LETRA S
Octubre 7 de 2004
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ls-abrazo Reactivar la prevención, empoderar comunidades

El profesor Dennis Altman, de la Universidad de La Trobe, en Australia, autor de los libros Homosexuality: oppresion and liberation y Global sex, propone en este texto activar las acciones preventivas a través de lo que llama "intervenciones estructurales" para remover los obstáculos políticos, religiosos y culturales que permitan a las poblaciones y a las personas más vulnerables empoderarse y enfrentar con éxito el riesgo de infectarse. En este texto, Altman señala también el poder obstaculizador de los prejuicios y la hipocrecía de los líderes políticos y religiosos que hasta la fecha dificulta esta tarea.

Por Dennis Altman

Empecemos por ser cautelosos al hablar de jóvenes y de mujeres, si deseamos no simplificar demasiado la cuestión de saber qué categoría es más vulnerable al VIH. Recientemente leí un informe que afirmaba: "37 por ciento de las personas con VIH en las islas Fidji son mujeres". ¿Y qué nos dice esto del restante 63 por ciento? ¿Acaso no vale la pena hablar de estos hombres? ¿Debemos suponer que éstos pueden siempre protegerse de las infecciones? El mismo término "hombres" es en sí problemático, sobre todo si pensamos en las formas muy variadas en que se expresa el género. Abundan ejemplos de las mil formas en que puede manifestarse hoy la "masculinidad". Lo que sí se sabe es que aquellos hombres que se alejan, o desvían, de las nociones convencionales de masculinidad suelen ser particularmente vulnerables al VIH.

Existe un peligro paralelo al asumir que todas las mujeres presentan una vulnerabilidad semejante. Esa visión bien podría proyectar la imagen fácil de que todas las mujeres carecen de poder, mostrándolas como vírgenes o como putas. Esto podría estigmatizar a las más vulnerables e incrementar de paso su vulnerabilidad. Por lo general, a mayor marginación social y económica corresponde una mayor vulnerabilidad de alguna población frente a la infección, y esto incluye a trabajadores inmigrantes, refugiados, prisioneros e indígenas.
 
 

La hipocresía de las tradiciones y de las religiones

El acceso a la prevención es tan importante como el acceso a los tratamientos, y es también una exigencia política; es un derecho nuestro como ciudadanos saludables y no como personas dependientes no saludables. No tenemos que escoger entre recursos para la prevención en lugar de recursos para el tratamiento, ya que fortalecer lo primero es fortalecer lo segundo. Contrariamente a lo que sucede al hablar de fracaso en las terapias, es difícil culpar al primer mundo, en general, y a las compañías farmacéuticas, en particular, por los fracasos en la prevención, pues incluso los países más pobres tienen medios suficientes para sustentar buenos esfuerzos en dicho campo, como lo demuestran Uganda y Camboya.

La mayor tragedia del VIH/sida es que sabemos cómo frenar su expansión, y sin embargo la mayoría de las regiones del mundo fracasan en el intento. Hay toda una literatura que hace hincapié en los problemas inmediatos --falta de condones o de agujas esterilizadas, cansancio del sexo seguro, reticencia a abandonar o bloquear la gratificación inmediata que representan el sexo o las drogas. Hay sin embargo un énfasis menor en las barreras políticas que en realidad aceleran la expansión de la epidemia: el desdén deliberado de las autoridades, la negativa a hablar abiertamente del VIH y de sus riesgos, la hipocresía con la que se obstaculizan medidas muy sencillas de prevención en nombre de la tradición, la religión y la cultura.
 
 

Las intervenciones estructurales

La vulnerabilidad al VIH va más allá de las conductas y las opciones individuales, las conductas de las personas son producto de factores ambientales más amplios. Imaginen a un niño de la calle de los suburbios de Río de Janeiro o Dacca o Lagos o Kiev, y que está obligado a sobrevivir a través de la prostitución y la delincuencia menor, por lo que a menudo recurre a las drogas para mitigar el dolor, el miedo, el hambre o la frialdad de la sobrevivencia diaria. Decirle a ese niño que utilice el condón o que no comparta las agujas para prevenir una enfermedad que podría golpearlo en unos años más, no tiene por supuesto ningún sentido. Imaginen ahora a una mujer joven, obligada por su familia o por presiones comunitarias a casarse a los trece años y a mantener relaciones sexuales con un hombre más viejo que su padre, al que apenas conoce, y la posibilidad de que está mujer insista en que él utilice un condón --suponiendo, claro, que ella tenga una idea de los peligros de una relación sexual desprotegida. Imaginen también a un joven obligado a enrolarse en el ejército o que tiene que huir del hogar y la familia para sobrevivir, tal vez confinado en una cárcel, o eligiendo las drogas como vía de escape, imaginen ahora qué posibilidades hay de que este joven tenga los medios de rechazar la corta euforia de un pinchazo sólo porque la aguja pudiera no estar esterilizada.

Y sin embargo para millones de personas en el mundo la lucha por la sobrevivencia inmediata es una realidad cotidiana. Paul Farmer escribió: "Para muchos, las opciones, grandes y pequeñas, se ven limitadas por el racismo, el sexismo, la violencia política y una pobreza demoledora. Tanto la transmisión del VIH como las violaciones a los derechos humanos son procesos sociales ligados, las más de las veces, a esas estructuras sociales de desigualdad que he llamado violencia estructural."

Desafortunadamente, son más los ejemplos de intervención política que han obstaculizado a los programas de prevención del VIH, que los que los han apoyado. Son demasiados los gobiernos que han impuesto sanciones, castigos y represión, ignorando la realidad de que los seres humanos buscarán al mismo tiempo placer y sobrevivencia en modos a menudo opuestos a las normas tradicionales que promueven líderes sociales, políticos y religiosos.

Hay en el VIH una vulnerabilidad doble: son cruciales los factores económicos y los sociales. Alguien que vende su cuerpo para sobrevivir suele ser más vulnerable al VIH, y esto se debe tanto a un comportamiento específico como a la pobreza y desesperación que hay detrás de esa conducta.

Existe un problema cuando hablamos de poblaciones específicas, como si admitiéramos su discreción y conociéramos sus fronteras y alcances. Mucha gente de esos grupos no necesariamente se identifica a sí misma en los términos señalados. A veces tenemos que darles un nombre y empoderarlos. Otras, tenemos que entender que la mayoría no necesariamente acepta los términos del mundo del VIH y que se les puede llegar de formas muy distintas, dirigiéndonos, por ejemplo, específicamente a las mujeres, a los niños de la calle, a los desempleados.

El miedo a estigmatizar a los homosexuales varones vinculándolos de manera muy estrecha al VIH, fue preocupación de muchos gays al inicio de la epidemia, pero eso ha sido hoy remplazado por un silencio aterrador, responsable de que la mayoría de las organizaciones locales e internacionales no reconozcan el sexo gay como un factor importante en el problema. Hablar siempre de la transmisión del VIH a través de la cópula heterosexual, sin reconocer que muchos hombres tienen sexo con otros hombres, significa enviar el mensaje muy peligroso de que la cópula homosexual no conlleva riesgos.

En la mayoría de los países persisten restricciones para discutir y promover el uso de condones, para impulsar la educación sexual en las escuelas, o para reconocer que la homosexualidad y el sexo comercial son realidades en toda sociedad humana. A menudo, las posibles intervenciones estructurales más significativas son aquellas que desplazan las barreras para una discusión honesta de la conducta humana. Si la elección está entre mantener las exigencias de la superstición religiosa --y con ellas el poder del clero-- o aprovechar la información y los recursos que protegen a hombres y mujeres de un virus letal y doloroso, ¿qué persona creyente en un dios justo o en un sistema de normas éticas, podría vacilar en su respuesta?
 
 

Una salida moral

Las intervenciones estructurales oportunas reconocerán la presencia y dignidad humana de gente que vive al margen de las expectativas convencionales. Esto significa a menudo dirigir un mínimo de recursos con el fin de garantizar espacios seguros para personas cuyos comportamientos los coloquen en situación de riesgo, tanto por parte del Estado como de una violencia no oficial. Dichas políticas incluyen proporcionar lugares seguros para usuarios de drogas intravenosas, como existen en Suiza, áreas seguras para el comercio sexual, o centros de encuentro comunitario para quienes se identifican como homosexuales.

Debido a que las intervenciones efectivas empoderan a las personas y neutralizan el estigma, dichas acciones también defienden los derechos humanos. Más aún, incrementan la posibilidad de que la gente haga lo posible por protegerse. Un trabajador sexual o un usuario de drogas empoderado tiene más posibilidades de encontrar alternativas que uno que se sienta o esté criminalizado o sujeto a estigmas.

Necesitamos actuar con imaginación y con audacia. En muchas partes del mundo, sólo un cambio radical en la religión organizada, y su disposición a aceptar que preservar la vida es más importante que preservar preceptos morales anticuados, podría traer consigo los recursos y los mensajes para promover un sexo más seguro entre las poblaciones más vulnerables. Son indispensables las iniciativas para erradicar las sanciones penales y la persecución en contra de trabajadoras sexuales y homosexuales, en vista de alcanzar la meta de disminuir la infección por VIH. En la mayoría de las antiguas colonias británicas, en Asia, África o El Caribe, la homosexualidad sigue siendo un crimen, pues se ha mantenido vigente una legislación antigua, defendida por aquellos mismos que condenaban el colonialismo.

A medida que crece la epidemia, tenemos razones suficientes para estar enojados, particularmente ante la hipocresía de la mayoría de los gobiernos y los líderes religiosos. Estamos de hecho tan renuentes a confrontar estos temas que caemos en banalidades como las llamadas "comunidades de la fe", pretendiendo ignorar las formas en que los fundamentalistas de todas las creencias perpetúan las inequidades de género y sexo que alimentan la epidemia. Pero una rabia que no estuviera sustentada en el análisis, y que no condujera a la acción, quedaría desperdiciada en la autocomplacencia. Ahora que el mundo se ha vuelto más peligroso e incierto, y que la atención política se concentra en el terror y en la guerra, nuestra manera de responder al desafío de frenar la diseminación del VIH es prueba capital de decencia y solidaridad humanas.

Tomado parcialmente de la ponencia: Rights matter: structural interventions and vulnerable communities, presentada por Dennis Altman durante la XV Conferencia Mundial sobre Sida, celebrada en Bangkok, Tailandia.
Traducción: Carlos Bonfil.