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Lunes 10 de enero de 2005

Palestina: democracia pese a todo

Ocupados, cercados y hostilizados en forma permanente por las fuerzas israelíes, cientos de miles de palestinos salieron ayer a las urnas para elegir a un nuevo presidente que encabece, tras la muerte de su dirigente histórico, Yasser Arafat, los esfuerzos nacionales para la construcción de un Estado propio. Con la mayoría de su población en el desempleo y la pobreza, con la mayor parte de su infraestructura destruida por el aparato bélico de Tel Aviv, con miles de ciudadanos presos en las cárceles israelíes y millones más exiliados y dispersos, y sujetos, para colmo, a las torpezas de una burocracia corrupta, ineficiente y a veces claudicante, los palestinos de a pie dieron, a pesar de las adversidades, ejemplo mundial de espíritu cívico y voluntad democrática.

Una vez más, las elecciones de ayer en Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental ųdonde los ocupantes impidieron el sufragio a la mayoría de los ciudadanos que pretendieron ejercerloų evidenciaron que el conflicto en Medio Oriente no es entre los pueblos palestino e israelí, sino entre los partidarios de la guerra y los constructores de la paz y la convivencia. Los votantes palestinos hubieron de moverse entre la pinza formada por el fundamentalismo israelí ųuno de cuyos principales exponentes es el propio Ariel Sharon, quien ayer estrenó un gabinete de coalición con los laboristas, en un afán por aparecer ante el mundo y su propia sociedad como una opción civilizada y mínimamente presentableų y el fundamentalismo de Hamas y Jihad, organizaciones que desde diciembre pasado decidieron boicotear unos comicios que posiblemente no logren resucitar el proceso de paz asesinado por los halcones de Tel Aviv, pero sin duda reduce en forma significativa el margen argumental de los belicistas de uno y otro lados.

En efecto, aun en el supuesto de que el nuevo presidente electo palestino, Mahmoud Abbas, fuera capaz de lograr la reactivación del nebuloso mapa de ruta establecida por las principales potencias mundiales para maquillar la conversión del proyecto de Estado nacional palestino en unos bantustanes miserables, es claro que tal perspectiva sería inadmisible para el grueso de la población que sobrevive bajo la ocupación israelí. El enorme desafío del dirigente consiste más bien en persuadir a la comunidad internacional de que presione a Israel para forzarlo a aceptar, de acuerdo con las resoluciones 242 y 338 de la ONU, el retiro inmediato de la totalidad de los territorios conquistados por Tel Aviv en la guerra de 1967 ųCisjordania, Gaza y la Jerusalén orientalų, a desmantelar los ilegales asentamientos judíos establecidos desde entonces en esas áreas, a reconocer el derecho de los palestinos desplazados y refugiados al retorno a sus hogares ųen Israel o en Palestinaų y a renunciar a su consigna de la Jerusalén "indivisible" para permitir que en la parte oriental de la ciudad se establezca la capital de un Estado palestino pleno, soberano e independiente.

Tras la muerte de Arafat, y ante la evidencia de madurez democrática de la sociedad palestina, quienes detentan el poder en Tel Aviv ųya sean los halcones del Likud, los laboristas, los fundamentalistas del Gran Israel o cualquier combinación de esas tendenciasų carecen de cualquier argumento moral para sostener ante el mundo que la ocupación, la limpieza étnica y la barbarie militar que perpetran en forma cotidiana en Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental constituyen medidas "antiterroristas". A estas alturas es claro que la persistencia de tales prácticas y la negativa a permitir la conformación de un Estado nacional para los palestinos constituyen el principal alimento de los grupos terroristas y el factor central de la inseguridad y la zozobra que padecen los ciudadanos israelíes. Los palestinos, por su parte, se han manifestado en forma inequívoca por la institucionalidad y la paz.

 
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