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México D.F. Sábado 16 de octubre de 2004
Angel Luis Lara
El sueño que no sabe y la izquierda que no escucha
Siempre se mueve algo. A veces se levantan torbellinos, otras se agitan levemente remolinos, como cuando uno entorna la puerta y la ventana y se forma una pequeña corriente. El caso es que mucha gente en medio mundo recibe las noticias y los mensajes que llegan desde las montañas del sudeste mexicano con interés y con ganas, usándolos para conversar y debatir en sus ciudades o pueblos y en medio de las resistencias y las rebeldías locales que habitan. Será porque llegan con la velocidad del sueño o tal vez porque los zapatistas tienen la capacidad permanente de abrir espacios públicos y provocar conversaciones cuando hablan, aunque sea con su silencio. A mí, sin embargo, me dio por pensar que en realidad lo que pasa es que cuando ellos hablan todos saben que su decir remite a una práctica, que se empeñan en vivir lo que están diciendo. Por eso es quizás por lo que siempre se les escucha con atención y su voz anima a otras voces, porque se les tiene por verdaderos.
En la Europa que habito, entre proceso de constitución por arriba sin debate que valga y procesos constituyentes por abajo en pleno debate, las tres entregas de la velocidad del sueño y las preguntas que dibujan se han recibido como agua de mayo en pleno otoño y han tenido el eco propio de la geografía zapatista, esa que hermana realidades que los mapas señalan como aparentemente distantes. En esta parte del planeta hemos vivido cosas importantes en los meses recientes, como la revuelta democrática de de la sociedad civil española contra la guerra o el surgimiento de un interesante archipiélago de conflictos en torno a las nuevas figuras del trabajo. También hemos asistido a la constatación definitiva del final de un primer ciclo abierto por el movimiento global, no solamente en lo que se refiere al límite de la centralidad de las dinámicas de contestación de las reuniones y vértices de los poderosos, sino a la relación que la izquierda institucional y sus partidos ha establecido con el movimiento y la manera que ha tenido de concebirlo e interpretarlo en nuestro continente.
Todo parece indicar que los partidos no han entendido el sentido de los movimientos y el alcance de las prácticas y los debates que están proponiendo. Tengo la sensación de que el problema es que en realidad no pueden entenderlo por su sordera histórica para con lo que les dice lo que se mueve por abajo y su incapacidad manifiesta para cultivar la paciencia que requieren los acontecimientos que desatan o señalan procesos significativos y determinantes de cambio social. Si las tres palabras que levanta la velocidad del sueño son "no lo sabemos", las tres palabras de la vieja izquierda son "no lo entendemos". Lo que ocurre es que mientras las tres primeras se enuncian y dan lugar a preguntas para seguir caminando, las tres segundas se ocultan y producen respuestas y más respuestas que confunden y dan lugar a monólogos en vez de construir conversaciones. Una de esas respuestas ha sido intentar atribuirse la representación del movimiento, capturándolo en los códigos gastados de la vieja política y cortocircuitando en cierta medida la materialización del deseo colectivo de constituir nuevos espacios públicos y experimentar nuevas formas para la política. Las reflexiones de Pierluigi Sullo en las páginas de este mismo periódico apuntaban en este sentido y nos daban pistas sobre el caso italiano.
En mi país, dos datos con valor de acontecimiento han indicado en los últimos meses lo erróneo de los planteamientos y las estrategias de la izquierda tradicional en su afán por hacerse con la representación de los movimientos: por un lado, la debacle electoral sufrida por Izquierda Unida en medio del momento álgido de la rebeldía de la sociedad civil en su rechazo a la guerra y su deseo de democracia tras los sucesos acontecidos en Madrid el pasado 11-M; por otro lado, el fracaso real del Forum de Barcelona, pese a la intensa campaña mediática que lo ha acompañado, en su intento de apropiación de la fructífera producción de formas de subjetivación y de imaginarios propia del movimiento de movimientos en los últimos años, en una estrategia de proscribir el conflicto social congelándolo en una dimensión meramente espectacular y semántica. Fracasos que tienen que ver con la naturaleza irrepresentable de los nuevos movimientos, así como con las cualidades políticas y sociales de los nuevos sujetos que los atraviesan.
Mientras los partidos más próximos a los movimientos se empeñen en representarlos en plena crisis de la propia categoría de representación política y no se relacionen de manera honesta con ellos respetando su autonomía y entendiendo que su sentido pasa por ponerse a su servicio suministrándoles recursos e infraestructuras para su desarrollo, tienen los días contados. El problema es que en esa cuenta atrás también se juegan, en cierta medida y de manera colateral, los nexos administrativos locales y el desarrollo material del propio movimiento europeo.
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