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México D.F. Sábado 16 de octubre de 2004

Juan Arturo Brennan

šMasekela!

De la reciente presentación del músico sudafricano Hugh Masekela en el Teatro de la Ciudad, que fue un deleite de principio a fin, rescato en especial dos de las piezas interpretadas esa noche, por su doble valor musical y humano.

1. Una extensa y detallada descripción de los trenes de la esclavitud que llevan a miles de trabajadores africanos, en contra de su voluntad, desde sus países de origen a trabajar en las lucrativas (para otros, por lo general blancos) minas de oro y diamantes de Sudáfrica. Esta pieza, un auténtico poema cuasi-sinfónico, fue realizado por Masekela y sus músicos con voces, instrumentos, onomatopeyas, recuerdos y una dosis muy palpable de dolor. Ejemplar manera de dejar constancia musical y personal de uno de los muchos horrores que definen, hasta hoy, el perfil de opresión que caracteriza al continente africano.

2. Un exhorto diáfano y categórico a los numerosos déspotas que se eternizan en el poder en diversas naciones del Africa sub-sahariana, para que se larguen lo más pronto posible. Aquí, sin eufemismos ni rodeos, Masekela llamó por su nombre y denunció merecidamente a deleznables personajes como Jonas Savimbi, Charlie Taylor, Robert Mugabe y Daniel Arap Moi, que con su prolongada presencia dictatorial en sus respectivas naciones están llevando a sus pueblos a otros abismos.

Con feroz ironía (y al compás de un sabroso e insistente ritmo que tiene mucho de calipso), Masekela aprovechó esta especie de rap enumerativo para comunicar con claridad meridiana que lo más trágico de la situación que denuncia es que ninguno de los aludidos es blanco o europeo, sino que todos son líderes nativos que, para desgracia de sus pueblos, han surgido para perpetuar los peores ciclos de violencia, expoliación y desigualdad que surgieron con la monstruosa presencia colonial de ingleses, franceses, belgas, holandeses, portugueses y demás depredadores del continente africano.

Estas dos piezas por sí solas hubieran valido el concierto de Hugh Masekela, pero el resto de su programa resultó igualmente atractivo, precisamente por esa mezcla de música y compromiso social y político que ha caracterizado su actividad creativa a lo largo de las décadas. Acompañado por un septeto inter-generacional y multinacional, Masekela ofreció un panorama musical breve pero variado, que se prestó para hacer algunas observaciones interesantes sobre géneros, estilos e influencias.

De entrada, la audición de su concierto me permitió corregir mi errónea percepción de que Hugh Masekela es un músico de jazz. Más bien, se trata de un músico popular africano en cuyo trabajo se deslizan, de vez en vez, algunos gestos jazzísticos. La suya es una música anclada básicamente en las tradiciones vernáculas del continente africano (particularmente las de su natal Sudáfrica), presentada en un contexto vocal e instrumental moderno que presenta vasos comunicantes con numerosos artistas africanos contemporáneos, desde Miriam Makeba hasta Salif Keita, desde Youssou N'Dour hasta sus colegas cantores del grupo Ladysmith Black Mambazo.

El hecho de que Masekela y su banda hayan preservado en su trabajo muchas de las componentes musicales originales de las tradiciones de las que provienen, permitió escuchar esa noche toda una serie de destellos sonoros que, evidentemente, han alimentado ricamente al soul y al gospel, al calipso y al reggae, a los spirituals y a diversas corrientes del jazz, incluyendo al Dixieland.

Sin duda, el irrenunciable y permanente compromiso de Masekela con la causa de su pueblo, su raza y su continente añade una importante dimensión a su trabajo musical; y de manera específica, su presencia escénica, su voz rasposa y profunda, su flugelhorn, su canto y su baile, permiten trazar un paralelo casi automático con Louis Satchmo Armstrong. Y cuando sus colegas del septeto se unen para cantar con él (casi siempre en su lengua nativa, sólo ocasionalmente en inglés), lo que surge es una voz colectiva que con pasión singular afirma (y uno lo siente aunque no entienda las palabras) que en Sudáfrica se ha dado un gran paso, pero que faltan muchos otros por dar, y que en el resto del continente hay numerosas tareas pendientes. Uno de los muchos méritos de Masekela es darlo a entender claramente, trascendiendo las evidentes barreras de comunicación. Después de tantos años de lucha, Masekela sigue siendo uno de los principales portadores del añejo grito de guerra de la rebelión sudafricana: šAmandla awethu! Poder al pueblo.

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