Usted está aquí: martes 15 de febrero de 2005 Opinión La transición de Zedillo

Marco Rascón

La transición de Zedillo

Cual rayo en cielo despejado, salido de un oscuro rincón del viejo sistema político mexicano, aparece Ernesto Zedillo como el líder de un régimen en su última fase de descomposición.

Una mano muy poderosa lo extrae de la penumbra de los pasillos de las asesorías y las opiniones tecnocrátas y lo coloca como el gran conductor neoliberal: el político que el país necesita. Ante la determinación de esa mano poderosa, los políticos del viejo régimen se rinden en menos de 72 horas y Fidel Velázquez, Carlos Hank González, los nuevos ricos surgidos de la privatización salinista, lo aceptan sin resistencia.

Esa gran mano poderosa logra que un hombre sin atributos se convierta de la noche a la mañana en el político más poderoso del país y haga que se consume a gran velocidad el proceso de integración económica y la extinción de la soberanía mexicana y su Estado nacional.

Si Carlos Salinas es un personaje vertiginoso, creado por los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial, Ernesto Zedillo en velocidad tiene la diferencia que habría entre el sonido y la luz, es decir, su llegada es un relámpago.

Esa mano poderosa hizo que "ganara" con la votación más alta (17 millones de votos) y, al igual que George W. Bush en la reciente elección en Estados Unidos, se impone bajo la amenaza de una guerra. El voto útil decide por la frase "bienestar para tu familia" y, a pesar de que pierde el debate frente a Diego Fernández de Cevallos, gana la elección, pues el candidato panista decide desaparecer.

Ya en el poder comienza de la misma manera en que terminaban los sexenios priístas: devaluando la moneda. El ajuste monetario no sólo es un conjunto de errores, sino una decisión de la mano poderosa que lo llevó al poder, pues la sobrevaluación del peso durante los últimos dos años del sexenio de la usurpación salinista fue una de las últimas condiciones que puso Bill Clinton a México para aprobar dentro de Estados Unidos el Tratado de Libre Comercio.

Ernesto Zedillo es, por tanto, el operador del ajuste, pero también el beneficiario de la nueva política económica ya dirigida abiertamente desde Washington. Con él en la silla presidencial, Clinton pone un fondo de rescate no aprobado por el Congreso de Estados Unidos, pero a cambio compromete como garantía de ese fondo de rescate las reservas petroleras de México. Al final, Zedillo es un hombre impuesto por los estadunidenses para desmantelar los últimos jirones de soberanía económica y llevar adelante la transición política mexicana.

El mensaje político de Ernesto Zedillo, dirigido tanto a priístas como a panistas y perredistas, es simple: ya se fue Salinas, tiene que irse Cuauhtémoc Cárdenas y sin el fantasma de 1988 la oferta es un pacto de transición.

La llamada "transición pactada" no es por ello una propuesta desde la oposición, sino un proyecto estadunidense que tuvo resonancia inmediata dentro de los aparatos de partido, donde la oferta fundamental era la "alternancia" siempre y cuando hubiese un compromiso de respetar la política económica y las reformas neoliberales.

En el PRD esto se convierte en tema central, en oposición a la posición cardenista de no pactar con el régimen surgido del fraude electoral en 1988, consumado en 1994. Los grupos y corrientes, apoderadas del aparato, que crecieron a la sombra de la fuerza del cardenismo, deciden y aceptan una negociación por encima de Cárdenas. Porfirio Muñoz Ledo, quien fuese precursor e ideólogo de una reforma de Estado pactada, pese a sus diferencias con Cárdenas, también es desplazado y traicionado de ese proceso, pues para los estadunidenses los protagonistas históricos de 1988 no podrían ser parte de ese pacto de transición.

De 1996 a 2000 la dirección perredista acepta una a una las condiciones y cumple al desplazar de las decisiones del partido a los dirigentes históricos. Esto se aprecia en el surgimiento del pragmatismo, la idea de ganar votos, la apertura de la imagen de los perredistas en los medios y la aparición de recursos económicos para las campañas. Se impone el criterio de las encuestas.

Con ese patrimonio llega la cúpula perredista a 2006, atrapada en su pragmatismo y gastando el pago de la "transición pactada" en las pirotecnias del desafuero, pues el futuro económico y el destino de largo plazo están pactados con el zedillismo.

Ernesto Zedillo hoy es un empleado de las trasnacionales, goza de impunidad frente a hechos como la formación de los paramilitares en Chiapas, pues su política contrainsurgente no sólo fue contra el EZLN, sino para acabar con la independencia política y la identidad del PRD.

El gran éxito de la "transición pactada" zedillista fue haber desarmado a la izquierda, a la cual pusieron precio barato: 800 millones de pesos y el presupuesto de la ciudad de México, que en 2006 será recuperado si el PRD ya no es un opositor útil.

Zedillo goza de la tarea cumplida, no por ser el Gorbachov, sino el Yeltsin de México con el aval de PRI, PAN y PRD.

 
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