Vulnerabilidad ante los desastres
El jefe del Servicio Sismológico Nacional, Carlos Valdez, informó recientemente que en México se registran cada año más de mil sismos. Esto se debe a que estamos en una zona geológica muy especial, lo grave es que carecemos de los sistemas adecuados para aminorar riesgos. Aunque no se sabe con exactitud cuándo ocurrirá un sismo ni de qué magnitud será, es posible prevenir y disminuir sus efectos, especialmente en las zonas más propensas a movimientos telúricos. Y si no estamos lo suficientemente preparados para salir lo mejor librados de los sismos, también fallamos al enfrentar otros desastres naturales.
No somos los únicos. Según un detallado informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), los países de América Latina y el Caribe están prácticamente reprobados en la materia. Los cuatro mejor situados en la escala de prevención son Chile, Costa Rica, Jamaica y México. Esto explica en muy buena parte por qué los últimos 10 años murieron casi 50 mil personas como efecto de esos desastres, hubo 40 millones de damnificados y pérdidas materiales por 32 mil millones de dólares. A las últimas se debe agregar lo que cuesta rehacer la obra pública destruida y restituir en lo mínimo los haberes que pierden las familias cuando ocurren desastres naturales.
Pero tanta muerte y daño se podrían evitar, pues cada día existe mejor información sobre la trayectoria y la velocidad de huracanes y ciclones, sobre lluvias o sequías intensas. Sin embargo, en el primer caso, al igual que sucede con los sismos, no siempre se observan las normas de construcción necesarias para evitar buena parte de los daños. Además, la autoridad permite crear asentamientos humanos donde menos conviene por su fragilidad física y ambiental. Para remate, cuando se presenta un desastre, falla la coordinación institucional en las operaciones para auxiliar oportunamente a los damnificados. Y una vez que pasa el efecto mediático de la tragedia, las autoridades se olvidan de los afectados y con frecuencia son las redes ciudadanas las que dan la ayuda necesaria.
Además del diagnóstico sobre los desastres naturales en la región, el BID también diseñó un sistema de indicadores para ayudar a identificar la magnitud del riesgo, la capacidad de respuesta del gobierno y la población y la forma de recuperarse ante las catástrofes.
En el campo de la prevención para proteger a la población y al ambiente, el sistema resulta útil en México habida cuenta los frecuentes "accidentes" por el derrame de hidrocarburos o de otras sustancias tóxicas y peligrosas, por incendios forestales, la sequía o destrucción de ecosistemas claves para contrarrestar los efectos de huracanes, ciclones y las lluvias intensas. Es el caso de los manglares, los arrecifes coralinos, los bosques y selvas.
Como no se trata de inventar a estas alturas el hilo negro, el sistema de indicadores del BID permite saber qué falta establecer en las políticas de prevención mexicanas y, en lo posible, ser menos vulnerables a los desastres, sean producidos por Pemex o la industria química, por huracanes, sismos o las lluvias.
Hoy somos frágiles en todos estos campos, pues no se aplican con oportunidad las medidas que podrían evitar o disminuir daños a la población y al medio. La improvisación debe dejar de ser guía en las políticas de prevención y remediación de desastres, sean o no naturales.
Acaba de entrar en vigor el Protocolo de Kyoto. Si se cumple, ayudará en el largo plazo a evitar la intensidad y los efectos negativos que ocasionan muchos fenómenos naturales. Con esa finalidad, las grandes potencias, y también países como México, sumarán esfuerzos para reducir la emisión de gases responsables del calentamiento global y a la vez conservar bosques, selvas y agua.
No obstante, según Condoleezza Rice, secretaria de Estado del vecino país, el protocolo es muy dañino y negativo para la economía de Estados Unidos y no es parte de su futuro. En pocas palabras, en la era Bush, las grandes empresas petroleras y la industria del vecino país (que alientan el consumo de hidrocarburos y la producción de gases de invernadero) navegarán libremente en el mar de la impunidad ambiental.