Usted está aquí: jueves 10 de febrero de 2005 Opinión El Bravo y el Suchiate, realidades paralelas

Editorial

El Bravo y el Suchiate, realidades paralelas

Los informes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sobre los maltratos de diversas autoridades contra migrantes latinoamericanos en nuestro país tienen la amarga virtud de colocar en la mirada de la opinión pública un aspecto generalmente relegado del mal desempeño del poder público ante el fenómeno migratorio.

Son usuales los señalamientos, por demás justificados, sobre la inacción y la indolencia de las instituciones gubernamentales ante el drama de los trabajadores mexicanos que cruzan la frontera norte, quienes, desde antes de llegar a territorio estadunidense, se ven sometidos a toda suerte de abusos, atropellos y atrocidades por funcionarios policiales y administrativos; particulares perversos que se refocilan en cazar, humillar y torturar a nuestros connacionales; traficantes de personas que los estafan o los colocan en situaciones de extremado peligro, y por empleadores que se aprovechan de la falta de documentos para explotarlos de maneras que se aproximan a la esclavitud.

Mucho menos conocida o reconocida es la situación de los migrantes procedentes de naciones hermanas que viajan a nuestro país sin documentos migratorios, ya sea con el propósito de quedarse en él o con la perspectiva de cruzar el territorio nacional para llegar a Estados Unidos.

Las motivaciones de esos migrantes son idénticas a las de los mexicanos que viajan al país vecino: emprenden travesías dolorosas, peligrosas e inciertas en busca de empleo y de perspectivas de una vida digna y satisfactoria que sus países de origen les niegan.

En su recorrido enfrentan circunstancias semejantes y a veces peores que las que sufren nuestros connacionales en la frontera norte y más allá de ella: la inicua explotación de los polleros; los riesgos indecibles, agresiones, asaltos o asesinatos a manos de las mafias y pandillas que infestan la frontera sur, y la zozobra de ser detenidos por las autoridades mexicanas. Cuando les ocurre esto último, los migrantes centro y suramericanos suelen ser tratados como ganado humano: no se les permite ejercer sus derechos básicos, se les confina en las "estaciones migratorias", denominación elegante para eludir realidades pavorosas ­locales insalubres, cárceles, separos y hasta hospitales siquiátricos­ en las que resultan comunes el hacinamiento, la falta de separación de mujeres y hombres, así como de adultos y menores, carencia de asistencia médica y hasta que las autoridades roben las magras pertenencias de estos infortunados extranjeros que no han perpetrado más delito que el que cometen los mexicanos que emigran a Estados Unidos ­es decir, abandonar sus lugares de origen en busca de una vida decorosa­, y la misma falta administrativa: viajar sin papeles.

Los vergonzosos atropellos documentados por la CNDH ­de los cuales se presenta material informativo en las ediciones de ayer y de hoy de este diario­ constituyen un mentís a la supuesta vigencia del estado de derecho en nuestro país y al respeto a los derechos humanos que proclama el actual gobierno.

Un régimen que propicia o tolera semejantes maltratos y abusos contra individuos inocentes, indefensos y desprovistos de todo ­hasta de país­ no puede pavonearse, como hace el grupo en el poder, como adalid de la legalidad a ultranza y observante de las garantías individuales establecidas en la Constitución.

Por lo demás, las violaciones regulares contra los centro y suramericanos que llegan a México sin documentos migratorios socavan la autoridad moral de los reclamos mexicanos ante el gobierno de Estados Unidos por los atropellos de que son víctimas nuestros connacionales en ese país. En el río Suchiate se reproduce la masiva tragedia de la que es testigo el Bravo, y las corporaciones policiales mexicanas cometen contra los latinoamericanos agravios similares a los de la migra estadunidense contra los paisanos. En tanto no se corrijan y erradiquen esas prácticas, las expresiones oficiales en defensa de nuestros migrantes pueden ser calificados, no sin motivo, de piezas discursivas características de la doble moral.

 
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