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México D.F. Martes 21 de septiembre de 2004
Como diputado o cineasta ha sido igualmente
peligroso para el sistema
El estallido social de 2001 en Argentina, detonante
de Memoria del saqueo: Solanas
"Que el país sería saquedo lo advertí,
sólo me equivoqué en la magnitud", afirma
STELLA CALLONI CORRESPONSAL
Buenos Aires, 20 de septiembre. Su paso como diputado
del Frente Grande -que ya no existe- durante el gobierno del ex presidente
Carlos Menem, dejó huella. La advertencia de un certero disparo
en una pierna, como sucede cuando alguien se enfrenta con las mafias, demostró
que Fernando Pino Solanas era tan peligroso para el sistema en su
papel de político, como en el de cineasta.
Desde su inolvidable documental La hora de hornos
(1968) con guión de Octavio Getino, que marcó a varias generaciones
de cineastas y en sus largometrajes Sur y El exilio de Gardel,
entre otros que cautivaron al mundo, Solanas desafía al sistema.
Ahora está a la cabeza de los que luchan por recuperar los recursos
para el Estado y para el pueblo.
Su película Memoria del saqueo registra
la historia -investigada con la socióloga Alcira Argumedo- de un
"país perdido" desintegrado por dictaduras militares y económicas.
Solanas habló con La Jornada en el 20 aniversario del periódico.
"Andando por el país me pregunté ¿cómo
era posible que Argentina se hubiera convertido en una especie de desierto,
donde millones pasan hambre, si es un país tan rico en recursos
y puede alimentar con lo que produce a 300 millones de personas en el mundo?
Tenía que contar la historia de la gran estafa contra el pueblo
argentino durante los últimos 15 años, porque el modelo utilizado
para esto era impuesto a todo el mundo".
Premiado
este año en Berlín con el Oso de Oro, por el conjunto de
su obra fílmica, Solanas habla con pasión y sin cortapisas,
como lo hacía cuando debió salir al exilio que marcó
su vida.
"Nunca dejé de filmar, desde aquellos años
(1968) en que hicimos La hora de los hornos, jamás dejé
de hacerlo. Filmo constantemente. Llevo mi cámara al hombro y registro
todo lo que conmueve o ilumina. Así filmé las horas del 20
de diciembre de 2001 cuando ocurrió el increíble estallido
social que fue finalmente el aliento para indagar en las memorias del saqueo
a nuestro país... También había jóvenes filmando.
Eso me impactó y mucho material de aquellos días fue generosamente
cedido para lograr la película.
-En ese momento se había convertido en el cronista
de una gran rebelión contra el modelo neoliberal que conmovió
al mundo.
-Sí, era la rebelión y la evidencia del
fracaso de ese modelo. Durante 12 o 13 años yo había advertido
lo que creía que iba a pasar. En lo único que me equivoqué
fue en la dimensión de la catástrofe. Nunca creí que
se iba a ir tan lejos ni que finalmente hasta los bancos iban a robar los
ahorros a la gente. Pero que Argentina sería vaciada, saqueada,
lo dije muchas veces y también me sentí muy solo en algunos
momentos. Entonces, cuando sucedió, yo salí a filmar... Fue
como una continuidad de La hora de los hornos, en otro tiempo con
otro lenguaje más elaborado en este caso.
-También habían pasado más de 30
años entre lo uno y lo otro, y la tragedia de la dictadura y Solanas
había hecho un largo trayecto cinematográfico y político.
-Sí, estaba todo eso, y la tragedia sobre la tragedia
que había significado la impunidad, más memorias y aprendizajes
del exilio. Estábamos viviendo el resquebrajamiento nada menos que
del modelo neoliberal. Se astillaba el enorme jarrón. Allí
estaban los excluidos, los inmensamente pobres, los desocupados, los ahorristas,
estaban los que habían creído en el modelo, los que no habían
creído, todos juntos. En esos momentos pensaba que no había
vuelta atrás, que se estaban sembrando las bases fundacionales de
un país nuevo, el que habíamos soñado desde siempre.
Habíamos vivido la dictadura (1976-1983) y luego la década
(1989-1999)del modelo perverso que destruyó al país, casi
hasta la desintegración.
-¿Cómo definiría Memoria del saqueo?
-Creo que es la puerta abierta para ir hacia otros grandes
temas de la tragedia que se vivió. Cuando filmábamos las
ciudades desiertas de lo que antes eran ciudades petroleras, con trabajadores,
plazas, escuelas, gente, la vida y veíamos ese viento que golpeaba
ventanas cayéndose, puertas abiertas a casas vacías, y los
niños muriéndose desnutridos en Tucumán, y las fábricas
cerradas, grandes moles, chimeneas sin humo, los campos desiertos y el
ferrocarril, con esas líneas trazadas para unir un país,
que ahora no llevaban a ninguna parte, todo eso daba la dimensión
de la tragedia de esas décadas. Memoria del saqueo no puede
explicarlo todo, son varios capítulos, pero cada uno de ellos puede
ser abierto y es otra película. La aduana paralela, los negociados,
las mafias, pero también ese trabajo silencioso, como el de los
médicos en Tucumán, cuyas palabras han quedado grabadas en
mi cabeza y tantos otros esfuerzos solidarios que nadie recoge en todo
el país.
-¿Se refiere a solidaridad y resistencia a pesar
del papel de los medios de comunicación para instalar el modelo?
-Sí, en la película hablo de todo eso y
creo que sería importante hacer otro documental sobre el militante
de esos medios comprados por el poder y el ejército de los nuevos
periodistas creados por el sistema, los que vendieron el modelo a sabiendas
de sus consecuencias, los que convencieron a muchos de que éramos
ineficientes, a pesar de haber construido un país. Los que debían
convencernos que el Estado era el culpable. Ese trabajo de confundir y
destruir conciencias, culturas e identidades, es algo que merece contarse,
porque son responsables también del genocidio. Como también
hay que contar la resistencia a la desocupación, a la exclusión,
al hambre, a todo, y la resistencia de los medios alternativos. Tengo mucho
filmado sobre esto que llamo "La Argentina latente".
-¿Cómo analiza el tema cultural dentro de
su lucha por la recuperación de la identidad nacional?
-Sostengo que es indispensable el intercambio de producciones
con otras zonas del mundo, porque ninguna cultura puede enriquecerse a
puertas cerradas, pero también he dicho que ninguna cultura puede
justificar con elementos democráticos la ocupación del 80
por ciento de la comunicación mundial. Es genocidio cultural al
absoluto predominio de las producciones de Hollywood, que ocupan entre
80 y 90 por ciento de las pantallas del mundo, mientras hay decenas de
naciones y pueblos que aún no producen sus propias imágenes
y están condenados a ver imágenes, memorias, estéticas,
lenguas y gestos que les son ajenos... Yo he dicho hace tiempo que no puede
vivir un país sin el espejo de sus imágenes, porque es allí
donde vamos a construir nuestra propia identidad, a recrearla. Nunca como
ahora ante un imperio que avanza sin tregua necesitamos ser nosotros mismos.
Mirarnos en nuestro propio espejo.
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