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Reactivar
la prevención, empoderar comunidades
El profesor Dennis Altman, de la Universidad de La
Trobe, en Australia, autor de los libros Homosexuality: oppresion and
liberation y Global sex, propone en este texto activar las acciones
preventivas a través de lo que llama "intervenciones estructurales"
para remover los obstáculos políticos, religiosos y culturales
que permitan a las poblaciones y a las personas más vulnerables
empoderarse y enfrentar con éxito el riesgo de infectarse. En este
texto, Altman señala también el poder obstaculizador de los
prejuicios y la hipocrecía de los líderes políticos
y religiosos que hasta la fecha dificulta esta tarea.
Por Dennis Altman
Empecemos por ser cautelosos al hablar de jóvenes
y de mujeres, si deseamos no simplificar demasiado la cuestión de
saber qué categoría es más vulnerable al VIH. Recientemente
leí un informe que afirmaba: "37 por ciento de las personas con
VIH en las islas Fidji son mujeres". ¿Y qué nos dice esto
del restante 63 por ciento? ¿Acaso no vale la pena hablar de estos
hombres? ¿Debemos suponer que éstos pueden siempre protegerse
de las infecciones? El mismo término "hombres" es en sí problemático,
sobre todo si pensamos en las formas muy variadas en que se expresa el
género. Abundan ejemplos de las mil formas en que puede manifestarse
hoy la "masculinidad". Lo que sí se sabe es que aquellos hombres
que se alejan, o desvían, de las nociones convencionales de masculinidad
suelen ser particularmente vulnerables al VIH.
Existe un peligro paralelo al asumir que todas las mujeres
presentan una vulnerabilidad semejante. Esa visión bien podría
proyectar la imagen fácil de que todas las mujeres carecen de poder,
mostrándolas como vírgenes o como putas. Esto podría
estigmatizar a las más vulnerables e incrementar de paso su vulnerabilidad.
Por lo general, a mayor marginación social y económica corresponde
una mayor vulnerabilidad de alguna población frente a la infección,
y esto incluye a trabajadores inmigrantes, refugiados, prisioneros e indígenas.
La hipocresía de las tradiciones y de las religiones
El acceso a la prevención es tan importante como
el acceso a los tratamientos, y es también una exigencia política;
es un derecho nuestro como ciudadanos saludables y no como personas dependientes
no saludables. No tenemos que escoger entre recursos para la prevención
en lugar de recursos para el tratamiento, ya que fortalecer lo primero
es fortalecer lo segundo. Contrariamente a lo que sucede al hablar de fracaso
en las terapias, es difícil culpar al primer mundo, en general,
y a las compañías farmacéuticas, en particular, por
los fracasos en la prevención, pues incluso los países más
pobres tienen medios suficientes para sustentar buenos esfuerzos en dicho
campo, como lo demuestran Uganda y Camboya.
La mayor tragedia del VIH/sida es que sabemos cómo
frenar su expansión, y sin embargo la mayoría de las regiones
del mundo fracasan en el intento. Hay toda una literatura que hace hincapié
en los problemas inmediatos --falta de condones o de agujas esterilizadas,
cansancio del sexo seguro, reticencia a abandonar o bloquear la gratificación
inmediata que representan el sexo o las drogas. Hay sin embargo un énfasis
menor en las barreras políticas que en realidad aceleran la expansión
de la epidemia: el desdén deliberado de las autoridades, la negativa
a hablar abiertamente del VIH y de sus riesgos, la hipocresía con
la que se obstaculizan medidas muy sencillas de prevención en nombre
de la tradición, la religión y la cultura.
Las intervenciones estructurales
La vulnerabilidad al VIH va más allá de
las conductas y las opciones individuales, las conductas de las personas
son producto de factores ambientales más amplios. Imaginen a un
niño de la calle de los suburbios de Río de Janeiro o Dacca
o Lagos o Kiev, y que está obligado a sobrevivir a través
de la prostitución y la delincuencia menor, por lo que a menudo
recurre a las drogas para mitigar el dolor, el miedo, el hambre o la frialdad
de la sobrevivencia diaria. Decirle a ese niño que utilice el condón
o que no comparta las agujas para prevenir una enfermedad que podría
golpearlo en unos años más, no tiene por supuesto ningún
sentido. Imaginen ahora a una mujer joven, obligada por su familia o por
presiones comunitarias a casarse a los trece años y a mantener relaciones
sexuales con un hombre más viejo que su padre, al que apenas conoce,
y la posibilidad de que está mujer insista en que él utilice
un condón --suponiendo, claro, que ella tenga una idea de los peligros
de una relación sexual desprotegida. Imaginen también a un
joven obligado a enrolarse en el ejército o que tiene que huir del
hogar y la familia para sobrevivir, tal vez confinado en una cárcel,
o eligiendo las drogas como vía de escape, imaginen ahora qué
posibilidades hay de que este joven tenga los medios de rechazar la corta
euforia de un pinchazo sólo porque la aguja pudiera no estar esterilizada.
Y sin embargo para millones de personas en el mundo la
lucha por la sobrevivencia inmediata es una realidad cotidiana. Paul Farmer
escribió: "Para muchos, las opciones, grandes y pequeñas,
se ven limitadas por el racismo, el sexismo, la violencia política
y una pobreza demoledora. Tanto la transmisión del VIH como las
violaciones a los derechos humanos son procesos sociales ligados, las más
de las veces, a esas estructuras sociales de desigualdad que he llamado
violencia estructural."
Desafortunadamente, son más los ejemplos de intervención
política que han obstaculizado a los programas de prevención
del VIH, que los que los han apoyado. Son demasiados los gobiernos que
han impuesto sanciones, castigos y represión, ignorando la realidad
de que los seres humanos buscarán al mismo tiempo placer y sobrevivencia
en modos a menudo opuestos a las normas tradicionales que promueven líderes
sociales, políticos y religiosos.
Hay en el VIH una vulnerabilidad doble: son cruciales
los factores económicos y los sociales. Alguien que vende su cuerpo
para sobrevivir suele ser más vulnerable al VIH, y esto se debe
tanto a un comportamiento específico como a la pobreza y desesperación
que hay detrás de esa conducta.
Existe un problema cuando hablamos de poblaciones específicas,
como si admitiéramos su discreción y conociéramos
sus fronteras y alcances. Mucha gente de esos grupos no necesariamente
se identifica a sí misma en los términos señalados.
A veces tenemos que darles un nombre y empoderarlos. Otras, tenemos que
entender que la mayoría no necesariamente acepta los términos
del mundo del VIH y que se les puede llegar de formas muy distintas, dirigiéndonos,
por ejemplo, específicamente a las mujeres, a los niños de
la calle, a los desempleados.
El miedo a estigmatizar a los homosexuales varones vinculándolos
de manera muy estrecha al VIH, fue preocupación de muchos gays al
inicio de la epidemia, pero eso ha sido hoy remplazado por un silencio
aterrador, responsable de que la mayoría de las organizaciones locales
e internacionales no reconozcan el sexo gay como un factor importante en
el problema. Hablar siempre de la transmisión del VIH a través
de la cópula heterosexual, sin reconocer que muchos hombres tienen
sexo con otros hombres, significa enviar el mensaje muy peligroso de que
la cópula homosexual no conlleva riesgos.
En la mayoría de los países persisten restricciones
para discutir y promover el uso de condones, para impulsar la educación
sexual en las escuelas, o para reconocer que la homosexualidad y el sexo
comercial son realidades en toda sociedad humana. A menudo, las posibles
intervenciones estructurales más significativas son aquellas que
desplazan las barreras para una discusión honesta de la conducta
humana. Si la elección está entre mantener las exigencias
de la superstición religiosa --y con ellas el poder del clero--
o aprovechar la información y los recursos que protegen a hombres
y mujeres de un virus letal y doloroso, ¿qué persona creyente
en un dios justo o en un sistema de normas éticas, podría
vacilar en su respuesta?
Una salida moral
Las intervenciones estructurales oportunas reconocerán
la presencia y dignidad humana de gente que vive al margen de las expectativas
convencionales. Esto significa a menudo dirigir un mínimo de recursos
con el fin de garantizar espacios seguros para personas cuyos comportamientos
los coloquen en situación de riesgo, tanto por parte del Estado
como de una violencia no oficial. Dichas políticas incluyen proporcionar
lugares seguros para usuarios de drogas intravenosas, como existen en Suiza,
áreas seguras para el comercio sexual, o centros de encuentro comunitario
para quienes se identifican como homosexuales.
Debido a que las intervenciones efectivas empoderan a
las personas y neutralizan el estigma, dichas acciones también defienden
los derechos humanos. Más aún, incrementan la posibilidad
de que la gente haga lo posible por protegerse. Un trabajador sexual o
un usuario de drogas empoderado tiene más posibilidades de encontrar
alternativas que uno que se sienta o esté criminalizado o sujeto
a estigmas.
Necesitamos actuar con imaginación y con audacia.
En muchas partes del mundo, sólo un cambio radical en la religión
organizada, y su disposición a aceptar que preservar la vida es
más importante que preservar preceptos morales anticuados, podría
traer consigo los recursos y los mensajes para promover un sexo más
seguro entre las poblaciones más vulnerables. Son indispensables
las iniciativas para erradicar las sanciones penales y la persecución
en contra de trabajadoras sexuales y homosexuales, en vista de alcanzar
la meta de disminuir la infección por VIH. En la mayoría
de las antiguas colonias británicas, en Asia, África o El
Caribe, la homosexualidad sigue siendo un crimen, pues se ha mantenido
vigente una legislación antigua, defendida por aquellos mismos que
condenaban el colonialismo.
A medida que crece la epidemia, tenemos razones suficientes
para estar enojados, particularmente ante la hipocresía de la mayoría
de los gobiernos y los líderes religiosos. Estamos de hecho tan
renuentes a confrontar estos temas que caemos en banalidades como las llamadas
"comunidades de la fe", pretendiendo ignorar las formas en que los fundamentalistas
de todas las creencias perpetúan las inequidades de género
y sexo que alimentan la epidemia. Pero una rabia que no estuviera sustentada
en el análisis, y que no condujera a la acción, quedaría
desperdiciada en la autocomplacencia. Ahora que el mundo se ha vuelto más
peligroso e incierto, y que la atención política se concentra
en el terror y en la guerra, nuestra manera de responder al desafío
de frenar la diseminación del VIH es prueba capital de decencia
y solidaridad humanas.
Tomado parcialmente de la ponencia: Rights matter: structural
interventions and vulnerable communities, presentada por Dennis Altman
durante la XV Conferencia Mundial sobre Sida, celebrada en Bangkok, Tailandia.
Traducción: Carlos Bonfil. |