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México D.F. Lunes 18 de octubre de 2004
Importaciones: fracaso del modelo
Según
datos recientemente publicados por las secretarías de Hacienda y
Economía, en lo que va del sexenio de Vicente Fox el país
ha gastado 76 mil millones de dólares en importaciones, en su mayoría
bienes de gran lujo (cuatro de cada cinco dólares que salen de México).
Esa cifra equivale a 78 por ciento de los ingresos del país durante
el mismo periodo por las exportaciones de petróleo y las remesas
de los migrantes en Estados Unidos, unos 98 mil millones de dólares
en total.
Es importante considerar que parte de los bienes y servicios
adquiridos en el extranjero pueden ser catalogados en cuatro categorías:
insumos fundamentales para el desarrollo del país o para el bienestar
de sus habitantes, así como productos cuya tecnología de
fabricación está fuera del alcance de empresas nacionales;
componentes para la industria maquiladora; objetos de consumo que son mera
frivolidad y chabacanería -automóviles de gran lujo, agua
potable embotellada en Europa, baratijas chinas- y productos que son competitivos
en nuestro país porque así lo han hecho posible las políticas
de apertura comercial y de abandono de las tareas del Estado como promotor
del agro y de la industria: planta productiva, maíz y frijol, piñas
asiáticas, textiles y muchísimas otras. De esas tres categorías
de importaciones sólo la primera tiene una racionalidad y una justificación;
el resto forma parte del modelo depredador de las economías nacionales
prescrito por el llamado Consenso de Washington y aplicado de manera servil
por las autoridades del país.
Estos datos indican que el país gasta la mayor
parte de sus ingresos en pagar importaciones que no son, en rigor, necesarias,
o que no debieran serlo, en vez de destinar ese dinero a inversiones que
generen puestos de trabajo y riqueza o a programas sociales que alivien
las condiciones de pobreza en las que viven millones de mexicanos.
Este desequilibrio comercial tuvo su origen en el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entró
en vigor hace una década. Como parte de ese tratado, México
abrió su mercado a las exportaciones, eliminando al mismo tiempo
muchas de las barreras arancelarias. En contraste, los socios comerciales
del país, Estados Unidos y Canadá, mantienen subsidios que
otorgan a muchos sectores, en especial al agrícola. El gobierno
de Miguel de la Madrid unció a México al Acuerdo General
sobre Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés, organismo
predecesor de la Organización Mundial de Comercio); el de Carlos
Salinas abrió el mercado nacional a los productores estadunidenses
sin obtener a cambio condiciones equitativas de acceso de los productos
mexicanos al país del norte; los de Ernesto Zedillo y Vicente Fox
han porfiado en seguir por ese camino y hoy, a consecuencia de esas decisiones
catastróficas, México se ha consolidado como nación
de contrastes sociales y miseria extendida, como exportador de mano de
obra y como importador de baratijas, de artículos suntuarios y hasta
de granos básicos originarios del país, como maíz
y frijol.
Las divisas que nuestros connacionales ganan arriesgando
su vida y poniendo en riesgo su integridad, su dignidad y sus derechos,
son enviadas de vuelta al exterior para pagar el fracaso de este modelo
económico, que no por haber sido legalizado deja de ser un saqueo
y un crimen.
Por otra parte, el estado actual de la balanza comercial
impide el desarrollo de la industria nacional: los recursos han dejado
de emplearse para fortalecer la planta productiva y la inundación
del mercado nacional por productos baratos y en muchos casos subsidiados
provoca que la industria mexicana tenga que competir en condiciones desfavorables.
De hecho, los productores nacionales han perdido terreno en el mercado
ante las importaciones y muchos han tenido que cerrar sus fábricas,
adelgazando la planta productiva y aumentando el desempleo.
Esta situación podría agravarse dramáticamente
si las autoridades logran hacer aprobar las polémicas reformas estructurales.
Hay que recordar que una de esas reformas es la energética: la intención
es abrir el sector a la inversión privada y extranjera, lo que prácticamente
implica vender o enajenar buena parte de nuestros recursos naturales. En
ese sentido, si el gobierno foxista logra su cometido, estará hipotecando
el futuro de la nación, ya que México dejará de percibir
millonarias sumas por las exportaciones de crudo. Si estos ingresos disminuyen,
¿con qué recursos se pagarán estas importaciones por
76 mil millones de dólares?
Un componente de las importaciones totales no previsto
en las estadísticas oficiales es el contrabando. Si los bienes que
entran al país en forma legal han arrasado buena parte de nuestra
planta productiva, los que ingresan en forma clandestina están acabando
con el resto. Y la presencia masiva, evidente y permanente de artículos
de contrabando en el mercado nacional pone en evidencia la no menos vasta
corrupción que impera en el sistema aduanal del país, así
como la falta de voluntad política para combatirla.
Queda claro, en suma, que el actual modelo económico,
establecido por De la Madrid, apuntalado por sus sucesores, Salinas y Zedillo,
y continuado por Fox, ya no es viable: se ha constituido en un lastre que
impide el desarrollo del país. Si el gobierno de México no
comienza a revertir el modelo económico y a invertir en su planta
productiva y en la calidad de vida de sus habitantes, y si no le pone un
freno a la corrupción imperante, el desarrollo seguirá siendo
un sueño inalcanzable.
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