Usted está aquí: domingo 27 de febrero de 2005 Opinión Violeta y marfil

Angeles González Gamio

Violeta y marfil

Como sucede cada año, la primavera se adelanta en la ciudad. Al pasar por la Alameda alegran el alma las flores violáceas de las jacarandas y las enormes, color marfil, de las magnolias que acompañan el paseo a lo largo de la avenida Juárez, que día con día transforma su imagen al ir avanzando la construcción de los edificios de la Secretaría de Relaciones Exteriores y del Tribunal Superior de Justicia, y los contiguos de modernos departamentos, donde podrán vivir con comodidad y hasta cierto lujillo las personas que ahí trabajen, pues van a tener alberca y gimnasio.

Pero sin duda la joya de la avenida es el antiguo templo de Corpus Christi, que, ya muy bien restaurado, está por alojar al Archivo Histórico de Notarías. Durante los trabajos hubo un fascinante descubrimiento, que nos habla de que atrás de las leyendas, por fantásticas que parezcan, suele haber una verdad. El templo pertenecía al convento del mismo nombre, que se fundó en 1720, por orden del virrey don Baltasar de Zúñiga, marqués de Valero y duque de Arión, quien apoyó la petición de un grupo de mujeres indígenas, hijas de destacados caciques, a quienes hasta esa fecha no se les había permitido pertenecer a ninguna orden religiosa, por considerar que eran de "alma tierna" y no resistirían los rigores de la vida conventual. Sin embargo sucedió todo lo contrario, su desempeño fue notable, a pesar de que para probarlas con el máximo rigor, les establecieron prohibiciones especiales, como "no beber chocolate", pena seguramente dolorosa, pues en esa época había enorme afición en toda la sociedad por el deleitoso brebaje, que se tomaba a todas horas.

Con el apoyo de los opulentos caciques se contrató al notable arquitecto Pedro de Arrieta, para que diseñara convento y templo; el primero fue destruido, pero se conservó este último, que ya restaurado podemos admirar, no obstante que se le cubrió con tezontle avinado, con las juntas remarcadas en un tono más claro, solución poco afortunada.

Ahora vamos a la leyenda: durante solemne misa en Catedral por la salud del rey Felipe V, presidida por el virrey, apareció una joven de gran belleza, cuya mirada se cruzó con la del marqués, quedando éste prendado de la mujer. Nadie le supo dar razón de su identidad, hasta que un buen día la vio pasar bajo el balcón de palacio en elegante carroza, lujosamente ataviada. De inmediato ordenó que averiguaran quién era; con gran desilusión se enteró que era doña Constanza Téllez, quien en compañía de su madrina, la condesa de Miravalle, estaba despidiéndose de sus amistades, porque iba a profesar en el convento de Santa Isabel, donde tomaría el nombre de sor Marcela del Divino Amor.

Para fundar el convento de Corpus Christi salieron monjas de varios conventos; una de ellas fue sor Marcela. Sin duda una de las razones por las que el marqués brindó tan generoso apoyo a la institución religiosa, que llegó a ser de las más opulentas de la ciudad.

Al terminar su encargo, el virrey fue llamado de regreso a España, adonde partió acongojado. Enteradas las religiosas, le enviaron para su consuelo la turquesa del anillo que al ingresar al convento llevaba en la mano sor Marcela. Al poco tiempo enfermó gravemente y ordenó que a su fallecimiento su corazón y la turquesa fuesen enviados a su amado convento de Corpus Christi. Durante los trabajos de restauración del templo fue hallado el corazón, bien preservado dentro de un pequeño arcón de plomo. Respetando la última voluntad del duque de Arión, fue vuelto a colocar en un pequeño nicho que lo preserve para siempre.

Recordando esta conmovedora leyenda, continuemos nuestro paseo por la florida Alameda para llegar a la hermosa plaza Manuel Tolsá, que preside con galanura la estatua ecuestre que conocemos como El Caballito, viendo de frente al soberbio Palacio de Minería, ambas obras del escultor y arquitecto valenciano en cuyo honor se bautizó la plaza. En este último se lleva a cabo en estos días la ya célebre Feria Internacional del Libro que organiza anualmente la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Igualmente tradicional es la Feria del Libro de Ocasión, que lleva a cabo paralelamente la Coalición de Libreros en el Museo Nacional de Arte, que se encuentra en la misma plaza. Ofrecen libros antiguos, viejos y recientes, a precios accesibles. Con suerte y buen ojo puede encontrar ediciones de libros magníficos hace tiempo agotados.

Para la pausa que refresca, a una cuadra, en 5 de Mayo 10, se encuentra la cantina La Opera, con su deliciosa decoración rococó, que nos traslada al siglo XIX, donde además del reconfortante copetín puede comer sabroso. Todos los días tiene platillos especiales y su carta ofrece clásicos de la cocina española.

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