Salieron mansos y peligrosos los verdaderos toros del hierro de Cuatro Caminos
Christian Ortega triunfó al cortar una riñonuda y merecida oreja
Casasola, por los aires con los dos de su lote
Castañeda confimó alternativa 9 años después
Para evitar que el mayor número de espectadores entrara ayer en la Monumental Plaza Muerta (antes México), el "empresario" Rafael Herrerías buscó al torero más desconocido del país y encontró al valiente y simpático César Castañeda, un muchacho de Tijuana que tomó la alternativa hace nueve años, para terciar el cartel de la decimoctava pachanga de la temporada alta 2004-2005, en la que alternaron asimismo dos jóvenes pero abandonadas promesas: Leopoldo Casasola y Christian Ortega.
Herrerías los contrató para matar un encierro de la ganadería de Cuatro Caminos, formado por dos novillos y cuatro toros de verdad, que resultaron ser una punta de mansos, peligrosos, inciertos, descompuestos y llorones, a uno de los cuales Ortega le cortó a pulso una merecida y riñonuda oreja, que el juez Eduardo Delgado se negaba virtuosamente a otorgar, hasta que la presión popular se la arrancó con base en chiflidos y pañuelos.
Lo más notable del resto de la tarde fue el cielo, un cielo azul atigrado de nubes rápidas que pasaban con vértigo sobre las redondas azoteas del pozo de cemento, pero como dijo alguien, ¡al toro, al toro! Y pasadas las cuatro de la tarde, saltó a la arena Vida Nueva, un novillote de dizque 477, negro bragado, cornicorto y rabilargo, que tomó una vara sin recargar y se quedó parado hasta su último minuto. Revolviéndose, defendiéndose con medias embestidas, fue un enigma para Castañeda, que cubrió el segundo tercio voluntariosamente, asomándose al balcón al clavar el tercer par. Tras el ritual intercambio de trastos con Casasola, que lo apadrinó en su confirmación, Castañeda se lleva al bicho a trapazos a los medios y a trapazos lo regresa a las tablas, mientras se desata el viento con furia. Luego de más trapazos y desarmes, el de Tijuana lo mata de soberbio volapié y la gente lo saca a saludar al tercio.
Con Fogonero, cárdeno bragado de dizque 473, bien armado y astifino pero de escaso trapío, que no pelea con el caballo, Casasola quita por apretadas gaoneras y con la muleta le pega una hermosa trincherilla a guisa de bienvenida, antes de llevarlo al centro del redondel donde el marrajo se le adelanta a la mitad de un desplante y se lo echa al lomo empapándolo de sangre de la oreja a la rodilla derecha. Con la negra cabellera teñida de rubio por la arena, Casasola mata de pinchazo, bajonazo y descabello y se retira entre aplausitos.
Registrador, negro zaino y cornicorto, de 525 (aquí no cabe el "dizque"), es el tercero de la tarde y el primero de Christian Ortega, pero se paraliza bajo el peto del picador, y deja de embestir en el segundo tercio, que el matador cubre con alegría pero relativo lucimiento. Después de brindar a su abuelito en el segundo tendido de sombra, el muchacho inicia la faena en los medios pero el matalote lo ataca por sorpresa, lo zarandea en el aire instantes que parecen minutos, y le arranca la taleguilla del glúteo izquierdo. Sin mirarse la ropa, Christián comprende la situación y conduce al animal a la zona de tablas donde lo torea como lo que es: un manso perdido, al que obliga a pasar por la izquierda, desengañándolo con la franela y con la pierna, en una labor llena de valor, afición y entrega, que culmina de un estoconazo de efectos retardados pero letales, para cortar la única oreja de la tarde.
Con Leguleyo, de 555, negro entrepelado, cornidelantero y débil de remos, tan manso y deleznable como sus hermanos, Castañeda vuelve a intentarlo todo pero no tiene nada que hacer. Después de tomar una única vara, el toro se petrifica y se dedica a llorar sin consuelo hasta el final de su vida. El de Tijuana lo banderillea sin éxito y lo trapea empeñosamente hasta que todos, incluso él, nos aburrimos. Entonces el toro aúlla al recibir el espadazo en buen sitio que lo matará.
Casasola regresa con Apóstol, negro zaino, enorme, de 570, pero manso y problemático, y el muchacho vuelve a cometer el error de confiarse en un desplante muleteril y el bovino lo empitona y lo golpea, mientras la policía privada de la plazota intenta sacar a un majadero borracho que abofeteó a su propia esposa. Pardal, negro zaino y cornalón de 497, es el último del encierro y Ortega lo adorna en el segundo tercio con una novedosa ejecución del violín al cuarteo, no al quiebro como se estila, y eso es todo cuanto se puede contar de lo acontecido ayer en el reino de la miseria taurina, y ahora no se sabe si el festejo del domingo próximo será el último o el penúltimo del invierno que se acerca a su fin.