Usted está aquí: miércoles 16 de febrero de 2005 Espectáculos ANTROBIOTICA

ANTROBIOTICA

Alonso Ruvalcaba

Nueva vindicación del disco

Ampliar la imagen Portada de uno de los discos de aquellos a�

EL DISCO FUE la revolución. El disco fue la libertad, la unión, el amor: love is the message, quería decir Kenneth Gamble. El disco era cochino, espiritual, emocionante, poderoso. Era un secreto, era underground, peligroso. No era para güeritos ni para los que dejan caer la noche detrás de las persianas; era para negros, para putos, trasvestis, lesbianas, para los locos y las locas, para los hambrientos. El disco fue la emancipación.

ANTES DE QUE el éxito comercial convirtiera aquella música en lo que José Agustín pudo llamar ''mierda empaquetada'', antes de que le arrancara la escena al gay subterráneo de Nueva York y se la dejara caer a los pies sin funk del gringo promedio; antes de eso, el disco era la música más caliente, más sudorosa, más redentora, más profundamente amorosa que ha habido. Su base era un virtuosismo musical extraño, novedoso; era poético, lírico, rompemadres, o podía serlo, como podía ser profundo, experimental. Era, además, fonqui hasta gritar basta.

DESPUES, LA PALABRA disco se le encimó a John Travolta, a los Bee Gees, a Abba, al Village People; a una versión lamentable de I will survive al final de los años 90, a las ridículas compilaciones Discofever, pero en su momento, para los que estaban ahí, la familia original que luego se dispersó, ésa era la Palabra de salvación. Y hoy a muchos les da urticaria usarla para describir aquella escena, aquelos antros, aquella música, aquella atmósfera, sucios, gritty a más no poder, deliciosos y cargados de funk.

LOS ULTIMOS DIAS del disco, para algunos, fueron un triste rechauffé de la decadencia del Imperio Romano; los primeros días, en cambio, estaban llenos de esperanza. Las calles se dirían recién lavadas, como si los dioses del sexo y de la vida (que son los mismos) de repente hubieran tendido su mano sobre el Village. Todo parecía a punto de estallar, si no es que la gran explosión acababa de ocurrir y apenas estábamos comprendiendo: al final de la década anterior, en Altamont, unos Hell's Angels habían asesinado a un negro; poco después, unos culerísimos troopers gringos abrieron fuego contra estudiantes antibélicos en la universidad de Kent. (Ya sabemos lo que había pasado en México tiempo antes, gracias a otro bonche de culerísimos carnales.) El disco era también el soundtrack de la huida, del adiós a todo eso. Y por otro lado era la música de la celebración, pues las restricciones impuestas a los negros y a los gays comenzaban a disolverse. Después de aquella noche genial (junio 21, 1969) que terminó llamándose The Stonewall rebellion, en que gays y lesbianas de Christopher street convirtieron una razzia policiaca en un alzamiento, ya nada iba a ser igual. Se le podía subir el volumen a la existencia. E inspirada por esas libertades (limitadas como eran) de la minoría, la mayoría también sintió un receso. El aborto legal, antibióticos para todos y la píldora, nadie ignora que esto significó, por primera vez en serio, que el sexo era para divertirse no para procrear o repetir el circulito lamentable de la familia. La música y los antros subterráneos son el prerreflejo más prístino de las subversiones del orden: el disco presidía esa época de cambios radicales. (Y pocos se estaban enterando.)

MUSICALMENTE, EL DISCO fue revolucionario hasta la locura: estuvo en el corazón de algunas de las innovaciones más radicales hasta entonces -en la forma en que la música se concebía, se creaba, se consumía. Cambió a los antros profundísimamente, trastornó la radio, la industria. Al final de su imperio ya habían nacido el sencillo de 12", el remix, montones de técnicas nuevas de estudio; discos empezaron a hacerse para diyéis, no para el tocadiscos casero, no para imitar una sesión en vivo sino para serlo ellos mismos. El diyéi también alcanzó su primera madurez en la era del disco. Se convirtió en estrella (pensemos en el ajado Francis Grasso), en el dios de la pista. Entre aprendió e inventó el lenguaje de la mezcla, como Sergei Eisenstein mientras, en la sala de edición, montaba El acorazado Potemkin. Entre drogas potentísimas, los primeros diyéis del disco cambiaron la forma en que escuchamos música. Y, al mismo tiempo, nos entregaron una breve noche para que nosotros también nos volviéramos locos.

Cinco rolas inevitables

MANU DIBANGO/ Soul makoosa

MSFB/ Love is the message

DINOSAUR/ Go bang!

LOLEATTA HOLLOWAY/ Hit & run

WAR/ City, country, city

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