A lo que lleva la vagancia
En Nicaragua, las fiestas que se celebran por estas fechas en conmemoración del nacimiento y la muerte de Rubén Darío, vecinas en el calendario, siguen siendo un rito de escenografía modernista: aún se elige a la Musa Dariana, que es una especie de reina de belleza coronada de mirtos, y las canéforas de su séquito visten túnicas griegas y sandalias doradas; se dan peregrinaciones a ciudad Darío, el poblado natal del poeta, y abundan los certámenes de declamación y los concursos de poesía. Mientras tanto, su monumento de mármol de Carrara en un parque de la vieja Managua, vecino a la casa presidencial, y donde se enseña vestido de peplo griego, ha sido víctima otra vez de los vándalos, que suelen arrancar del conjunto trompetas, liras y cornucopias.
Rubén es el héroe nacional por excelencia, un héroe civil de a pie, que nunca se subió al caballo de los próceres militares, y todos nos reconocemos en él sin dificultades de banderas partidarias. Vivimos en un país dariano, y donde los poetas son legión. Pero exaltada como lo es su gloria en actos oficiales y colegiales, y mientras soporta ''elogios, memorias, discursos", y resiste ''certámenes, tarjetas, concursos", pocos recuerdan que hace más de un siglo, en el mes de mayo de 1884, fue procesado y condenado por vagancia en la ciudad de León.
Tenía entonces diecisiete años y abundante la cabellera alborotada, flaco y vestido de luto, como debían ser los poetas, y ya su nombre había empezado a resonar por todo Centroamérica, desde que al componer sus primeros versos, a los ocho años, empezó a ser llamado ''el poeta niño", capaz de escribir elegías y salutaciones por encargo, cuartetas y redondillas, así como después sería llamado ''el príncipe de las letras castellanas".
El expediente del caso de vagancia se abrió bajo el número 46 en el Juzgado Municipal, y la sentencia a la pena de ocho días de obras públicas conmutables a razón de un peso por cada día, y a reprensión privada, le fue impuesta por el gobernador de Policía. Esto significaba que durante ocho días debió haber barrido las calles, recogido la basura, o realizado obras de ornato en el cementerio, salvo que pagara los ocho pesos. Y el regaño contemplado en la pena, sería por la inexcusable ociosidad de dedicarse a hacer versos. Vagancias.
Un testigo de cargo, respetable ciudadano de León, había declarado ante el juez en el curso del proceso: ''No conozco al joven Darío, pero he oído decir que es poeta, y como para mí poeta es sinónimo de vago, declaro que lo es".
Los motivos, no obstante, tenían diferente cariz. Rubén publicaba para entonces encendidos artículos contra el gobierno conservador en un periódico liberal jacobino llamado La Verdad, redactados ''a la manera de un escritor ecuatoriano, famoso, violento, castizo e ilustre, llamado Juan Montalvo", según él mismo recuerda; y en uno de esos artículos atacó al coronel Vicente Navas, senador por León, uno de los pocos políticos conservadores de renombre en una ciudad de acérrimos liberales, con lo que la policía creyó tener suficiente para escarmentar al aprendiz de periodista. Cerca de diez años después, vueltas que da la vida, Rubén pronunciaría el elogio fúnebre de don Vicente, muerto en el curso de una misión diplomática en Europa, en un acto solemne en el Teatro Municipal de León.
¿Cómo se libró ''de las oficiales iras?" Fue aconsejado de apelar ante el prefecto del Departamento de León, en un escrito en el que dice: ''he sido denunciado, procesado y sentenciado como vago. Naturalmente, yo no puedo conformarme con una resolución de tal especie, porque, a la verdad es infundada, ilegal y hasta inicua, pues de ninguna manera puede llamarse vago a quien vive bajo el amparo de una madre adoptiva, consagrado al cultivo de las letras, a quien ejerce el Profesorado de Literatura en el Colegio 'La Independencia', establecido bajo la dirección del Señor Nicolás Valle, como lo comprueba el aviso que acompaño original; y quien puede vivir en cualquier parte de sus trabajos literarios..."
El aviso, impreso meses antes, que decía: ''el lunes próximo se abrirá en este establecimiento (...) la clase de literatura, que dará el inteligente joven D. Rubén Darío, y cuyo curso comenzará el mismo día..." Y entre los testigos que llamó en su descargo, para que certificaran que no era vicioso ni tenía malas costumbres, y además se hallaba empleado, estaba el propio director del colegio, quien declaró constarle que el acusado vivía ''constantemente consagrado al estudio de las letras", y aún había visto ''sus obras y el juicio de la prensa centroamericana que las ha calificado de sobresalientes en la literatura..."
Con esto, el prefecto, instruido desde arriba, o magnánimo por sí mismo, revocó la sentencia: ''consta que no es de malos antecedentes, y que ejerce una ocupación decente en el Colegio 'La Independencia' diariamente, lo que le da recursos de que subsistir".
Gloria, entonces, a la vagancia.
Masatepe, febrero 2005.
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