María Rita también estuvo en el festival de la ciudad
Wayne Shorter demostró por qué la improvisación es alma del jazz
Ampliar la imagen La hija de Elis Regina present�ssa de vanguardia FOTO Fernando Aceves
Wayne Shorter ratificó el papel que le corresponde en el Festival de Jazz de la Ciudad de México: es, por mucho, el mejor de todos. Un clásico del hard bop, protagonista en la era de la fusión, y ahora exponente del jazz de vanguardia, con lo mejor que han dado los saxofonistas tenores al género como Sonny Rollins, Lester Young y, de manera indiscutible, el propio John Coltrane, o el Cold Train.
El viernes por la noche, antes de ese primer gran plato, se presentó la bossa de vanguardia con la hija de Elis Regina, María Rita, y sus cuatro músicos, que se dieron el lujo de interpretar desde boleros como Dos gardenias hasta La festa, de Milton Nacimiento, incluyendo dos composiciones de la nueva revelación carioca: Marcelo Carmeno.
Con los pies desnudos sobre el piso pulido -siempre pide que pulan todos los escenarios porque no sabe cantar con calzado-, María Rita presentó una voz incomparable, pero también se le notó cansada y algo nerviosa, quizá por la frialdad del público al que tuvo que obligar a bailar, aunque fuera sólo en la última pieza. La magia de la música brasileña si bien brilló aquí en algunos momentos, también se escondió en el arranque de la primera parte del espectáculo.
La segunda jornada del Festival de Jazz, celebrada la noche del sábado, atrajo al público que casi llenó el Auditorio Nacional. Un cartel muy singular, en una mezcla de ritmos e intérpretes desiguales aunque, eso sí, con renombre aunque no para todos los gustos. Pero, como ya se dijo, la expectativa era escuchar a Shorter y su cuarteto, en que viajan por el paisaje de la síncopa más ácida el contrabajista John Patitucci; el extraordinario pianista Danilo Pérez y el bataquista venezolano-estadunidense Brian Blade.
Después de la sensual María Rita, y antes de Wayne Shorter, el jazzecito light y comercial del sexteto The Yellowjackets, que tiene sus seguidores, pero el estilo de su música, muy estructurado, by the book, sin soltarse el chongo ni buscar variaciones o experimentos con la raíz blues del jazz, lo hace difícil de ubicar. Más de tres asistentes al Auditorio hubieran preferido a The Rippingtons y su guitarrista, el legendario Russ Freeman.
Tiene talento, sus interpretaciones son tan correctas como todo lo políticamente correcto de Estados Unidos, pero en su sonido algunos miran falta de profundidad a la que llega otro grupo similar, que abrió el festival el viernes pasado: Spyro Gyra. Su presencia para algunos pronto pasó al olvido con la llegada al escenario del grandioso Shorter.
Contrapunteando el sax tenor y el clarinete con el teclado de Pérez, y con el respaldo de una sección rítmica sumergida en el frenesí, Wayne Shorter demostró porque la improvisación es el alma, la esencia y el espíritu del jazz. En cinco piezas dio un repaso de la técnica y la síncopa que explicaron, sin grandes aspavientos, su lugar en la escena contemporánea. Su historia todos la saben: tocó con Miles Davis, Herbie Hancock y McCoy Tyner, entre otros; participó a finales de los 50 en el movimiento de reivindicación de las raíces africanas, emprendido por los músicos negros de jazz con ese disco Juju; aprendió de los saxofonistas ya mencionados, y se metió a la aventura de Joe Zawinul y Jaco Pastorius a principios de los 70 con el legendario grupo Weather Report. Con su cuarteto recreó los rumbos del jazz y dejó en claro que se trata de un género más actual que nunca.