El credo neoliberal
De frente al sitio que quiere ocupar en la historia de su país, el presidente George W. Bush ha escogido el sistema de seguridad social, vigente desde hace unos sesenta años, para proponer la que -dijo- sería su audaz transformación. De lograr hacer realidad su iniciativa, que viene pensando desde que compitió (y malogró) por una diputación al congreso de Texas, Bush cree que su lugar en el recuento de logros presidenciales estaría asegurado. Para ello adelanta la intención de finiquitar la participación solidaria del Estado en el financiamiento de las pensiones para el retiro y dar paso a las cuentas individuales como método de ahorro. Una ruta muy a tono con los modos de los mercados y en consonancia con los intereses de grupos de presión financiera.
Al mismo tiempo dicho cambio implicaría -según el recién relecto mandatario estadunidense y como objetivo trascendente- una profunda modificación del panorama político que rige hasta el presente día en esa nación. Al concentrarse en los jóvenes trabajadores se estaría consolidando el dominio de su partido, el Republicano, por los próximos sesenta o más años. Bush no quiere (y tal vez no pueda) tocar los modos y las formas de otorgar pensiones a los derechohabientes en activo, por lo demás una aventura en la que Bill Clinton fracasó durante su segundo periodo. Las modificaciones irían dirigidas para aquellos que estuvieran a punto de iniciarse en las actividades productivas. Una visión de estadista, muy en línea con la propia concepción conservadora, piensa para sí mismo Bush. Quiere superar lo que el presidente Franklin Delano Roosevelt inauguró hace ya muchas décadas bajo los supuestos del llamado New Deal, que tanto sirvió de plataforma y apoyo a los demócratas. Un partido que, bajo estas condicionantes, sería visto como del pasado, el de las viejas soluciones.
Como si fuera un propósito religioso, como un imponderable que no hay que discutir sino aceptar mansamente, como recipiente de verdades reveladas que avizoran, además, un final de quiebra inminente de continuar con el mismo sistema (quizá en 2018 o 2040, aseveró), así presentó Bush durante el discurso inaugural de su segundo término la iniciativa para reformar la Seguridad Social. El texano pretende introducir un conjunto de políticas públicas para edificar, al paso de los años, un gigantesco aparato de ahorro que sea capaz, no sin considerable esfuerzo pecuniario adicional del asegurado, de financiar un nivel de vida decoroso durante los años de retiro. Fiel a los principios neoliberales en boga, Bush pretende relevar al Estado de la obligación, de la responsabilidad de financiar, aunque sea en parte, las pensiones de los trabajadores.
Como bien puede verse, la genial propuesta no es, para nada, de nuevo diseño, sino, por el contrario, obedece a las muy trilladas sugerencias que tanto el Banco Mundial como el Fodo Monetario Internacional han estado impulsando en todo momento y ante quien se deje convencer con los escenarios de catástrofes por venir, dibujadas por sus hábiles asesores. Aquí mismo fue, y es todavía, la mera Biblia de los tecnócratas del priísmo bajo la época entreguista de Zedillo hasta que éstos y otros de sus aliados adicionales lograron echarle el guante a los trabajadores del apartado A y formar las ya bien conocidas administradoras de los fondos para el retiro. Una ruta calcada de lo hecho en Chile, el modelo de éxito a seguir según el credo de los hacendistas y banqueros nacionales. No conformes con el manejo de los enormes recursos actuales se quiere ensanchar la maleta de billetes con los empleados del apartado A. Un botín por el que se libran batallas entre el gobierno de Vicente Fox y los diversos grupos de presión que se verían beneficiados por el cambio legislativo en proceso. La experiencia resultante del cambio del sistema solidario de pensiones del Instituto Mexicano del Seguro Social al de cuentas individuales, al menos en México, no apunta hacia una respuesta positiva. Los costos de operación de las administradoras son elevados e impiden la acumulación requerida para soportar pensiones dignas.
Pero las reformas de Bush enfrentan, además, fiera resistencia entre diversas fuerzas políticas. Los demócratas, por sí solos, pueden frenar el impulso que Bush quiere dar a su iniciativa. En el mismo Partido Republicano hay grupos que se sienten molestos con los planes presidenciales. La pelea será dura y prolongada muy a pesar de que, aun si logra prevalecer Bush en sus intenciones privatizadoras, quedarán todavía pendientes tanto la fidelidad de los nuevos afiliados a las cuentas individuales como su ambicionado lugar en la historia de esa nación, tan rica e influyente en el mundo.