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México D.F. Miércoles 3 de noviembre de 2004
Luis Linares Zapata
Trazos electorales
Estos meses que cierran 2004 y los venideros de 2005 quedarán im-pregnados por las trifulcas electorales que habrán de desplegarse y capturar el imaginario colectivo de los mexicanos.
No bien se sale (falta la determinación del TEPJF) de los cuestionados procesos de Oaxaca y Veracruz, cuando la atención se fuga hacia el sur del continente para espulgar los sucesos ocurridos, tanto en el diminuto y eufórico Uruguay como en la esforzada y malquerida por los medios de comunicación nación venezolana. En esos países toma cuerpo una tendencia que empezó a fraguar sus contornos rectores con la elección chilena a la que siguieron, con similares tonalidades, las de Brasil y Argen-tina. Toda una prometedora tendencia hacia la izquierda del espectro ideológico enfatizando sobre aspectos de corte social. O, también, una que puede ser descrita desde la perspectiva que acentúa los fracasos de las experiencias neoliberales de derecha, tan en boga durante décadas en toda la América Latina.
En el centro de los debates desatados al interior de cada uno de esos países se encuentra el estancamiento si no es que perversos retrocesos económicos o el apabullante y oneroso ensanchamiento de las inequidades con la que se reparte el ingreso y las oportunidades para una vida mejor.
En aquellos momentos en que la atención ciudadana se pudo despegar de la pugna entre republicanos y demócratas en Estados Unidos que capturan casi toda la energía nacional, el izquierdista Tabaré Vázquez se hizo, por vez primera en más de 140 años de intercambios entre blancos y colorados, de los mandos políticos en ese íntimo lugar situado en la margen oriental del Río de la Plata. Si no fuera por las hazañas de sus futbolistas, las dificultades para identificar a los uruguayos como un puñado de esforzados emigrantes que sienten de cerca su renacer serían irremontables. El triunfo de la izquierda fue completo y abarcante. Los votos de sus compatriotas le han dado la mayoría también en el Congreso y Vázquez podrá conducir, con márgenes aceptables de maniobra, los programas reivindicatorios que ha propuesto a sus compatriotas.
El viento que sopla en todo el cono sur toma cuerpo y alienta esperanzas de una época que bien puede conducir por la senda del desarrollo equilibrado para la región. Bolivia y Ecuador completan un cuadro que, aun cuando ciertamente confuso todavía, puede, con cierto optimismo, emerger con la fuerza suficiente para retroalimentar a sus distintas sociedades. Colombia y Perú son las excepciones. El primero afligido por las interminables luchas fratricidas y el segundo por el desgaste de una presidencia tambaleante que no atina a proponer una dirección precisa y retomar su extraviado liderazgo.
Por su parte, Venezuela confirma, con votos masivos, el empuje ya marcado durante el pasado referendo que consolidó a Chávez y, de paso, detuvo el ánimo golpista de la coalición opositora. El avance de los difundidos programas de cooperación petrolera con Brasil empieza a despertar un interés que va más allá de sus fronteras y pueden verse, desde ahora, como la simiente de posteriores intentos regionales que multipliquen fuerzas para concurrir con éxito a la feroz competencia por los mercados de la energía. Mercados ya tan exprimidos como sitiados por las trasnacionales europeas o estadunidenses.
En Estados Unidos todavía no se cierran, al momento de escribir este artículo, las casillas que arbitren y diriman las reales diferencias entre las ofertas de Bush y Kerry. Subsisten, sin embargo, los temores de que el sistema electoral ponga bajo cuestión las instituciones democráticas de los vecinos del norte, antes modelo a imitar por el ancho mundo. Se espera, con sólidas bases, que los americanos prevalezcan sobre la manipulación mediática que los asedia y finiquiten las aspiraciones continuistas del grupo de facinerosos que, comandados por el vicepresidente Cheney, tomó por asalto la Casa Blanca.
Y, mientras se conoce el desenlace de este pleito cerrado, y de grosero callejón, que mucho habrá de afectar al planeta y a sus expectantes ciudadanos, aquí se ha dado inicio a una trascendente disputa que tiene trabadas a las fuerzas políticas del estado de México y, con ellas, a parte sustantiva de las nacionales.
Un gobernador (Montiel), aspirante a la candidatura de su partido (PRI) a la Presidencia de la República, tratará de hacer triunfar a su delfín (E. Peña) sobre un oneroso prospecto (Hank Rhon), quien es apoyado por otro personaje (Madrazo) que ha ido confiscando los botones de mando de ese partido. Si la triquiñuela diseñada para introducir al hijo del ya ido, para bien de muchos, profesor Hank González funciona, se podrá observar a plena luz del día un forcejeo de gran magnitud en el que los recursos fluirán con entusiasmo abrumador.
En juego volverá a estar esa añeja actitud de los priístas de soportar con mansedumbre las mañas de sus dirigentes que tratan de pasar, una vez más, sobre lo estipulado en sus estatutos. En ellos se prohíbe, de manera tajante, registrar como prospecto para competir por una gubernatura a quien no ha sido electo a cargo de representación o haber tenido un puesto de dirigente en el partido. Atributos que Hank Rhon ciertamente no tiene. Pero los afanes de Madrazo por prevalecer e imponerse no reconocen limitante ni regla alguna. Un atajo de último diseño (una forzada coalición) puede, se pretende, nulificar ese sentimiento colectivo de militantes priístas en su búsqueda de protección contra advenedizos que quieran arrollarlos.
Después de este cotejo vendrán otros dos (Sinaloa y Tamaulipas), que ya padecen las influencias de la narcodelincuencia. Y, pasadas ellas, la gran temporada mayor de 2005 con todos sus avatares de juicios de procedencia, anulación de elecciones, precandidatos renunciantes, descalificaciones al vapor y trámites de barandilla ya tan enumerados como temidos.
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