Adictos
a los antros... y al sexo
El baile siempre ha estado ligado al sexo y al flirteo,
por eso ha sido sujeto de reglamentación en el pasado. Pero en ninguna
otra época como en la actual, la posibilidad de pasar del meneo
candencioso al jadeo sexual ha estado tan presente. Las discotecas se han
convertido en los espacios idóneos para el ligue y, eventualmente,
para el sexo. Una de las principales motivaciones de acudir a las discos
es precisamente esa. El sexo y la disco están muy ligados, al grado
de que se puede desarrollar adicción a ambas cosas
Por Óscar Salvador
Cada fin de semana Laura inicia su ritual más
ansiado: arreglarse para ir a la discoteca, donde además de música
y baile, también encuentra sexo. Ella sabe que no bastará
con el embriagador aroma de su perfume para atraer a la presa de esa noche,
por medio de ropa ceñida a sus senos y caderas insinúa su
deseo de acostarse con alguien, de preferencia con un desconocido.
Ése es el reto desde la noche del viernes hasta
la mañana del domingo. Para Laura, como para miles de jóvenes
de su edad, acudir a la disco se convierte en una excitante aventura que
promete el encuentro no ya del amor de su vida sino de la experiencia límite
que narrarle a las amigas o los amigos al día siguiente.
El baile provocativo es la principal herramienta de Laura
para la conquista amorosa, aunque también reconoce que se mueve
para sí misma, pues ligarse a alguien es corroborar, sobre todo,
las capacidades del propio cuerpo de ser deseado.
En una popular discoteca de la Zona Rosa, atiborrada de
jóvenes veinteañeros y algunos hasta más jóvenes,
la desinhibida Laura nos cuenta de sus motivaciones para acudir de manera
casi religiosa a las discos. No todos van a las discotecas con el mismo
propósito de Laura, algunos se conforman con sólo bailar,
divertirse con los amigos, tomar y pasar un buen rato. Para Laura esto
va más allá, pues relaciona íntimamente el ambiente
de las discos con la obtención de sexo fácil.
La apropiación de los lugares
A las discotecas no se va a conversar. El constante parpadeo
de las luces intermitentes y la estridente música de alto volumen,
dificulta la comunicación hablada entre los asistentes; para interactuar
y conocer a una persona se requiere del lenguaje corporal, de los mensajes
cifrados de la vestimenta y de los guiños de la mirada, las palabras
son secundarias en estos lugares. Además, el consumo de bebidas
alcohólicas favorece la desinhibición y los contactos corporales.
La maestra Maritza Urteaga, antropóloga especializada
en el comportamiento juvenil, explica a Letra S que los antros y las discotecas
se han convertido desde tiempo atrás en los principales centros
de socialización de las y los jóvenes. Por eso es tan común
que algunas chavas y algunos chavos se vuelvan adictos a esos centros de
baile, donde también se da el cortejo, la posibilidad de seducir
al otro o a la otra por medio de estrategias bien planeadas.
El relato de Laura parece confirmar esa aseveración:
"A mí me encanta verme al espejo todo el tiempo. Cuido hasta el
más mínimo detalle de mi aspecto porque como dicen el deseo
entra por la mirada. Y bueno qué mejor que una disco para conseguir
a alguien, ahí es difícil que todo mundo se dé cuenta
de tu vida y te califique de chica fácil o puta."
Aunque los hombres también comparten esa obsesión
de las mujeres por la apariencia física, se valen de otras artimañas
para llamar la atención, como narra Carlos:
"Cuando tú llegas a una disco siempre tienes presente
las ganas de ligarte a las chavas, lo que no resulta tan sencillo. Entre
tantos cabrones juntos, tienes que llamar su atención de alguna
manera: exagerar tus movimientos, bailar muy acá, investigar qué
están tomando para enviarles una copa. Después ya puedes
abordarlas, bailar con ellas y repegárteles poco a poquito. ¿Coger
con ellas? ¡Uy, eso todavía está más cañón!
Yo sí creo que la mayoría de las mujeres se dan su lugar,
pero eso también puede hartarte, pues porque luego andas bien caliente
y nada de nada."
Los antros, además, tienen otro significado para
las y los jóvenes. Se trata de espacios libres de la vigilancia
adulta, lugares donde los límites al comportamiento propio se los
fija cada quien. No todo está permitido obviamente, pero se asume
la capacidad personal de afrontar riesgos o peligros. Eso es lo que explica
que los jóvenes discotequeros lleguen hasta apropiarse temporalmente
de algunos lugares con los que se identifican por su ambiente, su seguridad
o su permisividad. A algunos jóvenes gay por ejemplo, se les llega
a clasificar por el antro de su preferencia.
Una adicción que no se ve
Laura tiene 21 años de edad y desde hace más
de un año, no perdona las discotecas en viernes, sábados
y hasta domingos. Sus padres siempre le dan permiso de salir, ya sea sola
o con "la bola de amigos".
"Fue como a los tres meses cuando me di cuenta que podía
conseguir sexo en la disco. Sólo una vez lo he hecho ahí,
en el baño de mujeres. Fue un rapidín que la verdad
no disfruté mucho, pues no me protegí y creo que hasta el
chavo no me atraía demasiado, pero soy tan aventada, que lo hice
y ya. Ahora sí me protejo, pues no quisiera embarazarme, aunque
tengo que aceptar que en varias ocasiones no usé condón;
ya sabes, la calentura te gana y te vale madres todo."
Algunos terapeutas sexuales podrían calificar el
comportamiento de Laura como adicción o compulsión al sexo,
manifestada por un número excesivo de relaciones sexuales con múltiples
parejas, lo que indicaría serias carencias afectivas. La mayoría
de las veces este comportamiento no lo notan el adicto al sexo ni las personas
con quienes se relaciona cotidianamente.
Pero el tener mucho sexo no siempre implica una adicción,
sino más bien una búsqueda constante de reconocimiento. Las
y los especialistas en sexualidad ven esa práctica como un síntoma
de la ansiedad que la persona experimenta al no saberse relacionar con
otras, al padecer inseguridad afectiva o no asumir su identidad sexual.
La terapeuta sexual Josefina Flores González, sostiene
que las personas adictas sexuales experimentan mucho placer, pero "jamás
lograrán llenar aquel vacío en su vida, porque éste
no necesariamente se refiere a su sexualidad, sino que tiene que ver con
algún conflicto personal interno".
Una de las características de la adicción
al sexo es tener encuentros con desconocidos, convirtiéndose los
antros en punto clave para satisfacer esa obsesión. Ser adicto o
adicta a la disco puede implicar entonces que no es el espacio lo que motiva
a la gente a presentarse cada fin de semana, sino más bien la posibilidad
de encontrar sexo sin mayor problema o compromiso.
La adicción al sexo puede ser tratada. Cuando el
individuo acepta que algo anda mal con sus relaciones sexoafectivas, bastan
las terapias sicológicas y sexuales; si el problema se presenta
en personas maniaco-depresivas, entonces es necesaria la atención
siquiátrica, señala Flores González.
Laura, ¿cómo te sientes después
de que tienes sexo con un desconocido?
Bien o mal, no importa...
La barra libre
Pasada la media noche, el olor a cigarro y la temperatura
ambiental elevada hace aflorar gotitas de sudor en la frente de los asistentes.
Una tonada de moda, identificada al instante, provoca movimientos sensuales
de hombres y mujeres que esta noche sólo piensan en divertirse.
La oscuridad que adorna el espacio, y el roce de los sudorosos cuerpos
invitan al ligue, al faje.
En un rincón casi escondido, una chica y un chico
se abrazan desesperadamente. Ella luce "pasada de copas", sin embargo no
deja que su acompañante la toque por debajo de la cintura, aunque
de repente la mano escurridiza de él toca los senos juveniles, el
cuerpo todo, y la interacción se hace cada vez más intensa.
En una reunión de amigos y amigas, la mesera obliga
a una cumpleañera adolescente a beber "de un jalón" una caguama.
El líquido transparente se escurre por las comisuras de los labios
de la chica, quien reclama gritando "¡güey, ya me siento re
mal, ya vámonos!".
En esa discoteca, el límite en la bebida lo impone
la capacidad de los bolsillos de los concurrentes, o la hora de cierre
del lugar. En los antros, consumir bebidas alcohólicas en exceso
tiene sus riesgos: perder por un momento la memoria y el control sobre
el propio comportamiento podría llevar a prácticas sexuales
desprotegidas.
El temor y la desconfianza de muchos adultos hacia el
comportamiento de sus hijas e hijos los lleva a inclinarse por la prohibición,
la moralización de las conductas, la inducción del miedo
en los chavos para que no asistan a los antros, para que no beban, no fumen,
no tengan sexo.
Para José Aguilar Gil, coordinador de Red Democracia
y Sexualidad (Demysex) el principal error de la sociedad es moralizar el
consumo de alcohol y otras drogas relacionándolo con el sexo.
"Todos sabemos que consumir moderadamente bebidas alcohólicas
relaja, excita. En exceso, puede deprimir y generar sentimientos de culpa
por no recordar que se hizo durante la borrachera. Insistir que los jóvenes
se abstengan de todo eso no es la solución. Aquí lo válido
sería que se promoviera mayor información sobre el consumo
responsable, y se deje de combinar de manera negativa el sexo con el alcohol,
porque estas dos categorías no se pueden analizar a la vez."
Por estas razones, es difícil implementar en las
discotecas campañas preventivas, pues aunque la posibilidad de encontrar
sexo es muy grande, las chavas y los chavos asisten a un rompimiento de
la rutina, sobre todo la escolar; lo que menos desean es seguir aprendiendo
cosas que ya saben, "pues tenemos que empezar a entender que las generaciones
actuales están más informadas que las anteriores", argumenta
la maestra Urteaga.
"Se debe pugnar para que las y los jóvenes dejen
de depositar la responsabilidad de su vida sexual en los adultos, quienes
son culpables de esta consecuencia al moralizar la conducta de los chavos
en las discos. El discurso prohibicionista no funciona; lo que sí
sirve, es el intento por comprender y aceptar las nuevas formas de convivencia
entre los jóvenes, quienes además saben separar el sexo del
amor", recomienda la antropóloga. |