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México D.F. Lunes 20 de septiembre de 2004
José Cueli
Novillos bombón de Gómez Valle
El secreto de cualquier lance, faena, está en lo que nos comunica. De ese modo sentimos si una faena, un lance, es superior, excelso, en tanto que es capaz de producir en nosotros un contagio de las emociones impregnadas en ese torear. Al que sí se le agrega la plasticidad, da la belleza en el torear, el pasmo, la melancolía, la cercanía con la muerte. Eso que transmitía David Silveti, en su última temporada antes de morir.
Han cruzado el ruedo de la Plaza México, en este serial novilleril, nueve jóvenes con sueños de figuras, a los que no se les aprecian signos de transmisión de sus sentimientos al tendido, incapaces de envolver las faenas en una totalidad generadora de hondos silencios, infinita calma, listos para el asombro y posterior catarsis en los olés y los gritos. Los lances y faenas que dejan una huella imborrable y la ilusión de volver a sentir el pulso de los latidos del torero que la realizaba. En los últimos tiempos David Silveti, José Tomás o los faraones del duende -Rafael de Paula o Curro Romero-, o el mago de las distancias, Manolo Martínez, o el de la sinrazón: El Cordobés.
Ese "ser diferente" que los rodea y que nos despierta al ver encarnada en ellos una especie de compenetración de los atributos con que cuenta, como el más estremecedor de la casta. Máxime si se enlaza a un toro -cada vez más raro- de encastada nobleza. Recreando el arte de torear; embarcar, templar y mandar. Tan sencillo y tan imposible...
Nuevamente destacaron los toritos, esta vez de Gómez Valle, en especial el tercero y el quinto, que transmitían la emoción al tendido; se toreaban solos, literalmente planeaban, con recorrido, fijos y sin tirar una cornada. Y le permitieron triunfar a Pepe Ortiz por sus ganas de ser.
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