Usted está aquí: sábado 19 de febrero de 2005 Opinión El curador como artista y el artista como curador

Antonio Ortiz Gritón /II y última

El curador como artista y el artista como curador

Contrastando con la exposición Libertad duradera (aplican restricciones), que en el museo Carrillo Gil presenta el Laboratorio Curatorial 060, en el Museo Universitario del Chopo se presenta El éxito de la guerra. Colectiva conmemorativa de la invasión a Irak, muestra impulsada por el pintor Gabriel Macotela.

A diferencia del proceso realizado por el Laboratorio 060 (planteamiento teórico, elección de obra, exhibición), la idea de esta exposición surgió a partir de la propia indignación de Macotela por la invasión de Irak; indignación que le llevó a proponer al Museo del Chopo la realización de una exposición en la que diversos artistas se expresaran en torno al significado de la guerra en Irak y la actual política intervencionista estadunidense.

La invitación, más que selección, de los artistas participantes en El éxito de la guerra estuvo a cargo del propio Macotela. Aun y cuando a primera vista los participantes son ''amigos de Gabriel" lo interesante y remarcable es que ''incidentalmente" la mayoría de ellos se han destacado en las últimas dos décadas por verdaderamente apoyar, ya sea mediante sus obras o mediante acciones concretas, diversos movimientos de reivindicación social.

Partiendo del principio de que el arte es la concretización, mediante el acto creativo del artista, de una profunda reflexión sobre la realidad y cuya razón de ser es precisamente la de punto de partida para la propia reflexión del espectador, El éxito de la guerra resulta ser una exposición que, a diferencia de Libertad duradera, provee al visitante de las claves necesarias para que éste adopte una actitud crítica y consciente sobre las causas y efectos de la actual política estadunidense.

La contundencia del discurso de esta exposición en mucho se debe a la falta de una explícita curaduría, en la acepción actual de este término, ya que no existió una selección de obra y por ende hay una ausencia de un discurso curatorial que, como en lo sucedido en el Carrillo Gil, hubiese trastocado el discurso individual de cada artista. Sin embargo, como toda arma de dos filos, la falta de una curaduría ''mínima" también redundó en la falta de ''fuerza" de algunas de las piezas expuestas, lo cual deja entrever uno de los mayores problemas de la creación artística contemporánea: la falta de un compromiso crítico de muchos artistas al momento de abordar determinadas temáticas ajenas a su quehacer artístico cotidiano y que se traduce en la producción de obras superficiales o ininteligibles en el contexto de esta exposición, como sucede con lo presentado por Rogelio Cuéllar o Ilana Boltvinik, entre algunos otros.

Este compromiso crítico es evidente en piezas como las torres gemelas de más de ocho metros de altura, totalmente cubiertas de chapopote, de Eloy Tarsicio; la monumental asta de una bandera de la paz, sostenida por una bota militar, de Boris Viskin; la cruz de hierros retorcidos y fotografías, emergiendo de una ciudad bombardeada, de Georgina y Carlos Martínez; las 17 mil pequeñas cruces que representan el número de civiles muertos hasta ahora en Irak, según los datos de www.irakbodycount.org, colocadas por el colectivo Ori-Genes, o la propia maqueta de una ciudad, en un futuro derivado de la guerra, completamente inundada de petróleo, de Macotela.

También es de mencionarse ese otro discurso presente en esta muestra, acerca de la destrucción de las culturas locales dentro del afán globalizador de la estadunidense, discurso tocado por obras como las de Héctor y Néstor Quiñones, la de Gustavo Monroy y la de Oscar Ratto.

Finalmente, estas dos exposiciones brindan al espectador dos maneras diametralmente opuestas de interpretar un mismo hecho -la guerra en Irak-, al tiempo que ofrecen al público especializado una lección digna de tomarse en cuenta: la necesidad de que el discurso curatorial de una exposición cualquiera se ciña al de los propios artistas, ya que de manera contraria se corre el riesgo de banalizar a la obra de arte hasta despojarla de su razón de ser, tal y como ocurrió en la mayoría de las exposiciones ''paralelas" presentadas recientemente en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo Arco, en Madrid.

 
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