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México D.F. Lunes 22 de noviembre de 2004 |
APEC: muchas sonrisas, pocos resultados
Este
fin de semana concluyó en Santiago de Chile la 12 cumbre del Foro
de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC). Los
21 jefes de Estado que acudieron a esta cita acordaron, en la llamada Declaración
de Santiago, sumar esfuerzos para avanzar en la apertura comercial, en
cumplimiento de lo estipulado en la Ronda de Doha de la Organización
Mundial de Comercio (OMC). Bajo el lema "una comunidad, nuestro futuro",
los líderes se comprometieron a cumplir con los objetivos del "crecimiento
con igualdad". Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones este tipo
de reuniones -y la de la capital chilena no tiene por qué ser la
excepción- no han surtido los efectos deseados y no han beneficiado
al grueso de la población de los países ahí representados.
Ello porque las propuestas surgidas de estas cumbres no se ajustan a las
realidades económico-sociales de las naciones más pobres
y, por el contrario, favorecen sobre todo a las más ricas.
Hay que recordar que las reuniones de APEC son asimétricas:
en ellas concurren grados de desarrollo tan dispares como el de Japón
-uno de los llamados "tigres asiáticos"- y el de México,
un gigante en América Latina, pero cuya economía es muy pequeña
si se le compara con el tamaño, la solidez y la articulación
de la japonesa. Tanto en términos absolutos como medido por habitante,
el producto interno bruto de nuestro país es de menos de un tercio
del de la nación asiática. En la historia de diferencias,
como la mencionada, hay estrategias político-económicas diametralmente
opuestas. En la segunda mitad del siglo XX, Japón fortaleció
su mercado interno y su economía con medidas proteccionistas para
salvaguardar los sectores productivos. En ese sentido, esta nación
abrió sus fronteras a productos extranjeros -parcialmente, dicho
sea de paso- una vez que su economía estuvo lo suficientemente sólida
para aguantar los embates del mercado internacional. En contraste, México
liberalizó su mercado sin contar con cimientos firmes, lo que ha
dejado en la ruina su sistema productivo, y su agricultura e industria
se han visto severamente afectadas por los términos inequitativos
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Estos datos
demuestran que es una falsedad la ecuación impulsada por el Consenso
de Washington, de que apertura comercial equivale a desarrollo. La eliminación
de barreras arancelarias y otras medidas de protección sin una economía
interna fuerte se traduce en mayor desigualdad en la distribución
de la riqueza y, por ende, en más miseria.
La Declaración de Santiago es, en suma, otra muestra
de la ineficacia de este tipo de cumbres, entre las cuales se incluyen
las reuniones iberoamericanas, que más bien parecen un aparador
para que los jefes de Estado luzcan ante las cámaras de la prensa
sus mejores sonrisas. Ante este panorama, es deseable que encuentros como
el referido superen la retórica a la que nos han acostumbrado los
líderes de la región y que éstos concentren su atención
en acciones concretas para cerrar la creciente brecha social que aqueja
a sus pueblos y amenaza la gobernabilidad y la estabilidad de sus países.
Los magros resultados reales de estas citas están derivando en un
cansancio evidente de los ciudadanos de los países subdesarrollados,
quienes miran con incredulidad las sonrisas vacías de sus líderes
mientras su nivel de vida cae dramáticamente.
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