Usted está aquí: sábado 19 de febrero de 2005 Opinión Atacar Irán traería un desastre, no libertad

Shirin Ebadi *

Atacar Irán traería un desastre, no libertad

Condoleezza Rice ha asegurado que un ataque estadunidense contra Irán, "hasta el momento, simplemente no está en la agenda".

A pesar del desmentido de Rice las recientes declaraciones de la administración, comenzando con el discurso sobre el estado de la unión del presidente, además de los comentarios del vicepresidente Dick Cheney sobre un posible ataque militar israelí contra Irán, recuerdan la retórica de los meses que precedieron la invasión a Irak en 2003.

La misma Rice dejó claro que "el comportamiento del régimen iraní, en lo referente a derechos humanos y hacia su población, es algo digno de ser detestado".

La política estadunidense hacia Medio Oriente y, particularmente, hacia Irán con frecuencia se ve cobijada con un lenguaje de promoción de los derechos humanos. Nadie negaría la importancia de este objetivo, pero para los defensores de esas garantías en Irán la posibilidad de un ataque militar contra su país representa un absoluto desastre para sus distintas causas.

La situación de los derechos humanos en Irán está lejos de ser ideal. Las fuerzas de seguridad acosan, encarcelan y torturan a defensores de los derechos humanos y a activistas de la sociedad civil. Las autoridades atacan a periodistas y escritores por expresar su opinión y regularmente cierran periódicos. Los presos políticos languidecen en los reclusorios. Rutinariamente los críticos son intimidados mediante superficiales citatorios judiciales y son comunes las detenciones arbitrarias.

Pero la sociedad iraní se ha negado a dejarse amedrentar y silenciar. El discurso de derechos humanos está vivo y goza de cabal salud en las bases; los activistas de la sociedad civil consideran que esta es su infraestructura más poderosa para lograr reformas democráticas sustentables y pluralismo político.

De hecho, los lectores podrían sorprenderse de saber lo vigorosas que son las organizaciones de derechos humanos iraníes. El otoño pasado, cuando fuerzas de seguridad detuvieron ilegalmente a más de 20 jóvenes periodistas y comentaristas debido a lo que habían escrito, organizaciones iraníes independientes, como el Centro para la Defensa de los Derechos Humanos, la Asociación de Periodistas por la Libertad de Prensa y Asociación de Estudiantes por los Derechos Humanos, hicieron campaña para que fueran liberados.

Sus reclamos, aunados al apoyo de la comunidad internacional y de organizaciones como Human Rights Watch, llevaron a la excarcelación de los detenidos. De hecho, fueron tantas las críticas por los arrestos que algunos funcionarios gubernamentales de los más altos rangos abogaron por la liberación de éstos.

Las organizaciones independientes son esenciales para promover los derechos humanos en Irán, pero la amenaza de una intervención militar extranjera dará un pretexto poderoso a ciertas autoridades para arrancar de raíz a estos grupos y poner fin a su crecimiento.

Quienes violan los derechos humanos aprovecharán esta oportunidad para silenciar a los críticos, a los que tacharán de ser la quinta columna del enemigo. En 1980, después de que Saddam Hussein invadió Irán e inflamó las pasiones nacionalistas, las autoridades iraníes usaron este argumento para reprimir a los disidentes.

La hipocresía estadunidense tampoco ayuda. Cuando se ve la muy arraigada disposición del gobierno estadunidense a pasar por alto los abusos contra los derechos humanos, sobre todo los que afectan a las mujeres, que ocurren en países que son sus más cercanos aliados en Medio Oriente, como Arabia Saudita, es difícil no percibir la fijación de la administración Bush en las violaciones a esas garantías en Irán como tapadera de intereses estratégicos mayores.

El respeto a los derechos humanos en cualquier país debe surgir de la voluntad del pueblo y como parte de un proceso democrático genuino. Ese respeto nunca debe ser impuesto por un poder militar extranjero ni ser producto de la coacción: este es un planteamiento con abundantes contradicciones.

No sólo una invasión extranjera a Irán viciará el apoyo popular al activismo por los derechos humanos, sino destruirá las vidas de los civiles, las instituciones y la infraestructura. La guerra sólo traerá caos e inestabilidad; el respeto a esas garantías básicas será, con toda probabilidad, una de sus primeras víctimas.

En cambio, la manera más efectiva de promover los derechos humanos en Irak es brindar apoyo moral y reconocimiento internacional a los defensores independientes de éstos e insistir en que Irán se adhiera a las leyes internacionales en la materia y respete las convenciones que ha firmado.

Lograr que el gobierno iraní acate esos estándares internacionales es el más alto objetivo del movimiento por los derechos humanos; una intervención militar extranjera es la forma más segura de dañarnos y de mantener ese objetivo fuera de nuestro alcance.

* Shirin Ebadi, ganadora del premio Nobel de la Paz 2003, es fundadora del Centro de Defensa de Derechos Humanos en Teherán.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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