Usted está aquí: jueves 3 de febrero de 2005 Política El mundo fantástico de los políticos

Adolfo Sánchez Rebolledo

El mundo fantástico de los políticos

Del escenario político nacional han desaparecido el tapadismo y algunas otras tradiciones más o menos folclóricas del viejo presidencialismo, pero quedan los resabios, el deslumbramiento sexenal, el mito del hombre providencial que vendrá a sacarnos de la barranca.

Sin "reforma del Estado" a la vista, la normalidad democrática parece reducirse a una guerra sin normas por las nominaciones de los partidos. Lejos de achicarse, las precampañas se han extendido tanto que ya parecen el estado natural de la vida pública. En lugar de gobernar, legislar o hacer justicia, las elites al mando de las instituciones dedican esfuerzos ingentes a cincelar la efigie del nuevo prohombre de la democracia. En esa carrera desbocada a la que ninguno escapa apenas si quedan espacios para la reflexión sobre los asuntos de trascendencia general. Cuestiones vitales como la seguridad, por citar el ejemplo de moda, se instrumentalizan, se les hace servir a fines políticos no siempre legítimos, machacando la información en los medios hasta extraerles el último jugo de potencial utilidad partidista.

Los escándalos marcan el calendario, el ritmo de las controversias y sus contenidos, de modo que la política desfallece como un ejercicio cada vez más inútil a los ojos de una ciudadanía convertida en fugaz "opinión pública". Es la hora de los tribunales y el golpe bajo en nombre del Estado de derecho.

Además, en eso de poner por delante del programa "al hombre" apenas si hay matices o distinciones entre uno y otro partidos, pues en ninguno hay un verdadero debate sobre el futuro de México, aunque abundan las zancadillas personales en la búsqueda desesperada de la personalidad (secreta) que nos alumbrará el camino. Todos, eso sí, hablan de unidad en sus propias formaciones: unidad, unidad, unidad, clamó Creel ante las persistentes acusaciones de que es el favorito de Los Pinos; unidad pidió el aspirante y senador Enrique Jackson ante la eventualidad de que se juzgue a la maestra Gordillo por su afición a tener varios partidos en la bolsa: "No son tiempos de andar haciendo ajustes de cuentas, son tiempos de unidad. Lo que estamos buscando es cómo se fortalece el PRI y mantiene la unidad, cómo sumamos más gente, en lugar de ser un partido que persiga a sus militantes". De unidad hablarán los perredistas cuando la lumbre de la confrontación interna de nuevo les llegue a los aparejos.

En ese mundo fantástico de los políticos, la necesidad suele hacerse virtud, máscara o engaño a secas. En Puebla, Roberto Madrazo dijo que está muy contento de que haya gran número de simpatizantes que "impulsan a varios compañeros para alcanzar la candidatura a la Presidencia", hecho que a su juicio coloca al tricolor en una posición ganadora y "permite tener una buena cartera humana para la competencia de 2006"... Ante las voces que auguran que el PRI perderá nuevamente la contienda electoral si él es el candidato, contestó: "Como no he tomado una decisión, lo que puedo decir es que el PRI está con medio cuerpo adentro de la Presidencia de la República" (La Jornada, 2/2/05). De los partidos no vendrá jamás un análisis objetivo sobre su propia situación interna ni tampoco un balance autocrítico de su proceder. Para ellos, al menos de labio afuera, todo marcha a punto, sin contratiempos dignos de mencionarse.

Como se advierte, no existe la menor intención de encarar los temas de la sucesión con el mínimo rigor. Por el contrario, prevalece la superficialidad y esa vocación para tomar el pelo a la gente negando los hechos que saltan a la vista. Madrazo, Creel y López Obrador trabajan para ser los candidatos de sus partidos, pero no lo asumen públicamente por temor a perder influencia y oportunidades. En vez de propugnar por una reducción sensible del tiempo consagrado a las disputas más o menos internas, los partidos parecen dispuestos a duplicarlo, agobiando al más creyente de los demócratas. Tómese en este punto la experiencia de otros países donde las campañas sólo duran unas cuantas semanas y la propaganda queda restringida a los espacios previamente concertados. A fin de cuentas, uno espera que los partidos realicen su trabajo cotidianamente no sólo durante los periodos establecidos -y financiados- por ley. Pronto viviremos el aturdimiento de las campañas y volverán las promesas incumplibles, el paroxismo de los clichés y las imágenes publicitarias. Y otra vez echaremos de menos las ideas, los programas, las propuestas, la disposición a aprender de la historia que hoy no aparecen por ninguna parte. ¿No es hora de tomar en serio a los electores?

 
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