Reciente novela de Ernesto Murguía
Un dios para sí mismo relata el trasfondo de la adicción
La intención no es juzgar, sino contar historias; que cada lector asuma su posición, expresa el autor
En el libro Un dios para sí mismo (Joaquín Mortiz), los personajes prefieren "quemar droga y matar el tiempo" antes de integrarse a la realidad, y sus historias los vinculan, a cada uno de ellos, en el submundo de la distribución, la compra y el consumo de enervantes.
Al presentar su primera novela, Ernesto Murguía explica que su intención no es juzgar, sino contar historias, ''y que el lector asuma una posición después de leerla. Alguien dirá que es una mirada redentora y otros pensarán: 'éste no cambia'".
La obra, dijo el escritor capitalino (1972), ''es una novela muy cinematográfica -puedes ver prácticamente todo lo que se lee- y, por otro lado, es una obra sórdida, dura, irreverente, con un sentido del humor muy ácido, muy pasado de lanza''.
En ello confluyeron dos sus grandes pasiones: "mi fascinación por la corriente de autodestrucción y el cine".
A Erik, el personaje central, el autor lo define como "un chavo de 17 años, cínico, adicto hasta el tuétano, que siente enojo contra el mundo, la familia, su papá, sus amigos, con el entorno clasemediero en que le tocó vivir y hasta con el equipo de futbol''.
En la novela, Murguía entrelaza las historias de Erik, Julio, La Güera, Roberto, El Rabo y hasta del policía que hace de las drogas un negocio familiar, entre otros singulares personajes que dan vida al submundo de la cocaína.
Durante la lectura, los personajes se saturan de líneas o de papeles. El crack y la preparación pipas es todo lo que ambicionan. Y para conectar -propone el texto- no importa que gasten todo el sueldo, sus ahorros y entreguen objetos personales; sino que arriesgan el trabajo y hasta roban para alcanzar un gran viaje.
Por esto, dice Murguía, la novela tiene muchas lecturas. ''Podría funcionar -según cada lector- como una crítica social, a la juventud, a la apatía o a la hipocresía.''
Agrega: "Son personajes desconectados y la novela narra la historia de su caída''.
En el volumen, continúa, ''no hago juicios de valor. Las ideas surgen de la misma dramatización de las escenas, de lo que dicen y hacen los personajes, y no de lo que quiero decir o filtrar ideológicamente''.
Tras comentar sobre la utilización espontánea de recursos tipográficos e ilustrativos en el texto, Murguía explica que el título surgió ''por el rollo del aislamiento. Cada uno de los personajes está en su mundo y, en ese sentido, a nadie le importa pasar por encima de los demás o hacer lo que sea para conectar; cada uno de ellos parece decir: 'estoy con ustedes pero en realidad estoy con nadie'".
Al construir su propio mundo, añade, se convierten en un dios para sí mismos, en la medida en que la droga es la única que los llena.
Con esta obra, Ernesto Murguía muestra por primera ocasión su oficio de narrador, luego de haber ganado premios nacionales de cuento como el Gilberto Owen (2000) o el Juan Vicente Melo 2003, con el libro Las puertas de la oscuridad.
Sobre la segunda novela que escribe, Murguía adelantó, que el título tentativo es "Si sólo esta noche pudiéramos dormir", la cual narra la historia de un chavo darketo.