Editorial
PRD en Hidalgo: perder votos y principios
De acuerdo con las tendencias conocidas al cierre de esta edición, el candidato Miguel Osorio Chong, de la Alianza por Hidalgo integrada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Verde Ecologista de México vencía en los comicios realizados ayer en Hidalgo, al lograr entre 57 y 61 por ciento de los votos, frente a 27 o 28 del aspirante a gobernador postulado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), José Guadarrama Márquez. En un lejano tercer lugar, como ha ocurrido en otras elecciones estatales recientes (Guerrero, Baja California Sur, Quintana Roo), marchaba el candidato del gobernante Partido Acción Nacional (PAN), en lo que debiera ser leído por el grupo en el poder como un nuevo anticipo de lo que puede ocurrir el año entrante en los comicios presidenciales.
Por lo que respecta al partido del sol azteca, el saldo de las urnas hidalguenses constituye el amargo colofón de un proceso de alianzas y selección de candidatos en el que el PRD, antes de ser derrotado por otro instituto político, se derrotó a sí mismo en sus instancias nacional y local al cobijar como abanderado a un cacique ex priísta ampliamente conocido desde hace 17 años, por lo menos, como orquestador de fraudes, y señalado por la recomendación 75/1991 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) como cabeza de un grupo de gatilleros que en mayo de 1991 asesinó a tres perredistas en Jacala, Hidalgo.
Pero las menciones de la opinión pública al candidato perredista a la gubernatura de Hidalgo empiezan mucho antes de ese hecho delictivo, concretamente en los comicios presidenciales de julio de 1988, cuando, junto con otros mapaches y alquimistas célebres, Guadarrama Márquez instrumentó el más escandaloso fraude electoral de la historia del país para suprimir votos al aspirante del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, e inflar los del candidato oficial de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari. Jamás podrá saberse el resultado real de ese proceso porque los paquetes electorales fueron quemados por una decisión del Congreso que contó, por cierto, con el entusiasta respaldo de Diego Fernández de Cevallos. En cambio, las pruebas de la manipulación de la voluntad popular quedaron sembradas por todo el territorio nacional. Además del alud de denuncias ciudadanas sobre adulteración de actas, urnas embarazadas, casillas zapato, rasurado del padrón electoral y compra y coacción del voto, entre otros mecanismos del repertorio tradicional priísta, la opinión pública pudo ver en los medios incontables boletas electorales semidestruidas, abandonadas en carreteras y campos, todas favorables a Cárdenas.
El año siguiente el ex senador priísta fue comisionado por el régimen de Salinas para que fuera a Michoacán a torcer, una vez más, el sentido del voto ciudadano, en lo que constituyó otro despojo electoral al ya fundado PRD. En el resto del sexenio de Salinas y en todo el de Zedillo, Guadarrama Márquez fue usado por el poder para evitar, con prácticas mañosas, cualquier avance electoral perredista. Su tránsito de las filas del tricolor a las del sol azteca ocurrió también en Michoacán, cuando en forma inopinada apareció como parte del equipo de campaña del actual gobernador de esa entidad, Lázaro Cárdenas Batel. De inmediato la dirigencia perredista dejó de llamarlo alquimista y mapache para graduarlo de ingeniero electoral, denominación más presentable para designar el mismo oficio de siempre.
Al postular a Guadarrama Márquez a la gubernatura de Hidalgo, el PRD sacrificó sus principios, tiró por la borda su larga y sacrificada lucha por la limpieza electoral y traicionó la memoria de los cientos de perredistas asesinados por participar en esa causa. El PRD renunció, en suma, a su esencia y a su historia, así como a la solidaridad que inspiraba en diversos sectores sociales y a buena parte de su credibilidad ante la ciudadanía. Todas esas pérdidas, aceptadas en función de cálculos tan pragmáticos como inescrupulosos, no se tradujeron, sin embargo, en una victoria electoral. Acaso al contrario, es razonable suponer que la decisión de presentar como abanderado perredista a un individuo situado en las antípodas del ideario del partido privó al PRD de muchos sufragios.
Cabe esperar que tanto el partido del sol azteca como el resto de los institutos políticos sepan formular, a partir de este episodio, la conclusión adecuada. Los empeños por acumular sufragios a toda costa, inclusive dando la espalda a su esencia y a su historia, constituyen una apuesta en la que a veces se acaba perdiendo todo: la elección en juego, la identidad partidaria, el decoro y el respeto de los ciudadanos.