Usted está aquí: martes 15 de febrero de 2005 Opinión Un día para el cine político y de compromiso social

Leonardo García Tasao

Un día para el cine político y de compromiso social

Berlin, 14 de febrero. El día más sólido de la competencia en lo que va de la Berlinale comenzó con la proyección de Paradise now (El paraíso ahora), coproducción franco-holandesa dirigida por Hany Abu-Assad. Dos jóvenes palestinos, amigos desde la infancia, son reclutados por la resistencia para pegarse bombas a sus cuerpos y realizar atentados consecutivos en Tel-Aviv; sin embargo, el plan es interrumpido y los dos se separan, con lo que cada uno tiene tiempo para pensar en su misión y sus consecuencias.

Asumiendo un tono cotidiano, que incluye detalles humorísticos para humanizar a sus personajes, Abu-Assad plantea las dos posiciones posibles para enfrentar la ocupación israelí. Aunque los dos protagonistas se muestran desencantados y dispuestos a sacrificar sus vidas por la causa, también se reconoce la validez del argumento de una mujer, hija de un caudillo, quien afirma que la negociación es un camino más válido. Paradise now no puede evitar los diálogos discursivos, pero su enfoque del conflicto es tan válido y vigente como los encabezados de los diarios. En nombre del fair play, es positivo que el punto de vista palestino haya empezado a expresarse cinematográficamente gracias a coproducciones europeas, como sucedió hace tres años en Cannes con la premiada Intervención divina, de Elia Suleiman.

Un filme político de diferente índole fue aportado por el francés Robert Guédiguian en Le promeneur du Champ de Mars (El último Mitterrand). Por suerte, el realizador ha dado un giro sustancial a su obra, abandonando sus usuales relatos de relaciones amorosas ambientadas en Marsella. Y lo que es mejor, no ha empleado como actriz a su esposa, la insufrible Arianne Ascaride.

Basándose en el libro del periodista Georges-Marc Benamou, Guédiguian presenta una versión ficticia de los últimos días en la presidencia y la vida de François Mitterrand (Michel Bouquet), desahuciado por una enfermedad incurable. Un joven periodista (Jalil Lespert) lo entrevista con el fin de escribir una biografía. Eso da pie a un retrato afectuoso de un estadista lúcido, culto y a la vez vanidoso e interesado en olvidar lo que intriga al periodista: la posible colaboración de Mitterrand con el gobierno de Vichy antes de unirse a la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. La persuasiva encarnación de Bouquet, uno de los grandes actores de carácter franceses, hace atractiva la película aún para quienes no guarden especial interés por el personaje histórico. Uno trata de imaginar si un equivalente sería posible en el cine mexicano referido a la vida y desempeño de algún presidente de las últimas cuatro décadas, y sólo concibe alguna farsa trágica.

Finalmente, fuera de competencia, se exhibió Tickets (Boletos), película dirigida y escrita colectivamente por el iraní Abbas Kiarostami, el británico Ken Loach y el italiano Ermanno Olmi. Aunque no dividida en episodios, cada uno enfocó a diferentes pasajeros en un atribulado viaje de tren a Roma. El resultado es inevitablemente desigual, aun cuando los cineastas dirigieron a veces al unísono (cosa insólita en este tipo de proyectos). Pero las matemáticas no funcionan en el cine. La suma de los talentos siempre es inferior a la película promedio de cada uno de ellos.

Menos mal que el esfuerzo de salir a caminar bajo nevadas, cual Dr. Zhivago, ha sido recompensado hoy con buen cine.

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