Usted está aquí: miércoles 23 de febrero de 2005 Ciencias La depresión, enfermedad del siglo XXI, afecta en México a 10 millones

El incremento del mal lleva a debate a los especialistas sobre el mejor tratamiento

La depresión, enfermedad del siglo XXI, afecta en México a 10 millones

En el mundo son 350 millones de personas las que la padecen

Los medicamentos, felicidad exprés que no va al fondo del conflicto emocional, señala el sicoterapeuta David Barrios Martínez

ANGELES CRUZ MARTINEZ/ I

Ampliar la imagen La depresi�s un desequilibrio bioqu�co del cerebro. En la imagen un paisaje en Paseo de la Reforma FOTO Fabrizio Le�iez

Un trastorno del estado de ánimo al que en épocas pasadas se prestaba muy poca atención, en años recientes se ha convertido en una de las principales enfermedades causantes de la pérdida del mayor número de años de vida saludable. La depresión afecta a 350 millones de personas en el mundo y amenaza con ser, en las siguientes dos décadas, la segunda causa de discapacidad.

El creciente impacto de esta enfermedad en la sociedad ha generado un debate entre los profesionales de la salud sobre las mejores alternativas para su tratamiento, discusión a la que no es ajena, por supuesto, la industria farmacéutica, y de la que, muy poco trasciende a los pacientes, en su mayoría desinformados sobre las ventajas y desventajas de las opciones terapéuticas disponibles.

Aunque la mayoría de los afectados por la depresión no la reconocen como un mal que debe atenderse, lo cierto es que existe. Sólo en los servicios públicos de salud se detecta que una de cada 10 personas que solicitan atención médica en las unidades de medicina familiar o centros de salud sufre este trastorno.

En México, al menos 40 por ciento de la población económicamente activa está deprimida, asegura Irma Corlay, médico siquiatra del Hospital de Especialidades del Centro Médico Nacional Siglo XXI del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).

Sin embargo, las estadísticas oficiales de la Secretaría de Salud (Ssa) refieren que de 12 a 20 por ciento de la población de 18 a 65 años de edad -más de 10 millones de individuos- están deprimidos o sufrirán algún episodio de este tipo en algún momento de su vida. La misma dependencia reconoce que, por lo general, la depresión no es diagnosticada y mucho menos atendida con oportunidad.

La alerta es generalizada, advierten los especialistas, por el estilo de vida de un sistema globalizado en el que imperan el estrés, las dificultades económicas, el desempleo, la violencia, entre otros fenómenos sociales. Todos ellos necesariamente afectan y atentan contra la unidad de las familias. De manera particular están en riesgo sus miembros más vulnerables: los niños, muchos de los cuales llegarán a la edad adulta también afectados por la depresión y la consecuente disminución de sus capacidades físicas, emocionales e intelectuales.

Las evidencias sobre el incremento de la depresión en el mundo llevaron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a modificar la forma de expresión del impacto de las enfermedades en la sociedad para dejar de observarlas con base en el número de muertes que ocasionan, enfocándose, en cambio, en la pérdida de vida saludable, traducida como el abandono del empleo o la escuela, la desintegración familiar y la violencia dentro y fuera de la familia.

Mientras en el año 2000 la depresión se ubicó en el cuarto lugar en la tabla de enfermedades causantes de discapacidad, después de las infecciones respiratorias bajas, las condiciones perinatales y el VIH/sida, la OMS calcula que en 2020 ocupará el segundo sitio, sólo detrás de las enfermedades isquémicas cardiacas.

De ahí que desde 2001 el organismo delineó, como necesidad urgente, las principales acciones a seguir por los países miembros para apoyar a los individuos y las familias dañadas por alguna enfermedad mental. La estrategia planeada para efectuarse a cinco años tiene a la depresión como la primera de seis afecciones principales que los gobiernos deben resolver con métodos de prevención, tratamiento y rehabilitación integrales.

Los riesgos son severos, pues la falta de atención del padecimiento puede llevar a los afectados a una de las complicaciones más temidas: el suicidio. Actualmente, 60 por ciento de las muertes autoinfligidas están relacionadas con episodios depresivos.

En México, además de lo anterior, sobresale el incremento en el número de las muertes autoprovocadas. Prácticamente se duplicaron en una década, al pasar de mil 405 en 1990 a dos mil 736 en 2000. En 2003 la cifra se elevó todavía más para ubicarse en tres mil 327 casos, señala información del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI).

Medicamentos o sicoterapia

La depresión es una enfermedad biológicamente determinada. Es un desequilibrio bioquímico del cerebro en el que participan dos neurotransmisores: serotonina y norepinefrina. No es, afirma Irma Corlay, una situación pasajera que se pueda resolver "echándole ganas".

Se requiere, señala la siquiatra, de un tratamiento farmacológico que ayude a la persona a recobrar el equilibrio en el funcionamiento de los neurotransmisores. Y es que, dice, la vida está llena de "esquinas rotas" que favorecen la manifestación del trastorno, como pueden ser la pérdida del empleo, los pleitos con la pareja, la falta de oportunidades en la vida, entre otros.

En opinión de la especialista, en la mayoría de los casos de depresión se debe administrar algún fármaco que ayude al cerebro a recobrar el equilibrio en el funcionamiento de los neurotransmisores.

Para Corlay, sólo quedan fuera de la terapia farmacológica los pacientes en duelo por la pérdida de algún familiar. En estos casos, comenta, la tristeza no debe durar más de seis meses. Después de este tiempo esta alteración también es susceptible de atención con medicinas.

En cambio, David Barrios Martínez, sicoterapeuta y director de la agrupación civil Caleidoscopia, espacio de cultura, terapia y salud sexual, opina que existe abuso de los medicamentos antidepresivos, el cual responde a una exigencia social para que las personas "siempre estén de buen humor", con energía y productivas.

Los medicamentos pretenden ser la solución mágica y crear una felicidad exprés que no va al fondo del conflicto emocional y mental que afecta a las personas, explica.

Los seres humanos, dice, tienen derecho a sentirse tristes o melancólicos, lo que, junto con el miedo, el enojo y el amor, forma parte de los sentimientos primarios con referente orgánico y naturales en los individuos.

Barrios asegura que las terapias farmacológicas están recomendadas sólo en los casos de pacientes a quienes se detecta -mediante el diagnóstico clínico- la alteración orgánica en los neurotransmisores, misma que es evidente cuando existe una propensión muy marcada hacia el suicidio.

En el resto de los enfermos el abordaje sicoterapéutico es lo más indicado para empezar a resolver el problema. Sólo en los casos necesarios -los menos- y según el criterio del especialista, se tendría que acudir a los fármacos, insiste.

Esta diferencia de opiniones ha provocado un divorcio de los sicoterapeutas con los siquiatras y sicólogos que no utilizan los métodos y técnicas para trabajar con la emocionalidad de las personas. Esa distancia entre los esquemas teóricos y la práctica concreta con seres humanos que viven, sienten, se alegran y sufren, es abismal, y en realidad no debería existir, apunta Barrios, para quien ambas disciplinas deberían complementarse en beneficio de los pacientes.

 
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