ENTREVISTA / Bernardo Atxaga escritor vasco
El euskera, vital para una generación de artistas
Esa lengua, herramienta de resistencia a la dictadura de Franco
Escribimos en función de una herencia recibida. Por ejemplo, el pintor de las Cuevas de Altamira aprovecha los accidentes de la pared para hacer los dibujos. Es decir, ya hay una forma o semiforma en la pared. Esa es una relación que también existe en la literatura.
Ampliar la imagen "Intentar�enacer en lo que llamo la tercera vuelta de la vida: la primera fue cuando dej�l banco (donde trabajaba); la segunda cuando empec� publicar libros y esas cosas, y la tercera ser�escubrir si he aprendido a ver y a abrir v� en otros campos", dice Bernardo Atxaga. En la imagen, el autor durante la FIL de Guadalajara de 1996 FOTO Guillermo Sologuren
Madrid. El escritor vasco Bernardo Atxaga reconoce que "la oscuridad" y el "desierto del franquismo" lo empujaron a escribir y a crear su singular universo literario. Nació en 1951 en Aesteasu, un pequeño pueblo de Guipúzcoa, en el seno de una familia de campesinos que sufrió en carne propia los estragos de la Guerra Civil (1936-1939) y la severidad de la dictadura fascista de Francisco Franco.
A pesar de la proscripción por el régimen de la lengua vasca, Atxaga aprendió y habló desde pequeño su idioma natural, el euskera, que posteriormente convirtió en la materia prima de su expresión literaria. Atxaga es el autor de una obra dilatada y profunda, en la que a través de una docena de libros de cuentos y novelas cobra vida el mundo ficticio de Obabakoak. Su última novela, El hijo del acordeonista (Alfaguara), representa la "ofrenda final" a esa etapa y, por tanto, el inicio de una "tercera vida".
En entrevista con La Jornada, Atxaga recuerda sus orígenes como escritor y su infatigable lucha por el reconocimiento de su lengua y su cultura, pero nunca desde una visión "costumbrista" o "reaccionaria", sino desde la convicción de que la expresión surgida en un pequeño rincón del mundo se puede convertir en un "alegato universal" para reflexionar sobre los dilemas comunes a todos los seres humanos; como el amor, la muerte, la tristeza o la soledad.
Para recordar los primeros llamados de la escritura, Atxaga se sumerge en una honda nostalgia: "Un pintor alemán dijo: 'no hay camino hacia la luz, es la oscuridad la que me empuja'. Por eso creo que si yo hubiera hecho los estudios que quería, de filología clásica, o si hubiera estudiado y trabajado como profesor desde el principio, probablemente también hubiera escrito, pero quizá más tarde. Sin embargo, comencé a trabajar como economista en un banco. Y eso era la oscuridad. Así que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salir de ahí y empecé a hacer pequeños trabajos de traducción y a publicar obras destinadas a los niños o guiones de radio. Después del franquismo, la cultura vasca era un desierto. Esa situación de desierto, unida a mi trabajo en un banco infernal, donde todo el día se hablaba de dinero, me llevó a que me dedicara muy pronto a la escritura. Lo conseguí hasta que tuve 29 años, cuando renuncié al banco y me trasladé a vivir a Barcelona, donde inicié estudios de filosofía clásica y estudié desde el pensamiento de los griegos hasta el Renacimiento. Fue entonces cuando volví a nacer".
Atxaga siempre ha escrito en lengua vasca. Publicó su primer libro en 1980, una recopilación de cuentos que tituló Nicolasa: aventuras y locuras, si bien antes había editado unos cuentos para niños, con la intención de que aprendieran los aspectos esenciales de la música y conocieran las canciones de cuna de la tradición vasca.
Las filosofías griega y latina están entre sus obsesiones, al reconocer que ha encontrado en esos pasajes míticos del pensamiento occidental un referente vital de su propia obra literaria. "Estudié a Platón porque me interesaba la tragedia griega y los textos clásicos, pues siempre he dicho que indefectiblemente escribimos en función de una herencia recibida. Por ejemplo, el pintor de las Cuevas de Altamira aprovecha los accidentes de la pared para hacer los dibujos. Es decir, ya hay una forma o semiforma en la pared, por lo que la mano del hombre se limitó a completar la obra. Esa es una relación que también existe en la literatura, aunque no es tan clara de explicar, pero que desde luego existe. Es como si la mano que escribe escribiera sobre una superficie en la que ya hay formas. Entonces, de las superficies bajas yo elijo la superficie clásica y la latina, por lo que siempre que escribo algo pienso en qué se asemeja a esas obras clásicas".
Atxaga publicó en 1989 un libro crucial de su trayectoria literaria, Obabakoak, que con el paso del tiempo se convirtió en su obra más reconocida tanto en España como en el extranjero, al haber sido traducida a 10 idiomas y recibir diversos galardones literarios, entre ellos el Premio Nacional de Literatura española de 1989. Ese libro fue la culminación de ese mundo imaginario y rural que le inspiró hasta ahora, y que le permitió ir descubriendo sus propias máximas sobre la escritura. "Cuando escribo siempre me pregunto cuál es la super-ficie que hay debajo. La historia surge sin querer, pues lo que he escrito no ha surgido desde una forma orgánica o intelectual. Alguien dijo que cuando escribimos, aunque no lo queramos, siempre sale lo que podríamos llamar inconsciente, o lo no racionalizado, o las tripas. Hay poemas que a pesar de leer 20 veces siempre les encuentras un sentido, pero cuando vuelves a tratar los mismos temas puedes llegar a pensar que estás preso de tus propias manías poéticas. Preso de tus propios libros, de tu propio mundo. Por eso El hijo del acordeonista es el libro con el que concluyo el mundo de Obabakoak; pienso que si no lo finalizo ahora en pocos años voy a aburrirme o a hastiarme. Así que intentaré renacer otra vez en lo que yo llamo la tercera vuelta de la vida: la primera fue cuando dejé el banco; la segunda cuando empecé a publicar libros y esas cosas, y la tercera será descubrir si he aprendido a ver y a abrir vías en otros campos".
En esta novela ofrece su visión personal del atávico conflicto que sufre el País Vasco desde hace décadas: "El libro parte de dos situaciones muy distintas: por una parte, en los años 70 perduraba el eco de la Guerra Civil, aunque algunos historiadores crean que no existe relación entre la guerra y ETA. Por otra, en esos años parecía que estábamos de nuevo en una disyuntiva que enfrentaba al fascismo y a todo lo que estaba en contra. En esa situación, la violencia se podía entender en jóvenes con ansias de justicia. Pero perdimos esos paraísos, descubrimos lo que se ocultaba tras la máscara de la Unión Soviética, a España llegó la democracia. Pero en el País Vasco algunas víctimas se convirtieron en verdugos por una suerte de inversión perversa".
Atxaga explica así su defensa vital de la cultura y la lengua vascas: "Claro que el euskera tiene una importancia vital en los artistas de mi generación. La mejor equivalencia que encuentro para explicarme sería esa definición de intelectual orgánico de la que hablaba Gramsci, el intelectual que se compromete con su trabajo pero también con una clase social. Y en nuestro caso era algo parecido. Hay que recordar que cuando nosotros entramos en la dictadura franquista había surgido por primera vez la reivindicación de nuestra lengua, que es una idea muy moderna y, en cierto modo, una proclama en favor de la individualidad. Una defensa de lo que ha estado marginado, pues nosotros venimos de una lengua que nos condenaba a una clase social. No recuerdo ningún hijo de príncipe o, ni siquiera, a ningún burgués que hablara vasco. Por eso digo que nosotros venimos de la clase de menos fuerza y de menos poética, que es la de los campesinos y de los artesanos vascos".
El también autor de la novela El hombre solo añade: "Al venir nosotros de ahí existe esa implicación de defender nuestro legado; estamos inmersos en una historia colectiva y en una especie de reivindicación de nuestra lengua. En mis escritos de aquella época definí, un poco en broma, a todo ese movimiento espontáneo y vital como la rebelión de los pastores, pues hubo un traslado de nuestra lengua y de nuestro mundo a las capitales vascas, que se hizo físicamente durante los años 70. Es una época en la que hay una especie de invasión a las ciudades de los que éramos hijos de los carpinteros o los campesinos que, por primera vez, podían pagarnos unos estudios universitarios. Siempre tuve muy claro que teníamos que conquistar Bilbao. Creo que en cierto modo lo conseguimos, ya que llevamos nuestra lengua del mundo rural a las ciudades y, al mismo tiempo, ésta se prendió de inmediato a la modernidad, lo que evitó que a pesar de ese punto de partida todo esto derivara en una especie de romanticismo o costumbrismo que, desde mi punto de vista, son completamente reaccionarios".
Para entender la evolución de arte y la literatura nacida en el País Vasco, una comunidad de tan sólo 3 millones de habitantes integrada al Estado español, Atxaga recurre a la obra de artistas emblemáticos del siglo pasado: "Si uno ve la historia del arte vasco constata que los artistas más vanguardistas estaban ligados a ese proyecto, como Eduardo Chillida, quien llegó a decir que lo único que hacía era llevar al arte lo que aprendió de los herreros vascos. O cuando Jorge Oteiza afirmó que lo que hacía era llevar a la escultura el concepto de la improvisación de los campesinos vascos. O, incluso, la obra de Vicente Amestoy, quien a pesar de que estuvo ligado al movimiento punk y creó una estética un tanto siniestra, en la que se mezclaba la religión y la homosexualidad, tenía una relación muy estrecha con el mundo rural vasco. O la aportación del cantante vasco Mikel Laboa, quien intercaló el teatro de vanguardia y la música dodecafónica con ese mundo campesino".
La ebullición artística y cultural de esos años fue posible, según Atxaga, gracias a la severidad del régimen fascista. "En aquellos años se creó un movimiento muy intenso, que atribuyo al franquismo, pues hay que tomar en cuenta que el arte moderno perdura en situaciones de dictadura. Dictadores como Hitler o Franco siempre fueron en términos estéticos muy reaccionarios y naturalistas; por eso en aquellos años se debía estar contra Franco y contra estos valores artísticos. Ellos eran reaccionarios y estaban adocenados en el siglo XIX, mientras nosotros siempre aplaudimos todo lo que se saliera de ese tipo de cánones."
Atxaga vivió una revelación literaria que, a la postre, fue crucial para la creación de su mundo literario, cuando descubrió un concepto, una palabra: Obabakoak. "El descubrimiento de ese mundo originario tiene mucho que ver con lo que llamo la primera letra del alfabeto, que es la be, pues en el tiempo cronológico de cada persona la primera letra siempre es la be. Lo primero que dice un ser humano cuando pasa del silencio absoluto a emitir un sonido, es la be. Por eso en todas las lenguas del mundo los bebés se llaman así y tienen dos bes. En inglés es baby, en italiano es bambino, o en árabe se dice bab. Todos estos sonidos tienen que ver con el niño pequeño. Entonces pensé que como hablo de un mundo que ha estado en silencio, que no habló por sí mismo o que fue hablado por voces ajenas durante muchos años, cuando empezamos a hablar por nosotros mismos y pasamos del silencio a la palabra, decidí que el nombre del lugar geográfico donde eso cobraba vida y se hablaba tenía que ver con el primer sonido del hombre. Por eso empecé con la be de Obabakoak, que además está relacionado con una canción de cuna vasca. Si uno se dirige cariñosamente a un bebé le llama obabatxue, que no significa nada pero tiene una enorme fuerza fonética. Y es el sentido simbólico de ese mundo imaginario".
Atxaga se sumergió entonces en la escritura de ese universo, para lo que estudió exhaustivamente el lenguaje de ese mundo rural. "Descubrí que en mi infancia y que en ninguna zona rural de Europa en los años 70 u 80 nadie utilizaba el léxico sicoanalítico. Jamás he escuchado a ningún campesino vasco decir que tiene un día un poco depresivo. Sin embargo, en Bilbao o en cualquier otra ciudad podía bajar a comprar el pan y que la panadera me dijera que tenía un día de lo más paranoico. Pensé que en ese mundo rural de Obabakoak no existía Freud y que si quería hablar de esa gente tenía que eliminar ese léxico ajeno, que tenía que expresar a través de figuras como la de los fantasmas o de la literatura de los románticos para hablar del interior o del miedo del ser humano. Y seguí ese rastro para escribir qué ocurría en un mundo como ése, en el que tampoco nadie decía palabras como colonialismo, imperio o vocablos propios del léxico marxista, que tampoco se utilizaba."
Una segunda etapa de ese universo de Obabakoak es cuando la modernidad penetra en la cotidianeidad rural vasca. "La penetración de esa modernidad casi siempre es a través de personajes que son canibalizados, quienes al llegar a un territorio muy duro para una persona que viene del exterior viven historias tremendas, como la de la familia que se traslada a un pueblo y tiene un perro muy bonito, pero que un día el perro aparece con la cabeza rota por un tiro. Por esa agresividad que hay hacia el extraño en un mundo tan compacto, en el que el extraño siempre puede ser el enemigo y que, por lo tanto, tiene que ser destruido".
-¿En su obra persiste la memoria de la Guerra Civil y de los estragos de la dictadura franquista contra el pueblo vasco?
-En el sometimiento de nuestra cultura creo que somos un poco como los judíos. Todos aquellos que venimos de lugares que fueron hablados, y muchas veces malhablados por voces ajenas, le damos un valor añadido a aquello que ha sido nuestra vida. Los judíos, durante la diáspora, lo hicieron mucho y contaron la historia de sus pueblos o de sus generaciones para, como dijo Primo Levi, "contar la historia de nuestros padres antes de que desaparezcan de la tierra". De repente, los artistas vascos hemos tenido la impresión de que la historia de nuestros padres, de nuestros hermanos, de la gente de la que uno procede, son historias sentidas que corren el riesgo de perderse. Siempre se cuenta la historieta del aristócrata o del poeta de la tertulia de Madrid, por eso nosotros decimos: perdone usted, y que le den morcilla al aristócrata o al poeta de Madrid, pues yo puedo hablar de mi abuelo que murió electrocutado o fusilado. Que es una reivindicación democrática y, diría yo, también de clase.
-¿Usted cree que ya está cerrada la herida del encontronazo de las llamadas "dos Españas"?
-La memoria pesa mucho. Es una piedra de muchísimos kilos para la que hace falta mucha gente para levantarla. Un solo escritor tendría problemas para recorrer él solo esa inmensa piedra que es la memoria. Y lo que sucedió en la Guerra Civil y en la dictadura franquista pesa tanto que los débiles y los perdedores no tienen ninguna representación. No consiguen que nadie les levante o que, como a Lázaro, les resuciten. Que levanten ese peso de la memoria.
"Cuando pasa el tiempo se tiende a la relativización y, posiblemente, habrá gente que diga después de 30 años que Franco tenía sentimientos y para eso evoque el día que lloró durante el bautizo de su nieto. Esa es la típica artimaña para convertir lo político en lo sicológico, pero a mí no me importa nada la sicología de este señor, sino lo que hizo. Y para mí la Guerra Civil es un capítulo que todavía está sin cerrar, pero no sólo en los libros, pues es suficiente ver que ahora mismo se están desenterrando los cadáveres de centenares de fusilados durante la guerra."