Toreo de salón a bombones
Con voz ronca, la Plaza México dice romances de monte y campo bravo. ¿Qué tendrá esta fiesta que con una estocada rinconera aún se mantiene en pie? Tolvaneras del tiempo han dejado toros de bandera, faenas soñadas y broncas epopéyicas. Alegre picardía mexicana en los tendidos llenos, igual que hace casi 60 años. La noche mexicana a la guitarra morena un farol en el centro del redondel le ha cuajado.
En la corrida de aniversario, Enrique Ponce, el del toreo naranjal, abrió la muleta incitadora entre alzada y leve, para enredarse a su primer torillo y luego al de regalo, por la cintura en juego de tensión sonora. Relajado y embriagado por los olés, le puso música al toreo y el verso torero se volvió un huracán de luz desencadenado en el ruedo. Los naturales, lentos, rítmicos, quedaron suspendidos. La asamblea enloquecida lo acompañaba en el sentimiento, en los remates de pecho a pitón contrario. El valenciano había sido poder y espíritu a los gritos de torero.
El Juli, en respuesta, indultó a Trojano, de Montecristo, al que toreó con una hondura que no le conocía. Todo el Madrid que lo vio nacer se recreaba en su faena, a la que puso ese "algo más" que condicionó que la plaza se le entregara airosa. Un Juli maduro, poseedor de un sitio envidiable, realizó toda la gama de suertes del toreo en profundidad. No se quedó atrás el Zotoluco, quien dueño de las distancias ejecutó dos faenas a ritmo con la tarde triunfal. Todo esto a los cuatro primeros toros de Gernán Mercado y Joaquín Bernaldó, literalmente bordados a mano; suaves, fijos, noblotes y débiles, que apenas soportaron una varita sin recargar. Los toros ideales para el toreo de salón, que es el que gusta y se torna interminable, a pesar del juez. La afición salió de la plaza con los toreros a hombros y toreando automóviles.