El gobierno y el gato de Alicia
Da la impresión de que el aparato estatal, como el gato de Alicia en el país de las Maravillas, se está esfumando, disolviendo, descomponiendo, derrumbando, desquiciando, disgregando (se pueden agregar otras palabras terminadas en ando o en endo siempre que den la idea del patatús generalizado).
El aparato estatal, o sea la sociedad política, está cada vez más aislado de la sociedad civil debido a la constante y veloz pérdida de consenso, como resultado de la aplicación de las políticas neoliberales y de la sumisión al capital trasnacional y, por otro lado, por la torpeza casi suicida y la obstinación autista de quienes gobiernan sin tener en cuenta al país real ni sus previsibles reacciones, pues creen que pueden decir y hacer lo que quieren porque, en su opinión, el cuerpo social no tendría cabeza y, por tanto, tampoco tendría memoria ni raciocinio.
En efecto, no sólo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue derrotado estruendosamente en las elecciones de Guerrero, también lo fueron los cálculos gubernamentales de alianza a escala nacional con los dirigentes tricolores responsables de esa derrota sin precedentes. Igualmente sufrió un duro golpe el deseo obsesivo de aislar a Andrés Manuel López Obrador para poder llevar a cabo sin mayores resistencias las maniobras políticas descaradas que el gobierno federal pretende presentar nada menos que como medidas legales, sin intención sectaria alguna.
La sociedad expresa su resistencia, no acepta el cinismo y la prepotencia. Por eso, dicho sea de paso, no hay contradicción entre los resultados electorales guerrerenses y los de Hidalgo, ya que en este último fue repudiado masivamente un ejemplar genuino de político formado por los peores vicios priístas, y fue condenada también la falta de principios de los burócratas perredistas insensibles que desprecian la inteligencia de la gente y sólo piensan en las maniobras de aparato, por eso pensaron que sumaban votos cuando en realidad los ahuyentaban.
La descomposición del aparato estatal y el desprestigio de sus integrantes crean condiciones para el surgimiento de un polo político-social capaz de dar eje a un centro alternativo. Pero éste aún no aparece y probablemente tardará en aparecer porque, por el lado partidario, la confusión y descomposición del aparato burocrático que dirige el Partido de la Revolución Democrática es comparable con la del foxismo y, por el lado de los movimientos sociales, no aparece aún un objetivo común para todos en torno a algunas ideas fuerzas, capaces de movilizar en lo inmediato y de dar perspectivas políticas más amplias a las movilizaciones.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), por ejemplo, mantiene un pernicioso silencio y no busca alianzas a escala nacional ni con los sindicatos obreros y organizaciones campesinas que integran el diálogo nacional, el cual intenta impedir amenazas de todo tipo que el gobierno hace planear sobre las cabezas de los trabajadores y las palancas vitales para el desarrollo y la independencia del país. En la lucha por elaborar un programa común para un frente político-social que combata por otro proyecto de país hay, sin embargo, espacio para todos, y ni el EZLN ni los indígenas, como tales, como campesinos pobres y como mexicanos, pueden mantenerse al margen si no quieren aceptar sin reaccionar las políticas que reducen los derechos democráticos, que profundizan la miseria, que potencian la emigración que desangra actualmente Chiapas y todas las zonas rurales. Por su parte, el diálogo, legítimamente, pone en primer plano la defensa de carácter público de la industria eléctrica, del ISSSTE, el rechazo de las leyes laborales antiobreras, pero pone en sordina o plantea de modo casi ritual los problemas de los campesinos y de los indígenas y, además, agrega a la confusión política dando espacio, por ejemplo, a Porfirio Muñoz Ledo (en espera de demostrar moderación extrema a los factores de poder y consiguiendo, en cambio, revelar la debilidad del diálogo y alejar del mismo a los sectores más enérgicos).
El vacío resultante deja espacio para las aventuras y para los aventureros, ya que no hay situación sin salida y si una salida democrática y progresista no parece viable habrá otra totalitaria, con fachada legal o inclusive sin ella. La situación, por consiguiente, es grave, porque además persistirá la crisis política, económica y social que golpea a Estados Unidos y que obliga al gobierno de George W. Bush a potenciar aún más su belicismo. México participa en esa crisis general y le agregará la crisis política resultante de la pugna por el control del aparato estatal en 2006 entre quienes quieren preservar las políticas neoliberales y los que, por el contrario, quieren tirarlas al basurero. Es el momento para un frente nacional democrático, amplio y plural, y para convocar algo así como los estados generales de las izquierdas políticas y sociales de México; algo que sea como la Constituyente de esas fuerzas que elabore, con todas ellas, lo que intenta hacer el diálogo nacional, o sea, un programa de acción y las vías organizativas y políticas para llevarlo al cabo.