Un personaje de Cabrera Infante
Es difícil confesarlo, pero la ciudad de Londres me provoca una leve urticaria: demasiado masculina para mi gusto, lo mejor se destina a los hombres, quienes lucen la ropa al último grito de la moda, mientras las inglesas se envuelven como bultos en suéteres que les quedan chicos.
Por eso no fui cuando me propusieron ir a Londres a una cena en casa del escritor Guillermo Cabrera Infante. Sin embargo, las cosas prometían. Se me aseguró que nos recibirían él con smoking y ella de largo con collares aún más largos colgando del cuello, ¿tenía yo un vestido que me llegara al menos a los pies?
Todo comenzaría como se debe, en voz queda, ''tu voz se adentró en mi ser y la tengo presa", escuchando los pensamientos, ''silencio, que están durmiendo los nardos y las azucenas", iluminación de luna ''que se hizo desentendida durante un ratito" y candelabros.
Pero, pero... con el famoso paso de las horas, las nocturnas, tan peligrosas, ella usaría la mesa como una pista de baile y él el piso como una mesa. No podía esperar mejor. Pero, tal vez las brumas evocadas por Apollinaire: ''Un soir de demibrumes à Londres... un voyou vint à ma rencontre...", me impidieron viajar.
El gran fotógrafo cubano Jesse Fernández era, en 1976, un exiliado ''autoclandestino", que ni asilo se atrevió a pedir en ninguna parte. La moda aún no hacía la fortuna de los intelectuales anticastristas.
Más valía callarse la boca y olvidar los orígenes cubanos. Fidel era todavía un ídolo de la intelligentsia. Y Jesse un avergonzado con quien me presentó el pintor José Luis Cuevas.
Un hombre que casi parecía serio: trajeado, oscuro, silencioso. El teatro no podía durar: durante un fiestón a la cubana en casa del pintor Wifredo Lam vi transformarse a Jesse.
Supe entonces por qué tuve la impresión, cuando lo vi por primera vez, de que ya lo conocía: era un personaje de Tres tristes tigres.
Era desde luego, de manera obvia, el fotógrafo de turistas, pero también, en parte él y en parte el propio Cabrera, el presentador de Tropicana, el periodista, el tipo que vive de noche y de la noche al lado de las estrellas sembradas en las callejuelas de tacones dorados, mulatas cansadas de enrollar habanos con sus muslos.
Jesse Fernández aceptaba con modestia y orgullo a la vez ser un personaje de ''Cabrerita". Como Guillermo Cabrera Infante era uno de sus personajes: su retrato, en 1970 en Nueva York, es notable; puede contemplársele durante horas como si se leyera una novela. Bigotes, anteojos redondos, mecha que cae sobre la frente, rasgos indígenas, negroides, indios, blancos, chinos, cuello almidonado, corbata abultada bajo el chaleco del traje de corte impecable que parece encarcelarlo como una camisola de fuerza. Toda La Habana está ahí, como está toda la noche cubana en Tres tristes tigres. O al menos las noches de la vieja Habana.
Esas noches que Cabrera Infante inmortalizó en sus páginas y que Jesse sabía leer de memoria, restituyéndolas oral y mímicamente, transformándose en cada personaje, hombre o mujer, del libro que tanta nostalgia le provocaba.
En parte por eso se resistía a aceptar las invitaciones a Londres, a ese departamento, el último lugar de la Tierra donde las noches cubanas seguían existiendo. Para qué volver a Cuba si todo eso ya desapareció.
Como ''Cabrerita", su amigo de las noches habaneras, Jesse había vivido las noches decadentes y la mañana de la revolución. Uno y otro creyeron en éstas. Jesse Fernández se convirtió en el fotógrafo oficial del Líder Máximo. Lo acompañó mil y un días y noches, testigo mudo.
Sabía alejarse cuando Fidel conversaba. Intervenir, si podía, en favor de alguien. Castro negaba escasos favores a un fotógrafo que le mostraba los rasgos heroicos de su cara cada mañana. Una noche, dedicada a revelar fotos, Jesse se detuvo a mirar las personas que aparecían junto al Líder.
Fulano, mengana, zutano, todos muertos. Sintió que lo atenazaba el miedo.
Al día siguiente dejó caer su cámara desde el helicóptero, pidió permiso para ir a Estados Unidos a comprar otra, logró el permiso y no volvió a Cuba.
''Allá quedaron todos mis archivos, chica, pero salvé el cuero."
El escritor Guillermo Cabrera Infante llevaba sus archivos en la memoria. Algunas de sus fotos eran las de Jesse Fernández.