México D.F. Domingo 3 de octubre de 2004
MAR DE HISTORIAS
Bona von Bonn
Cristina Pacheco
En la ventana por la que hasta hace poco escapaban las
notas de sonatas y conciertos, se agita una cortina blanca, bandera de
la paz que al fin conquistó la moradora del 709: Bona von Bonn.
Cuando Bona llegó a vivir en el edificio conocido
como El Avispero sus vecinos pensaron que un nombre tan extraño
sólo podía ser un invento para ocultar una personalidad perversa
y sus actividades ilegales: narcotráfico o espionaje.
Esos comentarios le producían a Bona cierta satisfacción.
Sin embargo, hubiera preferido que sus nuevos amigos la aceptaran como
lo que fue hasta diez años atrás: vedette, estrella de la
noche:
BONA: Pero no de esas que se retuercen desnudas en
el suelo o se enroscan en tubos como víboras; no, lo mío
es algo muy especial que sólo puedo definir con una palabra: arte.
Desde que Bona murió y no hay quien encienda su
radio, los sonidos cotidianos resuenan en El Avispero de un modo exasperante;
los olores a pinol y a cebolla agreden el olfato, porque ya no los encubre
el aroma del sándalo:
VECINA DEL 604: El poco dinero que tenía la
seño Bona se lo gastaba comprando inciensos y pajitas aromáticas.
Al principio me mareaban, pero luego me gustaron.
Las puertas del 709 están marcadas con un sello
de clausura. En espera de que alguien lo reclame, protege un sinfín
de muebles desiguales y pequeños objetos. Bona los consideraba su
tesoro, pero no faltó quien lo viera como simple basura y origen
de las plagas que infestan los corredores y escaleras del edificio:
VISITANTE DEL 707: Habla con ella y procura convencerla
de que vivir en esas condiciones es insalubre para todos. Si ves que no
quiere deshacerse del mugrerío, llama a la delegación para
que vengan a fumigar.
La primera persona que tuvo acceso al 709 fue Eduviges,
la conserje. Recién llegada al Avispero, Bona le preguntó
si sabía de alguien que pudiera hacer el aseo semanal en su departamento.
Interrogada por el Ministerio Público, Eduviges explicó las
circunstancias que la llevaron a tomar el cargo:
EDUVIGES: Le contesté a la hoy occisa, como
usted dice, que las muchachas de por aquí ya no quieren trabajar
en casas. Prefieren las fábricas, donde ganan un poquito más
y tienen horario fijo. La seño Bona me preguntó si de casualidad
yo tendría un tiempecito libre para ayudarla, que con ella no iba
a trajinar mucho porque era sola y desde que se le murió su gato
-''Fotingo''- ni siquiera animales tenía. Acepté con la esperanza
de ganarme unos centavitos extras. Fue pura ilusión.
Las primeras semanas, la seño Bona me pagaba
rigurosamente, pero luego se fue atrasando. Me decía: "Apúntalo
para que te pague hasta el último centavo con mi primer sueldo".
Tenía la ilusión de que volvieran a ocuparla en los teatros,
pero ¿a su edad? ¡Imposible! Nunca se lo dije. Al contrario,
procuré animarla diciéndole que le echara muchas ganas.
A los habitantes del Avispero, casi todos desempleados,
les consta que si alguien se esforzó por conseguir empleo fue Bona.
Sus entrevistas con empresarios y promotores eran siempre después
de las seis de la tarde, pero ella comenzaba a prepararse desde muchas
horas antes.
JENNY, CULTORA DE BELLEZA: Tempranito me llamaba al
salón para decirme que me necesitaba porque iba a tener una junta
de trabajo. A las 11 aparecía en su casa. Sólo así
me daba tiempo para depilarle las cejas y bigote, ponerle sus mascarillas
y pegarle las uñas postizas. Lo más laborioso era el teñido
del pelo. Tenía ya muy poquito, creo que de tanto ponerse el rubio-platino.
Es un tono muy agresivo hasta para las personas canosas.
La primera vez que la seño Bona me mandó
llamar fui a su casa por curiosidad. Iba preparada, porque había
oído decir que era un sitio rarísimo; pero cuando llegué
por poco me caigo. El baño es un dedal y los cuartos estaban repletos
de cosas. Tuve que escombrar para hacerme un lugarcito. Después
acudí a los llamados de la seño Bona por ternura, por lástima.
Creo que ya ni ella creía en que iban a contratarla y sin embargo,
se arreglaba como si fuera derechito a Hollywood. Una vez le pregunté
cómo le hacía para estar segura de que esta vez sí
la contratarían. Se retiró de los ojos las compresas de manzanilla,
me miró y me dijo: "No preguntarías eso si me hubieras visto
en el escenario. Nadie, absolutamente nadie, puede iluminarlo como yo".
Me disculpé y le pedí que me mostrara
fotos de sus noches de triunfo. "Imposible. No puedo hacerlo. Antes de
llegar aquí, quemé todos mis álbumes". Le dije que
cómo podía explicar semejante locura. Me respondió:
"Quise impedir que mis fotos sufrieran los estragos del tiempo. Ya es suficiente
con los que yo soporto". Por Dios que tuve que fajarme bien los pantalones
para no echarme a llorar.
La habitante del 709 prolongaba los preparativos para
acudir a su cita de trabajo hasta mucho después de que Jenny había
salido. Bona se detenía ante el espejo para mirarse y descubrir
bajo sus rasgos derrotados los de la muchachita que había sido.
Después iba en busca de una lamparita de pewter para estrecharla
y revivir la última petición que muchos años antes
le hizo "Aladino".
ALADINO, MAGO Y PRESTIDIGITADOR: Comprendo que quieras
quedarte aquí y aprovechar la oportunidad que te brindan. ¡Híjole!;
marquesina y estelar. Sería yo muy pinche si te exigiera que renunciaras
a esto y me siguieses, cuando ni sé en dónde volverán
a contratarme. Hay chance en un cabaret de Tijuana y pienso irme para allá.
Antes quiero dejarte mi lamparita. No te rías: es mágica.
Por algo me llaman "Aladino".
¿Te pido un favor, güera? Siempre que firmes
un contrato o vayas a comenzar tu temporada, abrázala muy fuerte
para que algo de tu buena suerte me alcance a mí.
Después venía la última parte de
los preparativos: elegir el atuendo correcto. Orientada por las revistas
femeninas que Jenny le prestaba, Bona von Bonn sabía que en el mundo
del espectáculo se impone la informalidad. De todos modos, echaba
un vistazo entre el montón de trajes anticuados y al fin elegía
lo más in: camisola estampada de tigre, pantalón remero
estilo Grace Kelly y sandalias. En sus arreglos, Bona dejaba para el final
ponerse en el tobillo izquierdo -el lado del corazón- una ajorca
de monedas y cuentas falsas, pero capaces de alejar, con sus poderes, al
eterno enemigo: la envidia.
ALFONSO, CANTINERO: La primera vez que entró
aquí se armó un barullo tremendo. A ella le valió
y fue a sentarse al fondo, en la que con el tiempo fue "su mesa". la seño
Bona era bien platicadora, y más después de haberse tomado
sus tequilas. Una tarde en que hubo una manifestación muy grande
y no entraron clientes, todos -desde la mayora hasta el cantinero- estuvimos
oyéndola. Nos contó que había sido primera figura
en no sé cuántos cabarets del extranjero y que si en México
no había triunfado era por envidia de las otras artistas: "Creen
que son diosas sólo porque tienen juventud y el culo grande y se
equivocan. Para convertirse en deidad de la noche se requiere lo que sólo
algunas tenemos en todo el cuerpo, desde la cabellera hasta los pies, pasando
por los labios, los senos, la cintura, las caderas, el ombligo, los muslos.
La armonía entre todos esos elementos produce una especie de conjunción
de planetas y en su centro: el sol con el fuego incandescente de la gracia".
Muchas veces yo no captaba bien lo que decía
la señora Bona, pero aun así recuerdo todas las historias
que nos platicó. La otra noche le conté una al bolero que
viene aquí, le dicen El Aladino, y se soltó llorando.
Le pregunté qué le sucedía. En vez de responderme
se fue como alma que lleva el diablo.
Todos recuerdan que Bona von Bonn regresaba de sus citas
de trabajo cada vez más tarde, quizá para evitar las preguntas
o porque no tenía fuerza para fingir otra esperanza. La última
vez volvió al amanecer. Sus pasos lentos en la escalera y el tintineo
de su ajorca fueron los rumores finales que escucharon de ella en El Avispero.
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