NUEVAS EMPRESAS RURALES |
28 de febrero de 2005 |
Con
productos poco convencionales, como carne de rana, dulces de tamarindo
o mango, guacamole y queso Cotija para el que buscan
denominación de
origen campesinos de varias regiones del país que regresan
de Estados
Unidos están buscando la forma de hacer negocio en sus lugares
de
origen. En vez de emigrar, quieren ganarse la vida aquí
vendiendo al
mercado estadunidense.
Juliana Fregoso Hace 12 años, Edelmiro Ceja, agricultor de Tequesquitlán, Jalisco, abandonó su tierra para cumplir con el rito de emigrar a Estados Unidos (EU), queriendo mejorar su nivel de vida. Más allá de los dólares, en su cabeza había una meta: regresar para hacer que su tierra fuera negocio. Tras siete años de trabajar allá, empezó a mandar dinero a su amigo Salvador Leal, quien lo esperaba para trabajar en un proyecto que involucrara a los productores de tamarindo de la zona, quienes por la falta de mercado y el abuso de coyotes veían cada año que su actividad decaía. En 2001 Edelmiro regresó y decidió cambiar su traje de manta por el de empresario. Con el dinero que reunió en EU se asoció con una veintena de productores de tamarindo para fundar la Tamarindera de Tequestitlán que este año se lanza a la conquista de EU y Canadá donde el mercado para el tamarindo está valuado en 1.8 millones de dólares. Edelmiro y sus compañeros son ejemplo de un segmento de la sociedad rural que se está formando en México. En él pueden abrirse oportunidades para algunos de los 25 millones de campesinos, muchos de los cuales viven en la pobreza. Integrar sus empresas puede ofrecerles más certidumbre sobre su actividad productiva. El mercado interno queda en segundo plano, pues gracias a las asociaciones con empresarios pueden llevar su producto al extranjero donde se vende hasta 300 por ciento por encima del precio que obtendrían en México. Según la Sagarpa, un melón en Japón puede cotizarse hasta en 150 dólares, un aguacate en dos y un frasco de medio kilogramo de miel orgánica en 30 dólares. Vale más si la presentación es artesanal. Tan sólo en EU, la agroindustria tiene un mercado potencial de 39 millones de personas (25 millones de origen mexicano) que buscan productos tradicionales latinoamericanos, principalmente salsas, fruta en conserva y dulces. Como afirma Jesús Melgoza, director del Centro Empresarial para las Exportaciones de Michoacán, "el productor debe ir al mercado que mejor pague". Jalisco y Michoacán, dos de los principales expulsores de trabajadores hacia EU, han echado a andar los tractores y ahora ven en este tipo de empresarios rurales la oportunidad para rescatar el sector. El desarrollo de marcas propias mediante empresas integradoras, la mayor inversión en tecnología y logística para comercializar son las vías a las que han recurrido para mantener andando el arado. Ahora todo lo que produce el agro es exportable, desde el nopal hasta la rana. No en vano la agroindustria representa 20 por ciento de las exportaciones de las Pymes mexicanas en 2004. Estados Unidos es por ahora el mayor destinatario, pero Francia, Canadá, Reino Unido y Japón también empiezan a ver atractivos los productos agroindustriales mexicanos. Cruzando fronteras Michoacán cuenta con 50 productos que pueden ser procesados y facturados. Las exportaciones de frutas y hortalizas han crecido considerablemente, ya que entre 1997 y 1998 su valor era de 100 millones de dólares y en 2004 pasó a 450. De acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Rural, el año anterior se apoyaron proyectos de agronegocios por 382 mil pesos y se invirtieron 42 millones para mejorar la tecnología y dar valor agregado a los productos del campo. En los últimos dos años se han desarrollado 180 proyectos, algunos mediante marcas colectivas, como el queso Cotija, del que actualmente se busca la denominación de origen. Este esfuerzo ha logrado crear marcas como Productos Carmelita, agroempresa dedicada desde hace tres años a la fabricación de bebidas destiladas de frutas y dulces tradicionales. La firma, que cosecha y fabrica sus productos, cuenta con página web, catálogos y trípticos. A mediados de 2004, cinco agroempresas michoacanas fabricantes de galletas, chocolate de mesa, guacamole, salsas caseras y mangos vendieron en Estados Unidos 415 mil pesos al mes cada una. En Jalisco, que en promedio trabaja al año 600 proyectos de agroempresas, existen ejemplos como la cooperativa Homala, integrada por mujeres que aprovechan hoja de maíz, estropajo natural, yute, ixtle, henequén y manta para la elaboración de muñecas con trajes regionales, lámparas, cuadros, nacimientos, coronas, ángeles, adornos de todo tipo, así como réplicas de imágenes religiosas que alcanzan precios de 15 dólares. "Queremos avanzar en marcas propias y estamos haciendo un proyecto para desarrollar la marca Jalisco, que el mismo gobierno estatal la impulse, etiquete y promueva para que pueda ingresar con ventajas a cualquier mercado", apunta el director de regiones prioritarias de la Secretaría de Desarrollo Rural de Jalisco, José Herrera Marcos. En los últimos cuatro años, el gobierno estatal invirtió 200 millones de pesos para el desarrollo de su agroindustria y ha encontrado en la exportación del tequila y la tuna los mejores ejemplos de éxito. Un proyecto tiene emocionados a los productores: la exportación de rana a Canadá. Los productores también se encaminan hacia la agricultura orgánica. A escala nacional es el subsector agrícola más dinámico, pues ha aumentado su superficie de 54 mil hectáreas en 1998 a 103 mil hectáreas en 2000. Esta agricultura es practicada por más de 33 mil productores en 262 zonas de cultivo en 28 estados de la República, generando 140 millones de dólares en divisas. Alrededor de la mitad de los productores orgánicos de México pertenecen a algún grupo indígena. Las espinas en el nopal El cambio de traje tiene sus riesgos. El principal es que la ganancia de una agroindustria llega en el mediano o largo plazo. Pero, como dice Edelmiro, con los pequeños pasos que se dan cada día se pueden conseguir utilidades. Cita el ejemplo de su agroindustria, que en dos años subió de 20 a 103 el número de productores con los que trabaja. Consiguieron eliminar el intermediarismo y coyotaje que anteriormente les pagaba el kilo de tamarindo a 3.50 pesos, ahora lo venden a seis, lo que se traduce en más ganancias para el productor. Otra de sus metas para este año es desarrollar un sitio web que los internacionalice. Ser empresario también implica mayor capacitación del agroproductor que no sólo tiene que aprender a hacer las cuentas, dice Edelmiro, sino también conocer mercadotecnia, mercados, meterse en los programas de apoyo financiero, calcular beneficios y buscar cómo dar valor agregado al producto. Pero en cualquier caso es mejor hacerlo a sentarse a esperar que pasen los años sin que llegue la justicia al campo § |