez y Zamacona, como indignamente aceptan nuestros ases actuales, tres etapas confirman en el siglo XX la tradicional actitud inequitativa y proteccionista de empresas, crítica y torería española hacia los diestros destacados de México:
PRIMERO LA DE Rodolfo Gaona, de 1908 a 1920, en que el leonés pudo con todos (as) y con todo, pese al racismo y el triunfalismo emergente de una España ya sin colonias, inmersa en una severa crisis social que medio paliaba con la sensacional dupla de Joselito y Belmonte. "Conmigo no pudo la pareja", recordaba satisfecho el Indio Grande.
Y JUNTO A la magistral elegancia de Gaona en ruedos españoles, el valor desmedido y los espectaculares volapiés de Luis Freg, a quien allá apodaron Don Valor, y la personalidad y el sello macho de Juan Silveti, quienes captaron la admiración de la afición sana y el interés de empresarios lúcidos, con una clara idea de competencia internacional, en igualdad de condiciones, como otro ingrediente del negocio taurino.
ENSEGUIDA LA DEL maestro Fermín Espinosa Armillita Chico, que a los 16 años 10 meses de edad inicia en España la carrera taurina más impresionante y sostenida de la historia, no con reses de la ilusión sino con el fiero toro de la preguerra civil, que sólo será interrumpida por la rabia impotente de algunos toreros españoles que en 1936 deciden boicotear a Fermín en particular y a los toreros mexicanos en general, pues Heriberto, Solórzano, Liceaga, El Soldado o Lorenzo se habían constituido en poderosos imanes de taquilla para los públicos peninsulares. Paréntesis tan intenso como fugaz fue la confrontación de Carlos Arruza y Manolete en 44 y 45, pero a fin de cuentas la madre patria impide cualquier posibilidad que pretenda irrumpir en el cerrado, por autosuficiente, medio taurino español. Allá sobran Zotolucos; acá no saben cómo generar utilidades sin Hermoso y El Juli.
Y POR ULTIMO la de Manolo Martínez, a partir de 1969, así como las sorprendentes actuaciones de Rivera y Cavazos, quienes también triunfan con el toro español. Como eso no se podía tolerar, a la segunda o tercera temporada los tres diestros cancelan sus compromisos en la península y regresan a convertirse en cabezas de ratón, con las consecuencias padecidas hasta hoy.