Durante 149 minutos, el rey del soul interpretó sus más grandes éxitos en el Auditorio Nacional
Mister James Brown ofreció una exquisita sesión de sexo musical
Pese a que faltaron los splits, sus shouts, sus gemidos y sus quejidos llevaron al éxtasis al respetable
El Señor Dinamita demostró en el escenario que su reinado en el soul no tiene edad
Ampliar la imagen A sus 71 a� James Brown sigue interpretando de manera inenarrable el soul, ritmo que lo ha consagrado FOTO Cortes�Ocesa
El estallido duró muchos minutos. Tantos como 149.
A las 20 con 51 del día 25 del mes 2 del año 2005, el Señor Dinamita, Mister James Brown mandó a sus huestes, una oncena bicolor -gente morena y gente blanca, todos vestidos de blanco y rojo, bicolores en su piel y en sus atuendos- a calentar la cancha.
Los 11 magníficos driblaron, chutaron, gambetearon y afinaron sus disparos, pusieron en escena la música envuelta en fiebre con una larga introducción que anunciaba penetraciones más profundas.
Era el calentamiento riguroso para un ritual bárbaro, una misa profana oficiada por el Señor de los Epítetos: Mister Dynamite, The Godfather of Soul, The hardest working man in showbusiness.
Un oficio de tinieblas iluminado con el resplandeciente, ardoroso clímax de una música ritualística que nos conducirá hacia el clímax. Una música preñada de placer.
Una vez tendido con esa música de piel y deseo el lecho nupcial, las bodas del cielo y el infierno, a lo William Blake, se sucederán de modo tántrico. Lento y firme, lento y suave, lento y glamoroso.
''¿Están listos para el soul?''
La dosis necesaria y suficiente de suspense, el preámbulo amoroso se sucede entonces con la entrada sucesiva de solistas, coristas y un maestro de ceremonias en el mismo timing con que inicia Tres tristes tigres, pues el maestro de ceremonias se encarga de ondular, alargar, entumecer las sílabas para presentar a las coristas, tres, vestidas de azul celeste y bautizadas Bitter sweets, mientras el entertainer, el glamoroso maestro de ceremonias, prepara al público:
Are you ready for the soul? Y alarga aún más las sílabas: and now... and náu, aaaaandd náaauuu, leidis and yens, please welcome the generous, the magnificent, the greatest, mister yéeeeeeiiiiims bráaaaaaunn.
Y hace su entrada entonces desde el fondo izquierdo de la escena un hombre diminuto, coronada su escasa altura física por una leyenda monumental, una cabellera de peluquín negrísima, ninguna gota de sudor y una sonrisa tan blanca como las nubes de Carolina del Sur que lo vieron nacer hace 71 años con nueve meses y vieron esas nubes lo mismo que observaron cuando nació Muddy Waters: este es un Son of a Gun.
Y cumplió entonces anteanoche en el Auditorio Nacional el señor James Brown la misión que lo trajo al mundo de carne y sangre: colmar de placer a los mortales.
Durante muchos minutos, tantos como 149, puso a circular con todos los fluidos corporales de la masa anhelante que lo devoraba desde las butacas, una música sexual tan explícita como pocas han sido en la historia de la música. Tan sexual como Le Sacre du Printemps, de Stravinsky, como el Bolero, de Maurice Ravel, que no es sino un largo, exquisito coito, una música tan exacta como el maullido del gato de Cabrera Infante, que se llama Offenbach porque sus maullidos son tan poco melodiosos que ofende a Bach: Offenbach.
La música de James Brown ya no ofende ni a las buenas conciencias porque hasta el más recatado se rinde ante el embate orgiástico de ese beat endiablecido, de esa cama de agua hirviente que se tiende siempre bajo el funky enardecido de James Brown.
''¿Están bien todos?''
¿Qué por qué es sexual la música de James Brown? Sencillamente porque contiene los ingredientes tántricos, los efluvios mágicos, los ardores impúdicos, los anhelos esdrújulos y el misterio divino que envuelve toda relación sexual.
Una rítmica africana, un espíritu elevado, una pasión turgente. Todo eso traducido a riffs, beats, síncopa y sobre todo a una lógica ritual basada, como todo lo ancestral, en la repetición. El viejo mete-saca, como define Anthony Burguess en su Naranja mecánica a la música sexual.
A las 21 cero cero exactas hizo su aparición James Brown, Jaime Café, Yeims Bráun, yée-eé-éeeimmmsss bráaaun sobre la escena con la primera de 13 piezas, Make it funky, en una sesión de sexo sonoro tántrico: lento, inexorablemente lento. Lento y suave, lento y duro, lento y ardoroso.
No escatimó nada el Señor Café. No dejó nada en el tintero el señor color de tinta oscura. Por supuesto que a diferencia de sus ceremonias sexuales, que es otra manera de nombrar sus conciertos, de hace apenas unos lustros, en esta ocasión James Brown no ejecutó los splits espectaculares que causaban el asombro de los mejores bailarines: su maciza humanidad tendida vertical sobre el piso con las piernas abiertas y todo el peso de su cuerpo.
Pero a cambio de esa ausencia de splits (nadie en su sano juicio le pediría hoy a Alicia Alonso un split, aunque aún baile ciega, a su avanzada edad) se congració con graciosos pasitos que Michael Jackson llevara a sus últimas consecuencias. Se congratuló con desplantes escénicos que Jackie Wilson llevara en su momento a niveles de estratósfera. No se quitó la ropa como hace lustros apenas, tan sólo el moñito negro de su atuendo rojo, pero arrojó entero el repertorio de asombros colmado con la cereza en el pastel de chocolate: el shout divino que ya lo inmortalizó.
Apenas transcurridas tres canciones, alargadas con la elasticidad maestra de su banda legendaria, y el rostro de James Brown ya era el mismo de todos los tiempos que lo recordarán así: el rostro en éxtasis, surcado por mares de sudor. Ríos, riachuelos, oasis, bajamares, pleamares, idas y venidas húmedas en el momento del clímax del concierto, cuando entonó de manera inenarrable el soul más intenso de la noche: It's a man's man's world, una apología de lo femenino en manos de un misógino.
Fue en ese momento en que el Señor Café soltó el divino shout y lo colgó de la última estrella visible a ojo desnudo y se tendió en el piso, sobrecogido, hierático, extasiado, en un canto gospel exquisito. A sus casi 72 años, que cumpirá el 3 de mayo, el señor James Brown ha logrado la madurez de los maestros: un sentido supremo del timing, una potencia insondable que electrocuta con su estructura de drama, intensidad, ethos y pathos, alelado con sus shouts, sus gemidos y quejidos. Su cantilación y encanto. Tendido en el piso, en éxtasis, el señor James Brown levanta la mirada, llena de lágrimas y pregunta dulcemente a sus escuchas: ¿Están bien todos?
Y se levanta enseguida con otro de sus himnos: I feel good, que el mundo entero ha traducido a sus distintos idiomas con el mismo sentido, con la misma intensidad hiperlinguística: I feel good, me siento a toda madre.
Entre el cielo y el infierno
Y en medio de esa hoguera fonqui, encima del placer orgásmico de una masa enfebrecida y alelada, el señor James Brown suelta la enésima pieza de su música clásica: Get up, I feel like being a sex machine, por si hubiera alguna duda de que lo que todos experimentamos fue una larga, ardorosa, exquisita sesión de sexo musical.
A sus casi 72 años, combatiendo contra el cáncer de próstata que hace un par de meses le diagnosticaron y operaron quirúrgicamente, el señor James Brown combate por la vida haciendo música, haciendo su trabajo, cumpliendo su misión. En éxtasis, su alma elevada en soul. Así lo recordará siempre la historia: en escena está vivo, sano, salvo.
Así fue como anteanoche el señor James Brown, después de cumplir la ceremonia, se levantó del lecho, hizo una reverencia, se llevó a sus coristas y a su legendaria banda y se elevó hacia el cielo, que había ubicado en el mismo sitio que el infierno durante muchos minutos, tantos como 149.
Y el estallido dura. Duro.