Usted está aquí: jueves 17 de febrero de 2005 Opinión Clipperton

Olga Harmony

Clipperton

El excelente planteamiento de que un grupo sólido maneje artísticamente por cuatro meses el teatro Galeón del Centro Cultural del Bosque, es mantenido por la actual coordinación de teatro del INBA. Tras el periodo reglamentario que cubrió el Foro de Teatro Contemporáneo, toca ahora a El Milagro -acreedor a la beca de México en escena- que programa tres montajes, amén de otras actividades los miércoles, la primera de las cuales fue un feliz homenaje a la extraordinaria actriz Ana Ofelia Murguía. La programación fue abierta por Clipperton de David Olguín que también la dirige, un espléndido texto político basado en la historia real del destacamento comandado por el capitán Ricard, de origen francés que fue enviado a la isla en litigio con Francia para su defensa y olvidado después ante el estallido de la rebelión contra Victoriano Huerta tras la toma de Veracruz por los estadunidenses. Olguín propone, ante la historia real, una historia mítica que tiene dos posibilidades de lectura.

La primera sería lo que el abandono y el hambre hace a los seres humanos -con la fugaz aparición del doliente Filoctetes, extraído de la Ilíada y de Sófocles o la de Viernes convertido en perro lazarillo tras devorar a Robinson Crusoe en acto caníbal- y que se podría ejemplificar en el desarrollo de los personajes del capitán y su esposa. Mientras Ricard es presa de la exasperación y olvida sus altos ideales al grado de disputar el escasísimo alimento a sus pequeños hijos o dictar sentencia de muerte a Herr Schön, la señora se transforma de frívola dama en mujer entera dispuesta a su defensa a costa de lo que sea. La segunda lectura en que Ricard se convierte en un ser mísero, es la pérdida de la esperanza tras la aparición de un desvastado Tomás Moro que reniega de Utopía. Una breve alusión a un Fox del siglo XVIII es la clave política. No que el capitán recuerde a Vicente Fox, pues es un hombre mucho más culto -sus alusiones al pensador uruguayo José Enrique Rodó y su aspiración a que el teatro pueda hacer reflexionar a los seres ordinarios lo demuestran- pero la situación de desánimo, de caos y miseria que afronta nuestro país es similar a la del islote de guano (la mierda acumulada sería parte de la metáfora). Yo no voté por Fox para la presidencia (estoy muy lejos de la ideología panista y nunca creí en su cauda de ofrecimientos o en la necesidad del voto útil), pero este texto me hace pensar por primera vez en quienes sí lo hicieron llevados por la esperanza de un cambio -como Ricard lo estuvo contra Huerta en su aspiración de refundar al país-, celebraron el triunfo de la democracia y ahora se ven defraudados, a la deriva, y entienden que la situación ha empeorado, lo que los sume en el desconcierto, por decir lo menos.

En un blanco escenario no realista, en dos niveles y con varias trampillas, diseñada por Gabriel Pascal, que lo mismo puede ser la isla que el barco de la primera escena de teatro dentro del teatro y con una austera iluminación en que priva lo blanco debida también al escenógrafo, lo que da una idea de monotonía, así como el vestuario diseñado por Eloise Kazan casi todo en tonos beiges, se va desenvolviendo la compleja historia, que se auxilia con el diseño sonoro de Gonzalo Macías y la coreografía de Rafael Rosales. El trazo es muy limpio y abarca todos los espacios y la dirección de actores es excelente en esos personajes que se van transformando, a excepción de Victoriano Can, desde la escena en que cada uno expresa sus de-seos. Mauricio García Lozano, como el capitán Ricard, en la segunda actuación que le conozco, transita del entusiasmo un tanto retórico a la más brutal desesperanza. Mariana Giménez lleva a su personaje, desde la frivolidad cifrada en nimios detalles, hasta la fiereza o la fingida sumisión a Victoriano Can; un bello momento, casi al final, es la metáfora de la pérdida del hijo nonato. Laura Almela tiene la difícil encomienda, siendo mujer, de encarnar a un grotesco travesti y contrastarlo con la entereza de la comadrona Juancha. Joaquín Cosío, brutal y canallesco como Victoriano Can, casi animal, casi puro instinto sexual. Roberto Soto, en un papel pequeño para sus posibilidades, el de Herr Schön. Jorge Avalos encarna el buen sentido y la fidelidad del teniente Cardo. Enrique Arriola, matiza sus tres disímbolos papeles y Mariannela Cataño es la débil Altagracia, feliz por mantenerse viva aunque deba someterse a todo.

 
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