Usted está aquí: jueves 3 de febrero de 2005 Política Desesperante autismo

Sergio Zermeño

Desesperante autismo

La crítica simplista del embajador Garza, calificando al norte de México de una zona insegura en la que sus connacionales corren peligro, es una joya del cinismo estadunidense. Hace 20 años arrancó ahí el proceso maquilador que terminaría empleando a un millón 200 mil trabajadores, cuatro de cada 10 mexicanos ligados a la manufactura, pero en realidad jovencitas de entre 15 y 25 años en su mayoría. Maquilar significó para Estados Unidos, en pocas palabras, mandar fuera de sus fronteras los procesos sucios, ecológicamente destructivos, aquellos que requieren mano de obra barata, que incorporan a los pobres para mantenerlos pobres, en los cuales se genera la violencia y la degradación social.

Alrededor de ese millón de jóvenes maquiladoras se fue generando una infraestructura paupérrima atrayendo hacia allá muchos millones más de compatriotas, contingentes afanados en adaptar una improvisada infraestructura de vivienda, servicios y transporte que caracteriza a esos degradados panoramas urbanos, en medio de un increíble trajín de ida y vuelta hacia el país del norte: los 3 mil kilómetros de la frontera mexicana con Estados Unidos constituyen la más larga zona de contacto en todo el mundo entre el norte y el sur.

En los hechos, los estados del sur del país vecino y los del norte de México se están convirtiendo en la región binacional más importante del globo: alrededor de 40 millones de habitantes de origen mexicano se habrán instalado ahí entre 1980 y el primer decenio de este siglo: según el censo estadunidense del año 2000, de los 21 millones de personas de "origen mexicano" que viven en ese país, 13 millones 500 mil nacieron en México y, de éstos, 5 millones son indocumentados. Pero si, como ha apuntado recientemente Rodolfo Tuirán, subsecretario de la Secretaría de Desarrollo Social, no producimos una mejoría en las condiciones de vida de nuestro país, los mexicanos en Estados Unidos podrían pasar de 9 a 18 millones en esta década.

Frente a esto, el Imperio se esfuerza en preservar el adentro y el afuera: lleva ahí al ejército, construye un muro a lo largo de la frontera, lo sobrevuela con aviones no tripulados, instala detectores nocturnos, sensores de calor y todos los adelantos militares (como en la primera etapa de la guerra de Irak), pero todo parece inútil cuando diariamente esa línea es atravesada por 800 mil personas y el muro es brincado por 4 mil 600 ilegales, de los que alrededor de la mitad logran internarse al país del norte (cuando se pierde la distancia y el calor de los cuerpos se mezcla, la tecnología pierde su eficacia, como en la segunda fase de la guerra de Irak).

Al desastre maquilador en sus aspectos humanos, sociales y ecológicos se agregan otros procesos de ese basurero, de ese patio trasero: las plantas regasificadoras de gas natural de procedencia sudamericana que compañías como Shell, Sempra, Marathon construyen en Baja California, con las que se planea abastecer a toda esa región binacional (con ello se afectará el hábitat de 7 mil especies marinas, así como las rutas de arribo de la ballena gris al Mar de Cortés), o la Cuenca de Burgos en los estados norteños próximos al Golfo de México, donde está contenida una cuarta parte del gas natural mexicano.

Así, mano de obra y combustible baratos, infraestructura pagada por los mexicanos y leyes permisivas convierten al norte de México en la cloaca de Norteamérica. Y en este horrendo escenario se pasea como rey el narcotráfico, otra de nuestras culpas, según la visión estadunidense. Qué importa que yo me lo inhale, me lo fume y me lo inyecte: tú eres culpable por producirlo y por desatar en la frontera norte toda esa violencia que tanta inseguridad genera a los súbditos de mi imperio, y exijo, además, el pago millonario por cuotas de agua que México ha aprovechado en la cuenca del río Bravo, como si esa agua no fuera consumida por las maquiladoras y por la población en torno a ellas.

A diferencia del imperio estadunidense, que en su dominación globalizadora no ha querido pagar ningún costo al integrar regiones enteras a su maquinaria económica y de control de fuentes energéticas, rechazando tratados ambientales y presumiendo sus ilusorios muros de contención, la Unión Europea promovió, primero, políticas compensatorias en los países con sistemas productivos más débiles que iba incorporando, como Portugal, Grecia y España, aceptando la libre movilidad de la mano de obra, ampliando sus fronteras interiores hasta casi integrar a todo el viejo continente, y hoy se plantea la incorporación de Turquía, la puerta de entrada al Islam.

Pero, en lugar de oponer argumentos de esta naturaleza a las cínicas exigencias del Departamento de Estado, Derbez se desayuna con Garza, Creel se lanza en una electorera defensa de nuestra soberanía (¿cuál soberanía?) y Fox recurre, una vez más, al autismo y se compromete con Bush a "consolidar una frontera segura y moderna", "visitada por muchísimos americanos" y donde "sigamos trabajando para garantizar su seguridad".

 
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