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México D.F. Jueves 28 de octubre de 2004

Celebra el Metro de NY un siglo en las vías

En sus estaciones y vagones confluyen a diario decenas de idiomas, colores y olores

DAVID BROOKS Y JIM CASON CORRESPONSALES

Nueva York, 27 de octubre. El corazón metropolitano de esta ciudad se alimenta 24 horas al día por las venas y arterias -subterráneas y elevadas- del Metro de Nueva York. Durante un siglo, millones de seres humanos de todas las razas se han topado, codo a codo, como en ninguna otra esquina del planeta.

Esta mañana, como siempre, las líneas Q y B transportaban de Brooklyn a Manhattan a chinos, anglosajones, irlandeses, italianos, mexicanos, puertorriqueños, polacos, rusos, africanos, sudamericanos y quizás algunos australianos. La línea 7 recorre parte de Queens y Manhattan, y casi siempre hace su recorrido repleta de personas que hablan decenas de idiomas, con excepción del inglés. La línea A, famosa por una composición que Duke Ellington le dedicó, va de Harlem al Greenwhich Village para después dirigirse a Brooklyn.

Las 2 y 3 suben y bajan MDF23305-colordesde el Bronx, atraviesan todo el Upper West Side, pasan por el Village, después por el centro financiero y luego avanzan por un túnel para continuar en Brooklyn.

En estas líneas han viajado Jackson Pollock, Abel Quezada, Andy Warhol, Woody Guthrie, Lou Reed, Bob Dylan, Jimi Hendrix, Paul Robeson, Robert Capa y millones de héroes anónimos. Ahí se inspiraron poetas como el padre del beat Allen Ginsberg.

Por sus líneas se trasladaron revolucionarios estadunidenses, latinoamericanos, asiáticos, africanos y europeos (el sindicato del Metro fue fundado por veteranos del ERI, apoyados por comunistas estadunidenses). También lo hicieron sus enemigos: maestros de la guerra, maestros de Wall Street, asesinos y rateros. Inclusive el alcalde de Nueva York viaja por Metro casi todos los días.

El Metro de Nueva York cumple hoy 100 años. Es uno de los asaltos a los cinco sentidos más amados y odiados. Los trenes avanzan, como siempre, sobre ruedas de acero que rechinan en las vías a intensidades a veces inaguantables. Pero hay un antídoto auricular: la música en vivo que aborda, sin previo aviso, en cualquier estación. Olor de 100 años de humanidad; basura y sustancias para lavar y limpiar. El calor capturado durante el verano sólo se vence en invierno con el frío de estas cavernas. El mosaico óptico de luces subterráneas, de verdaderas joyas artísticas sobre las paredes en algunas viejas estaciones, se mezcla con el tono multicolor humano reunido momentáneamente en un vagón o una estación. Los sabores se ofrecen en las entradas, salidas y en el interior: hot dogs, pizzas, tamales, pollo, café o dulces.

Claro que hay cambios en el Metro desde que comenzó sus operaciones el 27 de octubre de 1904: el precio inicial fue de 5 centavos, ahora es de dos dólares. Antes se usaban monedas conocidas como tokens, ahora son tarjetas electrónicas, y hay muchos más kilómetros en el famoso mapa del subway: son unos mil 126 kilómetros con 468 estaciones. Pero las vías tienen las mismas dimensiones y la corriente, que corre en la llamada "tercera vía" electrificada, permanece alimentada con los mismos 625 voltios.

Claro, el Metro no es un ser vivo, automático. El Metro es sus trabajadores. Los 38 mil agremiados de la sección 100 del Sindicato de Trabajadores del Transporte son los magos que hacen funcionar trenes y autobuses en una de las ciudades más movidas del mundo.

El sindicato nace gracias a siete transportistas irlandeses, todos veteranos del Ejército Republicano Irlandés (el ERI). Inspirados por el gran líder socialista irlandés James Connally, establecen un comité a principios de los años 30 que se convertiría en el sindicato de los transportistas TWU en 1934, en parte gracias a la ayuda del Partido Comunista de Estados Unidos. De ahí surgió el legendario líder laboral Mike Quill, gran orador y luchador, varias veces golpeado y arrestado en la lucha por la dignidad de los trabajadores del metro. Desde entonces, el sindicato ha mantenido una tradición de lucha (con huelgas en 1966 de 12 días y otra de 11 días en 1980, con las que se paralizó la ciudad), y posiciones políticas progresistas.

Hoy hay menos irlandeses en el sindicato, compuesto por un mosaico más amplio de la actual clase trabajadora de esta ciudad, pero sigue siendo uno de los más militantes y con una alta participación democrática por sus filas.

Este miércoles habrá celebraciones y discursos, actos con políticos, antiguos vagones correrán algunas rutas, entre otras actividades para festejar el centenario. Pero el metro es más que nada algo común en una de las ciudades más diversas del mundo, y a la vez permanencia y transición.

Funciona a toda hora, y a pesar de lo que ocurra en el mundo -guerras, depresiones económicas, manifestaciones, y hasta el 11 de septiembre, cuando continuó funcionando con excepción de las estaciones destruidas y dañadas en la zona del World Trade Center-, con algunas breves interrupciones en algunos segmentos por accidentes, inundaciones o tramos en reparación. A la vez, es por definición un mundo de transición; siempre en movimiento, siempre llevando ríos de gente pero nunca las mismas aguas. Cada viaje parece ser el mismo, pero cada viaje es único también.

Hay rituales. Por ejemplo, el rush tour; las horas pico de entrada y salida para trabajadores y escolares. Uno puede observar en casi cualquier estación, entre las 7:30 y 9 de la mañana el flujo intenso e impaciente, recién bañado y listo para las tareas del día bajando las escaleras, y horas más tarde, pero particularmente entre las 16:30 y 18:30, ver ese mismo flujo regresar, agotado, con la ropa desarreglada, y con ojos algo apagados (tal vez por haber pasado por alguna cantina a la salida, o por tener que aguantar a un jefe todo el día).

Adentro y abajo hay todo un mundo que sólo existe en el metro. Primero que nada, sí nace eso que llaman world music, o sea, música de todas las esquinas del mundo. De pronto pueden aparecer estudiantes de música clásica con un violín y un cello para ofrecer a Mozart, o un músico con un instrumento chino, o un trío mexicano, tambores africanos y en un vagón o una estación, un saxofón de jazz, un grupo andino, música folk de los 60, blues.

Hasta danza: un grupo de jóvenes, con música hip hop de fondo, logran espléndidas maromas y maniobras en el pasillo de un vagón mientras el tren está en movimiento, un talento muy especializado. Igualmente teatro: durante el inicio de la guerra grupos de teatro callejero utilizaron al metro como escenario para sus obras de protesta. Y magia: como el que saca a una paloma viva de la nada en medio de un vagón.

También están los que piden caridad, algunos muy conocidos como Sonny (Mi nombre es Sonny Paine, estoy sin techo y tengo hambre. Si tu no tienes nada, lo comprendo, porque yo no tengo nada. Si tienes algo, te lo acrezco), cuyo perfil apareció en el New York Times. Hay otros que sólo a los turistas convencen con sus historias de enfermedad, desalojo y miseria, ya que los neoyorquinos tienen un olfato muy agudo para los estafadores. Y hay los veteranos de Vietnam perdidos en droga o locura, quienes seguramente algún día estarán acompañados con algunos de los que regresen de Irak.

También hay rutas que tienen sus misterios. En la película de John Sayles, Brother from Another Planet un extraterrestre en forma de un africano-americano sube a la línea A en el sur de Manhattan. Un neoyorquino empieza a hablar con el extraterrestre al imaginar que es un turista, y le pregunta si quiere ver un acto de magia.

El extraterrestre se le queda viendo... "voy a hacer que desaparezcan todos los blancos", dice el pasajero. El tren con una multitud de todos colores a bordo llega a la estación de la calle 59, se abren las puertas, y todos los blancos salen, sólo permanecen negros en el vagón. "Ya ves", le dice el otro. La siguiente estación es la calle 125 en pleno Harlem, centro de la comunidad negra de la ciudad.

Recientemente, en un vagón lleno a reventar de la línea 7, una mujer estadunidense pide direcciones para saber en cuál estación bajarse, pregunta y pregunta a las decenas de personas a su alrededor. Nadie le responde. Nadie la entiende. Ve a estos reporteros y desesperada grita: "Ƒqué pasa aquí, cómo es posible que esté en mi propio país y nadie hable inglés?" Los chinos, mexicanos, colombianos y otros ciudadanos del mundo de Nueva York la miran; ella es la extranjera.

Es el lugar más anónimo y más solo entre la multitud aplastante. Pero las barreras se rompen, y extraños de pronto comentan algo, o después de que un buen músico o un cómico o mago los conquiste, se unen en aplausos o risas. Aquí nacen romances de coqueteo sutil, también estalla la locura, y a veces visita la muerte (por accidentes, ataques cardiacos, por un cuchillo o pistola, o por un suicidio sobre las vías). Pero también la solidaridad, como en los días después de los atentados del 11 de septiembre, cuando el metro fue foro público y apoyo mutuo entre extraños hermandados por la tragedia común.

Y desde estos túneles, surge una esperanza: aquí está representada toda la humanidad y sus locuras, y por algún milagro, no se destruye entre sí, sino que hasta a veces, se abraza.

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