Medicina y poder
Días atrás la prensa dio a conocer que en Alemania un enfermero mató a 29 pacientes en un hospital en sólo 18 meses. Los vecinos de Stefan L. tenían la mejor impresión del joven de 26 años: lo consideraban afable y tranquilo. Después del hallazgo los medios de comunicación lo han denominado el enfermero de la muerte; se considera que es el mayor asesino en serie de la historia reciente de Alemania. Los actos de Stefan obligaron a las autoridades a exhumar 42 cadáveres para investigar en cuántos casos la intervención del enfermero había sido la causa directa del deceso. Aunque no son claras las razones por las cuales Stefan asesinaba a sus pacientes, cuando se le interrogó, confesó haber matado a 10 enfermos "por compasión y para ahorrarles mayores sufrimientos sin sentido".
Los crímenes se hicieron evidentes por una investigación originada tras la desaparición de fármacos en el hospital donde trabajaba. Con los medicamentos -barbitúricos, analgésicos potentes y otros que causan parálisis respiratoria- Stefan elaboraba una pócima que producía la muerte en cinco minutos como consecuencia de una inyección letal. Aunque el acusado aseveró que actuaba por piedad, existen evidencias que algunos de los afectados se encontraban en franca recuperación y realizaban planes. De acuerdo con las investigaciones, el enfermero inició sus actividades criminales cuando sólo llevaba cuatro semanas en el nosocomio.
El caso de Stefan L. remite al de Harold Frederick Shipman, médico en Hyde, Manchester, Inglaterra, quien en enero de 2000 fue acusado de haber asesinado a por lo menos 215 pacientes entre 1975 y 1998. Aunque no se encontraron suficientes evidencias, hubo fuertes sospechas de que había matado a otras 45 personas. Shipman era médico general y muchos familiares de los pacientes asesinados lo consideraban buen doctor. Los interesados aceptaban largas esperas en su consultorio, porque sabían que Shipman les brindaría suficiente tiempo, y, en muchas ocasiones, resolvería sus problemas. Se decía que era el doctor más popular en Hyde; había que esperar hasta un año para conseguir cita con él. Para muchos, la primera cita representaba "ganarse la lotería".
El hijo de una de sus víctimas, a pesar de que sabía que su padre había sido asesinado, expresó: "Recuerdo el tiempo que Shipman le daba a mi padre. Lo escuchaba y lo atendía con cariño. El era un maravilloso médico general, a pesar de que haya matado a mi padre". Shipman nunca admitió ninguno de los crímenes. Se suicidó en la cárcel, en 2003, mientras cumplía su condena.
Como médico general, Shipman tenía acceso a opiáceos y solía visitar a personas vulnerables en casa. Poco después de haber iniciado su ejercicio médico, en 1974, es decir, un año antes del primer asesinato, fue arrestado por haber extendido recetas fraudulentas que contenían analgésicos del tipo opiáceo, cuyos destinatarios no eran pacientes sino el mismo Shipman. Se le retiró su licencia durante algún tiempo y después de haber recibido tratamiento para su adicción se le permitió ejercer nuevamente.
La mayoría de los asesinatos los cometía en casa bajo el pretexto de una "visita médica". Mataba a sus pacientes inyectándoles morfina intravenosa. Conseguía la droga al solicitar "dosis extras" para paliar el dolor de sus enfermos. Ochenta por ciento de las víctimas eran mujeres mayores de edad. Se dice que Shipman no era "particularmente inteligente" y que sólo se sospechó de él cuando empezó a implicarse en el terreno legal de sus pacientes -como sucedió cuando preguntó acerca de los testamentos. Shipman era una suerte de doctor Jekyll de Hyde.
Aunque escasos, existen otros sucesos similares a los descritos. Ambos casos sirven para ilustrar al menos tres problemas. Primero: no existen controles suficientes acerca de la salud mental de los profesionales de la salud y sobre sus actitudes -es sabido que la drogadicción y el alcoholismo son más frecuentes en la profesión médica que en otras. Algunos doctores pueden viajar toda la noche para conseguir drogas. Segundo: algunos médicos o enfermeros pueden delinquir sin coto, pues no hay "sistemas de vigilancia", el abuso sexual es queja ocasional. Tercero: el excesivo paternalismo médico es nocivo, pues impide que algunos enfermos y familiares decidan y sepan qué sucede con su salud.
Aunque lo acontecido con Stefan y Shipman es extremo, daños menores y conductas médicas inadecuadas son frecuentes. Sus historias ilustran el abuso del poder y de la autoridad en medicina y deben servir para replantear la relación médico-paciente.