México D.F. Sábado 9 de octubre de 2004
Amigos y conocidos evocaron al dramaturo y cineasta Juan Ibáñez
Sinuoso camino para perder la cordura en el bar La Dama de las Camelias
FABIOLA PALAPA Y MONICA RODRIGUEZ ENVIADAS
Guanajuato, Gto., 8 de octubre. Noche previa a la inauguración del Cervantino. Después de las 20 horas, algunos comercios han cerrado y todo parece tranquilo en la ciudad de Guanajuato. Un sinuoso camino lleva a los bohemios y solitarios al emblemático bar La Dama de las Camelias.
La luz rojiza del lugar envuelve y transporta a los visitantes a la época de oro del cine mexicano. Ahí están, inermes, Luis Buñuel, Silvia Pinal, Dolores del Río, Katy Jurado, Lilia Prado, María Félix, David Silva, Germán Valdés Tin Tan y Marcelo, entre muchos otros para acompañarnos con un buen tequila o una copa de ron.
Siluetas femeninas pasean por el lugar, pasarela de dolor y desamor. Los caballeros fuman y observan el desfile, buscan a una dama de compañía, quieren revivir a esa Dama de las Camelias.
Encuentros efímeros y conversaciones de intelectuales, escritores y artistas -en su mayoría guanajuatenses- se escuchan en el interior del edificio ubicado al final de la calle Sopeña. El anfitrión Javier Anaya -para los cuates el Chato-, saluda a los presentes y rememora aquellos años en que departió con el dramaturgo y cineasta Juan Ibáñez.
De su compañero de vida y parrandas, recuerda el Chato: ''Siempre estuvo dispuesto a apoyar a su tierra y le entregó cosas positivas a Guanajuato, fue de los más grandes críticos de esta ciudad y amante del estado".
Es imposible -dijo- olvidar su cinta Los caifanes y que dirigió en la última película a María Félix. ''Sin duda es una de las más importantes figuras de la segunda mitad del siglo XX en México".
Amigos y conocidos rindieron homenaje a Ibáñez, fundador también de La Dama de las Camelias, con un retrato del artista pintado al óleo por Jesús de la Cruz Rico, quien también plasmó en un mural a los personajes del cine nacional.
El alcohol se apodera de la cordura de los parroquianos. Las luces se encienden y aparece una dama vestida de rojo.
Un caballero le extiende la mano y se inicia la seducción: risas, miradas y el roce de cuerpos mediante una danza árabe.
Parejas salen y vienen; las escaleras se convierten en el túnel del tiempo, los que salen se alejan de ese ambiente enloquecedor y quienes no lo hacen permanecen ahí hasta el amanecer.
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